lunes, 30 de marzo de 2015

'Corazón doble' y 'El rey de la máscara de oro' de Marcel Schwob


Por Tesa Vigal

Autor poco conocido y sin embargo memorable. La potencia y hondura de sus relatos se encuentra pocas veces en la literatura. Y el empleo que hace de los símbolos tiene todo el alcance y el efecto de un sueño. Es decir no usa los símbolos ni las imágenes como adorno, sino para expresar exactamente la realidad de lo que cuenta. Porque es en el lenguaje analógico de los sueños donde se manifiesta la esencial “realidad” de su mensaje, cosa que comparte con el arte en general (cuando es auténtico. Ni esteticista ni superficial). Para poner un ejemplo del uso verdadero de los símbolos acudiré a la visión chamánica de los indios sioux, para la cual el águila o el león no son simples imágenes del sol sino manifestaciones del mismo. Y el sol no es una imagen del Gran Espíritu y la vida, sino una de sus manifestaciones.



En cuanto a la trama de sus relatos el mismo Schwob habla en el prefacio de “Corazón doble” sobre ella: “Puede llamarse crisis o aventura al punto extremo de la emoción. Siempre que la doble oscilación del mundo exterior y del mundo interior provoca un encuentro, hay aventura o crisis”.

Nacido en Francia en 1867 y muerto en 1905. Su tío era conservador de la biblioteca de Mazarino y en ella descubrió libros de todas las épocas. De allí partió su gusto por la antigüedad, paleografía griega y sánscrito, que utilizó de manera personalísima en sus relatos, muchos de ellos con una indefinición tremendamente sugerente, sin espacio ni tiempo concreto.

Fue traductor e introductor en Francia de Oscar Wilde, Thomas de Quincey, Daniel Defoe y Stevenson (de quien era amigo).

En su literatura, de intensas atmósferas la mayoría perturbadoras, destaca lo fantástico (que no literatura fantástica) y lo insólito, lo asombroso o lo onírico, pero siempre con un marcado relieve realista, que es lo que provoca su efecto descolocador y su impresión de largo alcance. Pasó de etiquetas de géneros. No es de extrañar porque la mayoría de sus cuentos son inclasificables.

Aparte de los dos libros de relatos que comentamos aquí, destacan el poderoso “El libro de Monelle”, basado en el recuerdo de una joven obrera de la que estuvo enamorado, mezcla de aforismos, cuento, poema en prosa... También “Minas”, poemas en prosa. Y “Vidas imaginarias” (que influyó mucho en Borges a quien le fascinaba), donde reinventa la vida de personajes históricos.

Los últimos años de su vida, ya enfermo, viajó por loa mares del sur, la isla de Samoa entre otros lugares, siguiendo las huellas de su amigo Stevenson muerto pocos años atrás allí.
De “Corazón doble” destacan:
“Las estriges”, con seres nocturnos devoradores de canto hipnótico como una súplica aguda y suave.

En “Los zuecos” una niña huérfana se encuentra con el diablo en medio de un bosque nocturno. El diablo le dice que se ponga el zueco caído y al calzárselo la niña se encuentra en medio de un camino soleado donde alguien la recoge. Allí comienza su “vida futura”. Acaba casada con un pescador y su vida discurre gris, pobre, triste y maltratada, hasta el momento de su muerte, cuando de repente, de nuevo se encuentra como la niña que fue, con el zueco recién puesto y en la oscuridad del bosque junto al diablo, quien le da a elegir entre la vida que acaba de vivir en el instante de calzarse, o seguirlo a él. ¿Hasta qué punto una vida no está ya “vivida” a partir de cierto instante?...


Los tres aduaneros” que persiguen una quimera, en forma de barco de contrabandistas, en su pequeña barca hasta alta mar, aunque la mayor parte del tiempo ya les han perdido de vista y sólo ven las sombras difusas de una noche sin luna. Beben de su botella de aguardiente y se entregan a sus sueños, esos que desde el principio fueron su auténtico móvil.

“El tren 081” con dos trenes que se cruzan, cuando uno de ellos es un tráfico inexistente”, y en el lapso de discurrir paralelamente ven como en un espejo los gestos repetidos de sus maquinistas.

En “Los sin cara” dos heridos en una guerra pierden su cara en una tremenda herida y la mujer de uno de ellos (en teoría), al no poder distinguirlos se lleva a los dos a casa para tratar de decidir cuál de ellos es su marido.

“Aracné”, con frases como “sus besos escocían como agujas”. El amor como delirio liberador, el de su protagonista fascinado por el tejer vertiginoso de las arañas, su novia bordadora y el éxtasis de ser absorbido por ellas y sus telas de seda.

En “El hombre doble” se pregunta dónde reside la verdadera naturaleza de un ser humano, sobre todo cuando surgen lados, personalidades y/o facetas contradictorias.


