sábado, 16 de julio de 2016

'La condena' de Kafka


Por Tesa Vigal

Lo que me impresiona de Kafka es su afán, desesperado, por entender lo que no encaja en la supuesta lógica humana. Por ejemplo lo absurdo, lo tiránico de la autoridad cuando rechaza y agrede a todo aquel que se desmarca, pensando libremente. Ese dolor lo conoció muy de cerca en su relación con su padre, tema que trató en concreto, personalmente, en ‘Carta al padre’. Y que siguió explorando en el resto de su obra, en busca de significados, o tan sólo constatando, con una atmósfera mezclada de fragilidad, seca lucidez, perpleja ternura, desolación. En ‘La condena’ se reúnen la mayoría de sus relatos cortos, algunos apenas un párrafo.

Para conocer datos sobre su vida hay abundantes libros y páginas en internet. Por eso, como en la mayoría de autores de este blog, me limito a contar mis impresiones como haría charlando con un amigo sobre libros especiales. Tanto que los recomiendo, por si acaso a alguien le apetece leerlos y llega a disfrutar con ellos tanto como yo. A mí me encanta que me descubran cosas.

La Praga de Kafka, su museo
También me seduce de sus textos la importancia de lo sutil, de los matices (en ellos radica la inteligencia de las cosas), de ahí la constante, marcada separación entre comprender y justificar, algo que muchas personas aún usan como equivalentes con todo el peligro de la vieja actitud de “el fin justifica los medios”. Algo que me da mucho miedo. Creo que a Kafka también, sobre todo cuando viene envuelto en las temibles buenas intenciones, causantes a veces de tanto dolor.

Versión en cine, Orson Welles, de su novela
Comprender algo es quitarle poder, el poder de lo desconocido, de lo impenetrable, sobre todo si se trata de un dolor que nos han causado. Al entenderlo su efecto disminuye, incluso llega a desaparecer y esto es lo más deseable si el daño recibido ha sido devastador. Ese tipo de dolor intenso suele suceder más en la infancia, acompañado por la desoladora sensación de lo absurdo, de algo desconocido viniendo de no se sabe dónde (sobre todo si ese daño lo origina alguien que supuestamente nos quiere, nos protege, un padre sin ir más lejos).

Lo desconocido se escapa a nuestro control, pero cuando se aplica a personas es inevitable asimilarlo, gestionarlo, reaccionar como se pueda, por eso puede llegar a fascinarnos y al mismo tiempo llenarnos de un miedo que empape nuestra vida. Pero si se llega a conocer su mecanismo, su origen, desaparece el poder de lo incomprensible, incluso puede convertir a la persona, antes temible, en alguien patético de quien hay que defenderse.

Frase suya
Por eso jamás debe confundirse con la justificación. Por el contrario, hay que señalar al causante del dolor y alejarse de esa situación, o persona. Aunque la condena, como se refleja en el primer relato del libro con el mismo título, se revele absurda, desvele contradicciones, incluso desemboque en callejones sin salida.

Pero la huella del dolor es alargada y es difícil alejarse de ella. En algunos relatos, Kafka parece rozar la comprensión anhelada, incluso hay uno donde parece invocar la libertad y la maravilla, a modo de grito de guerra: ‘Deseo de ser piel roja’. Es mi favorito del libro, me emociona, y es tan corto y fascinante que lo cito aquí:

“Si uno pudiera ser un piel roja, siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo”. Fusión total con la tierra, con sus seres, formar parte de ella, visión sioux.

Pero en otros, Kafka parece vencido, o perdido en el laberinto. Como en el desolador ‘Ante la ley’, especialmente sutil porque bucea en la necesidad de sentido, de significado, de nuestro lugar en el mundo, concretada en ese campesino que espera largos años ante la puerta de la ley:
“-Todos se esfuerzan por llegar a la ley- dice el hombre -¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir y, para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice al oído con voz atronadora:
-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

Sí, es como un sueño, con toda su enorme carga de emoción, símbolos vivos, intimidad y sin embargo ese toque pavorosamente neutral de nuestro cuaderno de bitácora nocturno.

Quizás esa misma búsqueda de significado se aplicara a sus propios escritos, y por eso vino la petición a su amigo, Max Brod, de que los destruyera tras su muerte, en 1924, a los 40 años. Su amigo no le hizo caso y, gracias a ello, ahora se conocen los escritos de Kafka. Este es otro gran tema que le hubiera encantado a Kafka: ¿su amigo se comportó lealmente al no respetar su deseo, o por el contrario fue un traidor?
   

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