miércoles, 21 de octubre de 2015

'Mandrágora' de Hanns Heinz Ewers

Por Tesa Vigal

Esta novela alemana, escrita en 1911, excesiva, extraña, llegó a tener en su época 28 traducciones y cuatro adaptaciones cinematográficas. En concreto la versión filmada, dirigida por Henrik Galeen en 1927, acabó siendo un referente del expresionismo alemán, con sus luces radicales, sombras espesas y fachadas distorsionadas. La editorial Alfaguara –en su mítica colección Nostromo, de libros especiales más o menos olvidados- la publicó en los años 80. Luego se ha reeditado en otras editoriales, al menos que yo recuerde en la editorial Valdemar. Se sabe muy poco del autor. Vivió en la misma época que Gustav Meyrink, el autor fantástico del Golem. También se le relaciona con sociedades, o grupos medio espirituales medio artísticos, por ejemplo con la sociedad de la Aurora dorada, la Golden Dawn inglesa, con miembros como Arthur Machen (otro fascinante escritor admirado por Borges), Yeats el poeta irlandés, Conan Doyle, Bram Stoker… 



Cuenta la historia de una enorme osadía: la encarnación humana de la vieja leyenda de la mandrágora, una raíz con forma de figurilla humana que surgiría en la tierra donde cae el último semen de un ahorcado, y con supuestas propiedades mágicas y ambivalentes, pues por un lado otorgaría a su poseedor riquezas fabulosas y poder, pero por otro le conduciría a la muerte. En esta historia se encarna en una mujer llamada Mandrágora, o Alraune, su protagonista surgida de la noche, de la fiebre y lo primitivo. De ese acero indomable basado en el misterio de lo sensible, que va revelando a su paso todo aquello que los demás entierran, o rechazan de sí mismos. Pero ese ser magnético, nacido bajo un ritual legendario para gratificar ambición y vanidad, resultará mucho más poderoso que sus creadores. Resultará incontrolable, abismal e indómito. 



La manera de escribir de Hanns Heinz Ewers tiene la honda, marcada atmósfera inquietante que recuerda a ‘El gabinete del doctor Caligari’ en película, y en literatura tiene el clima arrebatado de Hoffmann, o de Allan Poe. Sus potentes imágenes no se olvidan. Es un libro recorrido por una audacia insatisfecha. En frase de su preludio, en una época presidida todavía por la moral y la vida de tipo victoriano, a punto de desaparecer tras la primera guerra mundial: “No es para ti, hermanita rubia, para quien escribo este libro. Tus ojos son azules y buenos, y nada saben del pecado”.

Alraune es un ser proscrito, aunque nadie se atreve a afirmarlo. Sus padres también (el semen de un ahorcado y una puta, según la leyenda materializada por uno de sus febriles personajes, que se convertirá en su padre adoptivo). Serán utilizados para que surja la primera mandrágora viva, pero al contrario que ella, son débiles. Su hija, de una personalidad inusual, implacable, poseerá rasgos primitivos pero también los más sutiles. Es por esta razón, que los animales sienten un sano instinto de rechazo ante alguien que, igual a ellos, es sin embargo demasiado poderoso, peligroso por fundir cualidades esenciales de las dos especies. (Abajo carteles de la película).  


Condenada a la soledad, nadie tiene en cuenta a la niña silenciosa y extraña que vaga por la enorme casa de su padre adoptivo y creador, en total libertad. Los criados sienten ante ella desconfianza y temor. Pero Alraune va descubriendo, poco a poco, que además de no ser querida es utilizada. Así nace en ella el mecanismo automático de la venganza. Una venganza, que siempre se limitará a desvelar hasta las últimas consecuencias los aspectos peores de todos los que la rodean. Y esto, hasta el punto de hacerles sucumbir por ese, su lado más débil, y reír, reír desde su inocencia más pura: limpia y salvaje.

Alraune ejemplifica a ese tipo de seres inocentes, impecables en su exigencia y en su armonía entre ideas, sentimientos y hechos. Torrentes inagotables de sensibilidad abismal, junto a un alma dolorida con garras afiladas. Pero ella, incomunicada e intrusa, no será manejable como ellos esperaban. Y no lo será porque ellos no son auténticos. Cada uno mantiene oculto un aspecto de su carácter que, sin ser reconocido ni vivido libremente, les resultará devorador y destructivo, al ser desvelado por Mandrágora.



Las novelas más imaginativas rozan, rodean, o plantean directamente el tema del mal. Bien sea el misterio del mal, el lado destructivo del mundo, o bien (como en este caso) una supuesta maldad que no sería más que la parte más instintiva, lúdica, rebelde de una persona. Una parte maldita que reprimida, relegada, deformada o sublimada, surge una y otra vez a través de cualquier manifestación imaginativa.

“Mandrágora” es un relato que, desde su principio, es una explosión vital inclasificable. Y lo vital no admite duda alguna. Su protagonista jamás renuncia, ni se conforma, porque ella no quiere parecer nada, sólo ser. Se mueve al margen de las convenciones sociales y su imposibilidad de rendirse no se basa en objetivos externos sino en su propia alma, en una necesidad de ser por encima del tener. Lo que está vivo no sigue modas, no acepta convenciones ni puede pactar con los enemigos.

