viernes, 11 de noviembre de 2016

El insondable libro de Lucia Berlin 'Manual para mujeres de la limpieza'

Por Tesa Vigal

Lo creativo es un intento de explicar el mundo, una meta que nunca llega a alcanzarse. También ahí la meta es el camino, y en esa exploración inacabable, más grande según se profundiza, a veces el material de partida es la propia vida del autor, aunque en realidad eso siempre está presente, incluso en las historias de tema aparentemente distinto. 



En el caso de Lucia Berlin, el enfoque sobre su vida resulta inclasificable porque tiene la hondura, el laberinto del propio tejido vital. Ella, a diferencia de aquellos que sólo consideran datos y objetos, en visiones superficiales y por tanto falseadas, nada en aguas subterráneas.

Esa mirada sutil, inquieta doblemente al partir de momentos cotidianos, empapándolos de asombro, misterio, espirales de melancolía, pasos perdidos, contradicciones fértiles, desolación de callejones sin salida, ambivalencia, o rotundidad. Como la de ciertos finales de algunos de sus relatos. En uno, atendiendo a un paciente grave en el hospital: "Se aquietó en mis brazos, resoplaba y roncaba suavemente. Acaricié su espalda tersa. Se estremeció, lustrosa como el lomo de un potro soberbio. Fue maravilloso". 


En algunos de los relatos de 'Manual para mujeres de la limpieza', ambientados en lugares y épocas donde vivió (California, Chile, Nueva York, Nuevo México, Texas...) se combinan humor y tristeza en mezclas imposibles, trémulas, reales. Otros, ironizan con ternura, recogiendo con portentosa sobriedad lo absurdo de las monjas de un colegio, lo entrañable de un viejo indio en una lavandería, la crueldad de su madre, la chifladura de su abuelo, lo delirante de ciertos desamparos, lo abismal de la conmovedora amistad infantil, la comunicación en el silencio, el silencio lleno de palabras, la aspereza del alcohol devorándolo todo, el idealismo de una gringa en Sudamérica, la alegría desesperada, la conexión inevitable, buceadores tropicales, clases de literatura, recepción de un hospital, la heroína de un marido esparcida sobre el lavabo, libros de misterio, arena roja, autopista distante.
¿He dicho ya que es un libro único?    

martes, 13 de septiembre de 2016

El palacio de la luna, de Paul Auster


Por Tesa Vigal

En esta historia, que acabo de releer con el mismo efecto hondo de un roce del destino sobre los hombros, hay una frase que podría resumir los pasos del protagonista: "uno no puede fijar su posición exacta en la tierra si no es por referencia a un punto en el cielo". Y esa operación necesaria de todo viajero  que no sea turista (excepto si quieres que el gps te guíe, o te pierda, en lugar tuyo) equivale a lo que Marco Fog, adolescente y luego joven, pregunta al mundo con su decisión de acabar de vender la herencia de su tío, saxofonista, las cajas de libros después de leerlos, que le han servido como muebles en su apartamento y han sido comprados por un librero llamado Chandler (como el autor atmosférico de novela negra, creador de Marlowe el detective más melancólico). Ya no le queda dinero para pagar el alquiler y decide irse a vivir a Central Park, sin avisar a nadie, para observar si el mundo responde moviendo ficha, o no, y en caso afirmativo cuál es la respuesta.


Y las vibraciones (en el lenguaje del tiempo de la contracultura en que comienza la historia, año 1969), el magnetismo de su desesperada osadía tendrá una respuesta larga, laberíntica, en realidad varias una dentro de otra, como mis libros favoritos de Auster, bailando con el destino en esos bailes escurridizos, enigmáticos, sorprendentes, que tanto le gustan (al destino, aunque no exista).

Es lo que tiene tocar fondo, o un callejón sin salida, o la desaparición del suelo bajo los pies, todas ellas situaciones excepcionales y, en esos casos y sólo en ellos, el universo también se mueve. No sólo con la aparición de amigos y un curioso trabajo con resultados varios con un punto ambivalente, sino con la incursión en el pasado de otros, además del suyo. Porque la historia que le cuenta su jefe, un viejo imprevisible y arisco en silla de ruedas, rebosa una portentosa atmósfera protagonizada por un pintor visionario que vivió en una cueva del Oeste. Y ese tipo de historias, como también la otra historia paralela en la que está contenida la de Marco Fog, despliega tentáculos de un momento a otro, de un espacio a otro, de un plano a otro, de un espejo a otro...


