lunes, 16 de marzo de 2015

'Otras voces, otros ámbitos' de Truman Capote

Por Tesa Vigal

“Entre la gente que escribe están los escritores y están los artistas”. Esta frase de Truman Capote refleja bastante bien la sensibilidad artística que le llevó a escribir ‘Otras voces, otros ámbitos’, aunque me da la impresión de que la esencia lúcida de esas palabras acabó convirtiéndose en la actitud premeditada de la pose, del personaje artificial con el que se defendió en sus últimos años, quizás olvidando que la provocación deliberada está en los escritores y la exploración sincera anida en los artistas. Como diría Almodóvar: “un auténtico provocador lo es involuntariamente”. Pero es que Truman Capote era una persona sensible con una historia dolorosa y la sensibilidad se protege como puede, con muros o con máscaras, o con ambas cosas.


Nació en Nueva Orleáns el 30 de septiembre de 1924. Su madre era una joven inestable y de vida agitada. Al separarse de su padre, éste acabó abandonando a Truman en casa de unos viejos parientes, en una zona rural de Alabama. Allí transcurrió su infancia, como la del niño protagonista de su primera novela, esa maravilla de la que voy a hablar en este texto. A los 10 años ganó un concurso literario infantil, aunque había empezado a escribir antes: “Empecé a escribir cuando tenía 8 años, de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyera. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer, ir al cine, bailar claqué y hacer dibujos. Entonces, un día, comencé a escribir, sin saber que me había encadenado por vida a un noble, pero implacable amo”.

En la adolescencia se reunió con su madre y su nuevo marido de ascendencia cubana. De él tomó el apellido Capote. Y por entonces comenzó a publicar cuentos en revistas culturales como la famosa New Yorker. Y se trasladó a vivir a Nueva York, donde se metió de lleno en el mundillo artístico con su faceta de chismoso con ingenio, insolente y excéntrico. En 1948 publicó su primera y enorme novela, “Otras voces, otros ámbitos”, con gran éxito de crítica y público. Luego llegarían relatos cortos como “Un árbol en la noche”, nuevas novelas como “El arpa de hierba” en 1951, reportajes en prensa y adaptaciones de guiones para el cine. En 1958 se publicó “Desayuno en Tiffany’s”. Y un año después es enviado por el New Yorker para escribir sobre el asesinato de una familia en un pueblo de Kansas.

Es evidente, para cualquiera que lea sus libros literarios, que se trataba de alguien especialmente sensible y dolorido, que utilizaba una máscara social defensiva mordaz y epatante, que le sirvió estupendamente hasta llegar a la crisis que supuso el periodo de redacción y de investigación de su última novela, la famosa y sobrevalorada “A sangre fría”, con el contacto y entrevistas con los asesinos retratados en ella, que le marcó honda y oscuramente.


Ese proceso conflictivo es el tema de la magnífica e impresionante película “Capote” de Bennet Miller, protagonizada por el inmenso actor Philip Saymour Hoffman. Nada que ver con una película biográfica. No cuenta su vida, habla de su alma, revelada con todas sus contradicciones en ese momento crucial de su vida. Por un lado, como artista, la necesidad de usarlo todo como material creativo es instintiva. Por otro, el contacto con el lado más oscuro, la violencia fría, con uno de los asesinos que vivió una parecida infancia abandonada, y con la brutalidad de la pena de muerte, acabó revolviéndole por completo, en una mezcla de culpabilidad (por haber usado a los dos asesinos para sus fines artísticos) y horror.

A partir de entonces no pudo volver a escribir otra novela. Sí libros sobre sus conocidos famosos, más periodísticos que otra cosa. Y más comerciales… Su crisis personal fue acompañada de un declive en su popularidad, que le hizo refugiarse más que nunca en el alcohol y las drogas. Como él mismo decía en una frase de tiempos más optimistas: “Soy drogadicto, soy homosexual y soy un genio”. Su naufragio final acabó con su muerte en 1984, cuando nadie quería saber nada de él.

Personalmente recomiendo para conocerle que no se lea ‘A sangre fría’, su peor libro para mí, quizás, sino ésta su primera novela, y el volumen de sus Cuentos completos en la edición de la editorial Anagrama del 2004.


Otras voces, otros ámbitos
Esas frases rotundas y breves, cargadas sin embargo de significados profundos y reverberantes, como ondas en el río… “parecía como si el sueño le hubiese golpeado”, “el jardín quedó silencioso, secreto y brillante”. Igual que Fitzgerald en una corta frase te mete en un mundo vivo, plagado de sensaciones, rezumando atmósfera, múltiples dimensiones.