“El hombre velado”, o la fascinación paralizante del testigo de un asesinato: “Una de ellas era la idea del asesinato. Pero ya no la concebía como un acto, lleno de terror... la sentía posible, con algunos destellos de curiosidad y un aniquilamiento infinito de lo que siempre fuera mi voluntad. Entonces, el hombre velado se irguió y, mirándome fijamente bajo su velo color de carne humana, se dirigió con pasos sigilosos hacia el viajero dormido. Con una mano lo tomó por la nuca, taponándole al mismo tiempo la boca con un trozo de seda”.

“Beatriz” es un extraño cuento sobre la naturaleza del alma. Dos amantes leen dos versos: “Mientras besaba a Agatón, mi alma se me subió a los labios,/ Ella quería, ¡oh desdichada! Pasarse a él”. Y creen comprender que alma y aliento son una misma cosa. Y así uno promete a su amante moribunda que cuando esté a punto de morir la bese los labios para recibir su alma. Entrega total. Mistificación vertiginosa del beso.

“Lilith” tiene todo el fantasmagórico remolino de un cuento de Allan Poe. Y dentro de esa atmósfera mórbida y sedienta el fin de un amor eterno, la vanidad que suele arrasar el resto de sentimientos, la necesidad de huellas marcadas al rojo sobre las más suaves playas, la inútil invocación a la memoria traicionera.

“Un esqueleto” es una deliciosa e irreverente ironía. Si lo políticamente correcto es hablar bien de los muertos, aquí sucede todo lo contrario a través del divertido y sorprendente encuentro con el esqueleto de un viejo amigo, con el cual el protagonista pasa una inusitada velada.

“El cuento de los huevos” habla sobre la felicidad de gobernar viviendo y dejando vivir, y cómo la desgracia surge de la buena voluntad de interferir en la vida de los otros, con normas aparentemente creadoras de dicha.


De “El rey de la máscara de oro” destacan:
El que da título al libro, una vez más con tiempo y lugar indefinido. Una estirpe de reyes que en un momento olvidado ordenó que todos en la corte llevaran una máscara correspondiente con su función u oficio, y prohibieron la presencia de espejos en palacio. De repente llega un mendigo con la cara descubierta y el rey le deja entrar en el salón del reino con toda la corte reunida.

“En aquellos tiempos la raza humana parecía estar a punto de morir”. Así comienza otro relato en algún lugar y tiempo mítico-simbólico: “La muerte de Odjigh”. Un cazador caminando en compañía de animales. Un muro de hielo golpeado hasta romperlo y liberar el calor del sol devolviendo la vida al mundo.

“El incendio terrestre” que comienza diciendo: “El último arranque de fe que entusiasmó al mundo no lo pudo salvar”. Y este es su final: “El cielo era una cúpula de fuego. En el horizonte no había más que un único punto azul intenso sobre el que se cerraba el ojo de la llama. Un mar rugiente los estaba alcanzando.


Ella se puso de pie y se desvistió. Sus miembros desnudos, frágiles y lisos, estaban iluminados por la luz universal. Se cogieron las manos y se besaron.
-Vamos a amarnos- dijo ella”.

“Las embalsamadoras”: “Encerrar la luna en el marco de un espejo, o freírla en una sartén como una medusa amarilla”. Magia etíope en un tiempo lejano y sin límites. Amar hasta el punto de matar el cuerpo deseado...

“Las milesias”. Las vírgenes de una ciudad comienzan a ahorcarse misteriosamente, sin que nadie se explique el motivo. Y en la ciudad deciden expulsar fuera de sus murallas a las putas, los vendedores de drogas y los filósofos, por si tuvieran relación con la causa de los suicidios.

En “Blanche la sangrienta” nos cuenta de una niña de unos 10 años, casada con un noble medieval, que vaga por los pasillos y salas del castillo con su vestido infantil de novia, se atiborra de pasteles y bebe vino que luego escupe sobre los invitados, para finalmente liberarse de la carga sangrienta del cadáver asesinado de su marido, rezando con su vocecita algunos padrenuestros.

“La ciudad dormida”. Un libro oblongo semienterrado en las arenas de un desierto. Brújulas rotas. Un capitán de pabellón negro. Todos perdidos, de todos los países y todas las lenguas. Actuar siempre sin pensar jamás. La ciudad detenida, la ciudad del silencio.
“El país azul”. Una mano de una niña de 13 años coge la mano de un forastero y le dice: “ven”. Y los más profundos sueños acaban por hacer que su casa huya con ella para siempre...

En fin la motivación de Schwob sería con sus propias palabras: “Atraído hacia un abismo de místicas y desconocidas sombras... Y la pasión hacia lo extraño”.

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