La fluidez de Auster es en este libro especialmente envolvente, con el ambiguo destello que lanzan las preguntas más íntimas de huella irreversible. No es casualidad que Marco y su tío antes de morir, elaboren mapas imaginarios a contrapelo de la naturaleza: "la Tierra de la Luz Esporádica, por ejemplo, y el Reino de los Tuertos". Pero eso sucede al principio del libro y, sin embargo, leyéndolo tuve la sensación de que toda la historia se desenvolvía como consecuencia involuntaria de ese tipo de acciones inusuales, conectando todo de manera irrepetible.

A Marco se le ocurre pensar que "no se podía separar lo interior de lo exterior sin causar grandes daños a la verdad". Y una frase del viejo en la silla de ruedas: " de pronto, sin la menor sombra de duda, comprendí que mi vida era mía, que me pertenecía a mí y a nadie más. Estoy hablando de libertad". Un vértigo parecido al del visionario pintor en su cueva: "nadie vería nunca aquellos cuadros. Eso era inevitable, pero, en lugar de atormentarle con una sensación de inutilidad, parecía liberarle". Y el párrafo final del libro, cuando Marco Fog quizás conecta con la cadena que ha conectado todo, incluyendo las extravagantes normas que el viejo le dicta para ir al museo de Brooklyn, donde está uno de los cuadros salvados del pintor visionario. Incluyendo el alunizaje ese verano del 69 del Apolo 11 en la luna, su apuesta por el caos en los días de Central Park, su amante perdida, viajar en el metro con los ojos cerrados y en silencio, las llamadas no atendidas en la puerta, la secreta vida de su madre muerta. Incluyendo El palacio de la luna, el restaurante chino donde ha comido con un amor perdido: 
"Era una luna llena, tan redonda y amarilla como una piedra incandescente. No aparté mis ojos de ella mientras iba ascendiendo por el cielo nocturno y sólo me marché cuando encontró su sitio en la oscuridad".

 

sábado, 16 de julio de 2016

'La condena' de Kafka


Por Tesa Vigal

Lo que me impresiona de Kafka es su afán, desesperado, por entender lo que no encaja en la supuesta lógica humana. Por ejemplo lo absurdo, lo tiránico de la autoridad cuando rechaza y agrede a todo aquel que se desmarca, pensando libremente. Ese dolor lo conoció muy de cerca en su relación con su padre, tema que trató en concreto, personalmente, en ‘Carta al padre’. Y que siguió explorando en el resto de su obra, en busca de significados, o tan sólo constatando, con una atmósfera mezclada de fragilidad, seca lucidez, perpleja ternura, desolación. En ‘La condena’ se reúnen la mayoría de sus relatos cortos, algunos apenas un párrafo.

Para conocer datos sobre su vida hay abundantes libros y páginas en internet. Por eso, como en la mayoría de autores de este blog, me limito a contar mis impresiones como haría charlando con un amigo sobre libros especiales. Tanto que los recomiendo, por si acaso a alguien le apetece leerlos y llega a disfrutar con ellos tanto como yo. A mí me encanta que me descubran cosas.

La Praga de Kafka, su museo
También me seduce de sus textos la importancia de lo sutil, de los matices (en ellos radica la inteligencia de las cosas), de ahí la constante, marcada separación entre comprender y justificar, algo que muchas personas aún usan como equivalentes con todo el peligro de la vieja actitud de “el fin justifica los medios”. Algo que me da mucho miedo. Creo que a Kafka también, sobre todo cuando viene envuelto en las temibles buenas intenciones, causantes a veces de tanto dolor.