Es una historia iniciática, la de un niño en la pubertad al que “aparcan” en la casa de unos parientes desconocidos, en una casa solitaria del profundo sur. Empieza como empiezan todas las vidas: uno aparece en un lugar y tiene que convivir forzosamente con la gente que hay allí, tiene que buscar ayuda para encontrar una meta y para llegar hasta ella. Tiene que descubrir su motor. Pero en realidad siempre se está solo y así se hace el camino, aunque en apariencia estemos rodeados de gente.


La naturaleza deslumbrante, extrema en colores y personajes, del sur de Estados Unidos. La zona legendaria de ese país recorrida y habitada por el alma africana de los negros y su riquísima cultura: creencias, magia, música… Sombras brillantes, casas polvorientas, una cicatriz en el cuello de una negra adolescente, olor a tierra mojada, poderes fantasmales, silencios zigzagueantes, gatos de colores, el tiempo pesando como kilos de flores secas… Es el mundo de esta historia que es el que vivió Capote en su propia infancia abandonada. El misterio que acompaña la visión del mundo de alguien sensible (en este caso, la de un niño de 13 años que viaja solo hasta la casa solitaria de su padre, ausente de su vida durante 12, al morir su madre), empapándolo todo de presencias solapadas y almas subterráneas.

Secretos de familia planeando perezosamente como humo, en espirales lentas y ahítas de pasado. Trata sobre las raíces, que no hay que confundir con la familia de uno, ni con el país donde se ha pasado la infancia, sino con la fuente eterna y oculta de nuestros sueños y nuestros miedos. A veces coinciden, otras no. Pero siempre van más allá de las circunstancias. Por sus páginas se escurre el misterio del porqué de todas las historias. No sólo porque está contado en tercera persona (es decir, el tipo de historia que se cuenta sola, desenvolviéndose por sí misma, con origen y meta inciertos), sino porque dentro de ella los personajes también hablan así, expresando en voz alta las voces interiores que llegan hasta ellos desde algún lugar, independientemente de la persona que lo oye. Creo que la moda actual de los relatos en primera persona revela una ingenua intencionalidad: dar una supuesta veracidad al relato, como si así fuera menos ficción, igual que el tonto truco de dar verosimilitud a una escena poniendo una sarta de marcas (de coches, de tabaco, de relojes, de lo que sea), aunque no sea significativo para el relato, y no siempre lo es. Es más, cuando se trata de dar verosimilitud a algo es que no la tiene, cuando se trata de demostrar algo es que no es auténtico. La autenticidad tiene vida propia, son mundos invocados. La ficción no es mentira más que en apariencia. Y el ensayo y el artículo periodístico son reales pero sólo tocan la superficie de las cosas, datos y pensamientos. No da vida a nada. Como decía Orson Welles: “el arte es una mentira que desvela la verdad”.


Uno de sus parientes le habla al niño como si fuera un adulto, y además sutil y complejo. Sin importarle que le entienda o no. Sabe que el aliento vital de lo que cuenta le llegará perfectamente y le provocará sentimientos y sensaciones. Es de lo que se trata con una obra artística: el efecto. Y es un exorcismo del dolor de su autor. Recuerdo las palabras del personaje del escritor en la película Capote, cuando afirma que él y uno de los asesinos tuvieron una parecida y terrible infancia, sólo que él salió de ella por la puerta delantera y el asesino por la de atrás. Pero igual hubiera podido suceder al revés.

Personajes teatrales y excesivos, incluso a veces esperpénticos, propios de ese sur legendario que aparece también en Faulkner, pero aquí tienen el aura triste y atormentada de ciertos relatos de Carson McCullers (por ejemplo esa maravilla potente y oscura llamada “La balada del café triste”, de la que ya he escrito una reseña en este mismo blog). Una enana con vestido de seda infantil y zapatos de tacón plateados, con labios de muñeca. El negro centenario de botines anaranjados que duerme mientras conduce su carro, dejándose llevar por la mula. El paralítico de ojos siempre abiertos, que deja caer una y otra vez pelotas de tenis que se deslizan por la enorme casa. La mujer de una única mano enguantada en su casa ruinosa en mitad de la nada. El hombre culto retirado, escribiendo a lista de correos de todas las partes del mundo para encontrar al amante perdido. Papeles por el suelo moviéndose como animales. El camino del viento, el mundo que impone temor y reverencia, seres escondidos con sonrisa y cuchillo.

En resumen es un libro cuya lectura es pura delicia, algo lleno, rico, con miles de sugerencias que se escapan por todos sus rincones, hasta llegar a su final mitad trágico, mitad esperpento y de una sobrecogedora intensidad. Podría resumir el corazón de esta novela en la siguiente frase: “otras voces, otros ámbitos, voces perdidas y tenebrosas arañaban sus sueños”.
  

2 comentarios:

  1. Lo acabo de terminar y la tercera parte me ha dejado bastante fuera de lugar. Como si no hubiese entendido nada lo que leí. Tal vez el escribir entre líneas o absurdamente hizo que pierda la hilación en la lectura.

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