Versión en cine, Orson Welles, de su novela
Comprender algo es quitarle poder, el poder de lo desconocido, de lo impenetrable, sobre todo si se trata de un dolor que nos han causado. Al entenderlo su efecto disminuye, incluso llega a desaparecer y esto es lo más deseable si el daño recibido ha sido devastador. Ese tipo de dolor intenso suele suceder más en la infancia, acompañado por la desoladora sensación de lo absurdo, de algo desconocido viniendo de no se sabe dónde (sobre todo si ese daño lo origina alguien que supuestamente nos quiere, nos protege, un padre sin ir más lejos).

Lo desconocido se escapa a nuestro control, pero cuando se aplica a personas es inevitable asimilarlo, gestionarlo, reaccionar como se pueda, por eso puede llegar a fascinarnos y al mismo tiempo llenarnos de un miedo que empape nuestra vida. Pero si se llega a conocer su mecanismo, su origen, desaparece el poder de lo incomprensible, incluso puede convertir a la persona, antes temible, en alguien patético de quien hay que defenderse.

Frase suya
Por eso jamás debe confundirse con la justificación. Por el contrario, hay que señalar al causante del dolor y alejarse de esa situación, o persona. Aunque la condena, como se refleja en el primer relato del libro con el mismo título, se revele absurda, desvele contradicciones, incluso desemboque en callejones sin salida.

Pero la huella del dolor es alargada y es difícil alejarse de ella. En algunos relatos, Kafka parece rozar la comprensión anhelada, incluso hay uno donde parece invocar la libertad y la maravilla, a modo de grito de guerra: ‘Deseo de ser piel roja’. Es mi favorito del libro, me emociona, y es tan corto y fascinante que lo cito aquí:

“Si uno pudiera ser un piel roja, siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo”. Fusión total con la tierra, con sus seres, formar parte de ella, visión sioux.

Pero en otros, Kafka parece vencido, o perdido en el laberinto. Como en el desolador ‘Ante la ley’, especialmente sutil porque bucea en la necesidad de sentido, de significado, de nuestro lugar en el mundo, concretada en ese campesino que espera largos años ante la puerta de la ley:
“-Todos se esfuerzan por llegar a la ley- dice el hombre -¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir y, para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice al oído con voz atronadora:
-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

Sí, es como un sueño, con toda su enorme carga de emoción, símbolos vivos, intimidad y sin embargo ese toque pavorosamente neutral de nuestro cuaderno de bitácora nocturno.

Quizás esa misma búsqueda de significado se aplicara a sus propios escritos, y por eso vino la petición a su amigo, Max Brod, de que los destruyera tras su muerte, en 1924, a los 40 años. Su amigo no le hizo caso y, gracias a ello, ahora se conocen los escritos de Kafka. Este es otro gran tema que le hubiera encantado a Kafka: ¿su amigo se comportó lealmente al no respetar su deseo, o por el contrario fue un traidor?
   

domingo, 15 de mayo de 2016

Libro fronterizo: 'Picnic en Hanging Rock' de Joan Lindsay


Por Tesa Vigal

En la frontera de la crónica, la exploración y el hechizo. La atmósfera resultante fascina tanto como su versión llevada al cine por Peter Weir. Y es tan misteriosa como la propia montaña australiana del título, uno de esos lugares que se revelan especiales, ambiguos, poderosos, por los efectos impredecibles sobre las personas que pasan, o se pierden, por allí.

Como les sucede a las cuatro alumnas de un internado de señoritas, en la Australia de 1900. Dos reaparecen poco después, aunque sin recordar nada ni poder explicar nada. A las otras dos se suma una de las profesoras de la excursión, quizás al ponerse a buscar a las adolescentes, cuando se dieron cuenta de su ausencia a la hora de volver al colegio. Aunque, por otra parte, los relojes que llevaban profesoras y cochero se habían parado al llegar a la montaña, hecho frecuente en la gente que se pierde en extrañas circunstancias, en determinados lugares (por cierto, también en España hay sitios con igual fama y parecidas leyendas, por ejemplo La Mussara, o el Barranco de Badajoz entre otros...). 

Película de Peter Weir

Publicado en 1967, incluye una curiosa nota de la autora que sugiere su propia perplejidad ante la historia. En la nota indica que el lector tendrá que decidir si es una historia real o ficticia. Y es que, en efecto, tiene la peculiaridad de que muchos la siguen tomando como verdadera, aunque no puede probarse, lo que me sugiere el poder de las leyendas surgido de cierta verdad que encierran, aunque haya sido modificada, o enriquecida, a lo largo del tiempo. 

Esa es la actitud con la que se narra la historia, un intento sobrio de explorar lo inexplicable a través de los hechos, la visión de cada persona involucrada, o como testigo de los demás personajes. Todos desbordados por la sombra alargada de lo extraordinario, por misterioso, en la vida de cada uno y del propio colegio. 

Hanging Rock en Australia

Hay lugares que atrapan, como dicen los indios. También podría haber lugares que contienen puertas dimensionales, de las que habla ahora la física cuántica, y antes muchos pueblos llamados primitivos. También se puede tratar de explicar como muertes por caídas en simas, o lugares no encontrados, pero a mí me interesa la insistencia de las leyendas en torno a ciertos lugares. Concretos. En la narración se hace hincapié en el efecto global que tuvo el caso de la desaparición, afectando también a personajes secundarios, directos o indirectos y es uno de los detalles que marcan su honda sensibilidad. Y no sólo a personas, sino a todo lo demás, como en el siguiente párrafo, a mitad del libro, no al principio como lo colocarían otros autores convencionales:

Película Peter Weir


"El picnic perturbó el normal desarrollo de sus vidas, en algunos casos de un modo violento. Y lo mismo sucedió con innumerables criaturas de presencia mucho más insignificante. Arañas, ratones, escarabajos... También ellos se escabulleron, se ocultaron o salieron corriendo aterrorizados, de manera parecida pero a una escala más pequeña. La trama comenzó a urdirse en el colegio Appleyard en el mismo instante en que los primeros rayos de luz del día de San Valentín cayeron sobre las dalias, y las alumnas se levantaron para ver lo espléndida que era la mañana... Y luego siguió extendiéndose, abriéndose en un profundo e intenso abanico..." . 

Creo que esa es la actitud de todo libro o película que cala hondo, al corresponderse con la intención exploradora sobre la propia vida, o de los otros, aplicada a circunstancias, hechos, incluso etapas. Una mirada...
Esta es la cita de Allan Poe que abre el libro: "¿Es todo lo que vemos o parecemos algo más que un sueño dentro de un sueño?" 

viernes, 25 de marzo de 2016

'El Horla y otros cuentos' de Guy de Maupassant

Por Tesa Vigal

Maupassant, nacido en Francia en 1850 tuvo una infancia difícil, con un padre violento y mujeriego y una madre neurótica. Heredó una enfermedad de origen venéreo que, posiblemente, le provocó al final de su vida la locura. Ese estado casi siempre relativo, escurridizo y fronterizo. Fue expulsado de un colegio religioso por una poesía irreverente y su adolescencia fue muy movida, entre vagabundeos, borracheras, lecturas… Flaubert, amigo de la familia, le ayudó positivamente en su futura carrera como escritor. 



En su juventud estuvo empleado en el ministerio de marina y no soportaba esa gris vida de funcionario. Gracias a la influencia de Flaubert consiguió colaboraciones en algunos periódicos y revistas, firmadas con seudónimo. En esa época escribió varias obras de teatro de carácter erótico. Ese aspecto de la vida le obsesionaba, quizás influenciado por su padre, y se dedicó a conquistas amorosas puramente sexuales de las que se enorgullecía. Frecuentó por igual a prostitutas y a damas de la alta sociedad y sus cuentos reflejan perfectamente esa dualidad de ambientes.

Su primer relato fue “Bola de sebo” en 1880, aparecido en el volumen de Las velas de Médan. Una especie de manifiesto del naturalismo, del que Maupassant pronto se despegó, trascendiéndolo. Sus relatos van mucho más allá de eso. El volumen estaba escrito por varios de los escritores que formaban el grupo Médan, presidido por Zola y al que solía asistir Huysmans, el famoso autor de “Al revés” citado como libro de cabecera de Dorian Gray, el protagonista de la novela de Oscar Wilde. Sin embargo en el grupo nadie esperaba nada de Maupassant.


En 1881 publicó su primer libro de relatos: “La casa Tellier”. Luego “Mademoiselle Fifi” en 1882, “Una vida” en 1883, “Cuentos del día y de la noche” y “Bel ami” en 1885, cuyo tema es el arribismo social. Después “Mont Oriol” de 1887 y “El horla”, “Pierre et Jean” de 1888, “Fuerte como la muerte” de 1889.

El éxito le proporcionó no sólo dinero sino nuevas y abundantes aventuras amorosas y el codearse con la buena sociedad. Realizó largos y solitarios viajes por Italia, África, Inglaterra… En 1883 nació su primer hijo de una chica aguadora de uno de los balnearios que frecuentaba. Tuvo con ella otros dos más pero nunca los reconoció, aunque se ocupó de ellos monetariamente.

En sus últimos tiempos sus relatos reflejan más que nunca sus obsesiones: la muerte, en concreto el suicidio, lo invisible, lo angustioso y amenazante. Hablaba de Dios y los humanos no sólo de manera pesimista sino violenta. Esto se acentuó en un periodo solitario del que salió su relato “El miedo”.



En una sola noche de 1892 intentó tres veces cortarse el cuello con un cortaplumas, tras otro intento de suicidio con una pistola. Fue internado en una clínica psiquiátrica durante el último año de su vida, en la que pasó de periodos de inconsciencia a otros de violencia extrema y camisa de fuerza, y delirios paranoicos o de grandeza. Murió en 1893, a los 43 años.

Sus relatos
El clima emotivo de cualquiera de sus cuentos es asombroso, además de usar potentes imágenes llenas de sutil imaginación consigue crear la atmósfera en muy pocas frases. Su intensidad es portentosa y las situaciones mismas de sus cuentos poseen una originalidad que se asemejan a las de Marcel Schwob (ver en este blog  ‘http://librosconaliento.blogspot.com.es/2015/03/corazon-doble-y-el-rey-de-la-mascara-de.html).

En cuanto a la manera de enfocar lo extraordinario en la vida cotidiana (tema del libro de cuentos El Horla) es profunda, sutil y real. Real porque el enfoque está siempre en la persona que lo experimenta y, por tanto, remite al misterio de la naturaleza incluyendo el laberinto humano. Y esa es su objetividad, aunque parezca contradictorio, ya que lo real es la experiencia, sea ésta subjetiva o no. Es más, se deduce de sus relatos que lo objetivo es lo subjetivo, que lo único que existe es la experiencia personal, la percepción.

Y el misterio está en lo insólito, sea o no sea extraordinario. Por ejemplo en el Horla se habla de un ser invisible y desconocido (y por tanto nada que ver con muertos ni fantasmas), que entra en la vida del protagonista modificando su realidad y su vida cotidiana y mostrando así su irrupción.

En el relato “Aparición”, el deseo y motivo de la presencia de un fantasma (aquí sí se trata de eso) es que el humano que lo ve le peina su larga cabellera, emergiendo un perturbador clima sensual, que también apunta a la misteriosa costumbre de seres acuáticos como ondinas y sirenas de peinarse durante horas y horas, y de ahí a la rica simbología del pelo como fuente y expresión de la fuerza (no sólo física, sino como poder personal) y la sensibilidad.



En “Él” la visión es la de una figura que, de espaldas y sentado en su sillón, ha sustituido una noche al dueño de una casa, quien a partir de ese momento no puede quedarse solo porque el horror a lo “cercano desconocido” se ha instalado para siempre en su vida, haciéndole tomar la decisión de casarse.

En “Magnetismo” un hombre sueña un sueño apasionadamente erótico, acostándose con una conocida en la vigilia, a la que hasta entonces no ha prestado ninguna atención por resultarle indiferente. La fuerza de las sensaciones oníricas lo empuja al día siguiente a visitarla y el encuentro entre los dos, nada más verse y como si los dos “supieran”, se transforma en una realización del sueño.

En “Loco” un juez empieza a justificar a los asesinos víctimas de sus sentencias, y de ahí pasa a justificar el asesinato como un instinto innato, y finalmente el deseo de ver correr la sangre por su mano se apodera de él. Pero lo más asombroso e inquietante es cómo se describen, en primera persona, las sensaciones de placer embriagadoras al contacto con la sangre y la exaltación como efecto transformador.

En “¿Quién sabe?” la historia es contada por su protagonista, recluido voluntariamente en un manicomio porque tiene miedo de enloquecer. Y es que su experiencia es la de ser testigo una noche, de regreso a su casa, del desfile de sus muebles huyendo llenos de vida de ella, y al día siguiente recibir en el hotel, donde ha decidido pasar la noche, la noticia del robo de todos sus objetos.



Todo está vivo, nada es lo que parece, lo insólito acecha tras lo cotidiano, lo absurdo reina sobre la lógica, mejor dicho tiene su propia lógica, la sensatez vive al borde de un abismo de locura o delirio, el corazón humano no tiene fondo, el motor de la vida es tan misterioso e inaccesible como la naturaleza de los deseos, la intensidad se reparte por igual entre los vivos y entre los muertos. La negrura reina y acecha sobrevolando la vida, tanto por oscura como por desconocida. La fragilidad es compañera del movimiento vital. El universo es insondable y la locura tan normal que eso es lo que la envuelve en miedo. La soledad está superpoblada y el aislamiento amenaza en medio de una multitudinaria fiesta. La muerte es tan consoladora como reveladora. Lo cotidiano tan insufrible como abismal. Ese es el universo de Maupassant.
          





domingo, 28 de febrero de 2016

'Las efímeras' de Pilar Adón


Por Tesa Vigal

¿Por qué ese título? No siempre me surge esta pregunta. Con este libro, sí. Quizás porque apunta a su corazón, como diría un blues. Y es que, para mí, lo más turbador de la naturaleza es también lo que me fascina de ella: la fugacidad personal junto a la poderosa permanencia de todo lo demás. Y todo envuelto en el movimiento perpetuo, misteriosamente inalcanzable. Sin embargo, somos las personas efímeras, vulnerables, las que contemplamos, sentimos, tememos a bosques, ríos, montañas agrestes de las que formamos parte, incluso inconscientemente, como una de sus más contradictorias manifestaciones. De ahí se deriva el deseo de los versos de Nathaniel Hawthorne, que se citan en la novela: 

"Quiero mi sitio, mi propio sitio, 
mi verdadero sitio en el mundo,
mi verdadero ámbito,
aquello con lo que la Naturaleza pretende que cumpla...
y que he estado buscando en vano durante toda mi vida"

Pilar Adón (para mí uno de los más fascinantes escritores actuales) plasma el poder inquietante, sobrecogedor de la naturaleza, incluyendo a sus criaturas, con una atmósfera poética que desborda, arrastra, empapa como la lluvia imparable, apuntando al centro siempre hondo, sin concesiones. En esta historia son los frágiles habitantes de un lugar apartado. Entre ellos dos hermanas de ambigua, desesperada, triste relación. Una pretende rebelarse, absurdamente, contra el poder amenazante de la vida imparable, en una actitud de patética dominación. Cuanto más trata de controlar más vulnerable se vuelve. 

También es inútil la supuesta actitud sumisa de su hermana, porque la sumisión supone resignación y ésta es lo contrario a la aceptación. La primera cierra puertas, la segunda las abre porque está dispuesta. Y me pregunto si la actitud más armónica con el misterioso poder de la naturaleza no consistirá en una aceptación humilde, que sabe pero actúa aunque no sirva de nada, desenvolviendo con naturalidad nuestra vida con sus límites y capacidades, eso que está en nosotros, sin haberlo pedido ni buscado, que exige ser vivido sin intenciones. Leyendo esta turbadora novela recordé una frase del I Ching, el libro chino de las mutaciones. La busqué, la tenía subrayada: "La naturaleza carece de intenciones, por eso en ella todo es tan grande".      

miércoles, 13 de enero de 2016

'Alguien voló sobre el nido del cuco' de Ken Kesey

Ken Kesey

Por Tesa Vigal

Ser, en lugar de tener, o de parecer.
La contracultura de los años 60-70 no iba contra ella, sino a favor de crear otra nueva, cuestionando valores establecidos, explorando con una libertad insólita el sexo, el amor y sus formas, la identidad personal y su realización, la expansión de la conciencia (con drogas o sin ellas), lo espiritual, la naturaleza, las prioridades... En nombre de la propia vida. 

Ken Kesey, dentro de ese movimiento sin reglas, aportó su experimentación psicodélica creando el grupo "los alegres bromistas" con unos amigos, en colaboración con el grupo musical Grateful dead, con los que recorrió Estados unidos en su autobús de colores, difundiendo la filosofía hippie hasta finales de los 60, cuando Kesey abandonó el proyecto por la persecución policial y el anquilosamiento que empezaba a vislumbrar en el tema.

Autobús de 'los alegres bromistas'
Literariamente, aportó esta novela tan especial, además de mítica, sobre el choque entre un ser indómito que llega a un hospital psiquiátrico (fingiéndose loco para eludir la cárcel) y los valores represivos imperantes en la institución, representados por la enfermera jefe que los impone de manera sutil pero implacable, con una actitud socavadora de la libertad en nombre de las, supuestamente, tranquilas y buenas costumbres de seguridad, conformismo y ojos cerrados.

Nada parece violento en la actitud de la enfermera, pero el resultado es una siembra constante de culpabilidad y miedo en los pacientes, bajo la apariencia de comprensivas preguntas sobre su situación personal, en las sesiones grupales diarias terapéuticas. Un viejo truco devastador, usado por religiones o filosofías dogmáticas, que consigue que las personas prefieran la niebla de las normas impuestas. La niebla, como la llama el impresionante indio silencioso, uno de los pacientes que es el narrador de la historia.

En ella se plantea qué es la locura, llegando a la conclusión de que sería la ausencia total de consciencia, lucidez, y no la inadaptación como tal. Se trataría de encontrar nuestro sitio en el mundo, sin renunciar a ser nosotros mismos. Justo lo contrario de lo que pretende la enfermera jefe, que todo el mundo se adapte a las convenciones imperantes. Nada que ver tampoco con la convivencia en libertad, que se basa en el respeto, no en la clonación. 

Eligiendo la "seguridad" del acatamiento y la sumisión no se cuestiona nada y el siguiente paso es la renuncia a ser uno mismo. McMurphy, el rebelde que acaba poniendo el hospital patas arriba, fue encarnado magníficamente por Jack Nicholson en la también memorable película de Milos Forman. Y ese viento de libertad será ya imparable, aunque se destruya al rebelde, a aquel que ha abierto la puerta. Su huella es indeleble y su sombra alargada. Nada será ya lo mismo después del paso de McMurphy por la clínica, independientemente de lo que hagan con él. En este sentido, es revelador el hecho de que la gente libre, lo es sin poder evitarlo, y aunque le presionen con amenazas no puede evitar ser lo que es. 

En palabras del indio, refiriéndose a McMurphy: "Era como si se hubiera comprometido a jugar hasta el final y no hubiera manera posible de anular ese compromiso". Lo dice después de que McMurphy opte por quedarse en la clínica cuando ha tenido la oportunidad de escapar. Y afina aún más al captar que los propios pacientes, que le temían y le jaleaban contradictoriamente, le exigían de alguna manera seguir ese camino, aunque ellos le racionaran por miedo: "Nosotros lo habíamos hecho seguir en la liza durante semanas, lo habíamos mantenido en pie mucho después de que sus pies y sus piernas ya hubieran cedido, semanas de obligarlo a guiñar y sonreír y reír y continuar su comedia, mucho después de que su humor estuviera agostado entre dos electrodos".

Y esto es lo más impresionante de la historia, que acaba bien a pesar de que también acabe mal. Porque el resultado es la libertad del narrador, y  el efecto a largo plazo de los que han sido influidos por el rebelde, en algún momento, en algún lugar. En este caso, el impresionante indio saliendo en busca del amanecer.