Y hombres y mujeres se acercan a ella, irresistiblemente atraídos por el reflejo de lo que han rechazado en sí mismos. Pero ninguno se dirigirá directa y claramente a ella. Por el contrario, darán un paso en falso y la adorarán o la temerán. 



Su figura también refleja ese ser completo, por eso su físico es andrógino. Cuando aparece Alraune  las conversaciones estúpidas quedan en evidencia, los ojos que no miran quieren huir, las máscaras se caen, el esnobismo se deshace y todos resbalan en su atmósfera exaltada, absorbente, nítida, misteriosa… Pero muy concreta. Botas de cuero amarillo, terciopelo verde ajustado… Cabalga. Y a su lado el aire se transforma, se tambalea, queda en evidencia, cegado por un intenso, potente foco sostenido. Y Alraune de metálicos ojos verdes, con mirada soñadora, camina con la cara vuelta hacia la luna murmurando una mágica respuesta: “ya voy, ya voy…”.

En algunas páginas parece temblar suavemente la tierra. En otras triunfa lo turbador. El inicio de la novela impresiona por su esperpento. Recuerda al principio del mundo y al fin de los tiempos simultáneamente con esa imagen del bebé adormilado y feliz con la colilla negra de un puro en su boquita.  



En este relato el lector se regocija de las desdichas de la mayoría de los personajes de la historia. Una de sus “víctimas”, es un cobarde. Otro, un imbécil, otro un hipócrita, otro un ambicioso manipulador, otro un perro faldero masoquista… Uno de ellos muere tras una de las más bellas escenas, un baile de carnaval al que Alraune acude vestida de chico y la “víctima” de mujer. Y en la noche de intenso frío cortante caen gotas de sangre de labios mordidos y sus pies descalzos caminan sobre la nieve. Ella se burla de la idolatría y la sublimación. Así se lo hace patente a todos, pero ellos no lo entienden y acaban abocados a la autodestrucción.

Cuando al fin encuentra a alguien que la trata como a una igual, y ella le ama, ya no puede evitar seguir envuelta en el viejo mecanismo de muerte, en una inevitable expresión de sí misma. Esta relación final, con la única persona que la ha mirado a los ojos, la ha conocido y aceptado, es un continuo diálogo de dos almas luchando y amando con su poder en la mano. El jardín se transforma en laberinto y paraíso, en templo pagano y bosque prehistórico poblado de instinto y fuerzas antiguas y oscuras. Son dos alquimistas, dos cautivantes brujos conjurando con dulces y violentas invocaciones a todos los poderes.

En cuanto a su final, Mandrágora termina como los héroes místicos. Es traicionada por su víctima más impotente, mientras ella sigue volcada en su misterioso origen: la noche, la luna, la pureza de lo salvaje. En palabras directas de su autor, en un Final paralelo al Preludio: “Para ti escribí este libro, hermana mía… Tómalo de manos de un bravo aventurero, un loco presuntuoso que fue al mismo tiempo un callado soñador. De manos de uno, hermanita, que marchó al margen de la vida”



viernes, 4 de septiembre de 2015

'La campana de cristal' de Silvia Plath


Por Tesa Vigal

El mundo es extraño. Lo perciben los extraños, lo sienten los sensibles, lo exploran los poetas. Claro que también hay personas que son las tres cosas. Por ejemplo, Silvia Plath. Lo primero que leí de ella fue un corto poema, dentro de una antología de poetas suicidas. Su verso, "un dios ha debido apresarme por la raíz de mis cabellos", me impresionó por la exacta sensación de alguien debatiéndose contra lo poderoso de la vida, que se ha fijado en ti sin tú quererlo, por los motivos que sobrepasan a cualquier ser humano: lo misterioso que anima al mundo por alguna razón secreta, que te da vida para tirar de ti hacia una dirección oscura, que los demás parecen desconocer (hay un montón de información sobre su vida, no sólo en internet, para los que estén interesados).



'La campana de cristal' es uno de los pocos libros, novela en este caso, que me han dejado temblando. Los hay que me resultan interesantes y luego están los especiales, los que me llegan al alma y allí anidan, fascinándome, revelando infinitos efectos sobre mí cuando los releo. Pero entre estos últimos, sólo unos pocos me han dejado temblando. Junto al libro de Silvia Plath están 'Una temporada en el infierno' de Rimbaud, 'Poeta en Nueva York' de Lorca, 'Crónica del pájaro que da cuerda al mundo' de Murakami, 'Cumbres borrascosas' de Emily Brontë, 'Las vírgenes suicidas' de Eugenides y 'El corazón de las tinieblas' de Conrad. (De algunos ya he hablado en este blog)

En los libros con huella profunda y sombra alargada, las impresiones y sensaciones que transmiten no vienen sólo de la historia que cuentan, sino que también surgen de la manera de contarlo. En 'La campana de cristal' es una sobriedad escalofriante, a través de los ojos de la narradora (Silvia-Esther), contemplando el mundo como un testigo involuntario, condenado a sentir, sin poder volar. Lo que se siente bajo una campana de cristal, es un vacío apabullante que todo lo devora, empezando por las cosas más cotidianas, esas que parecen "normales", incluso agradables.
Encuentros o citas sin sentido, con sabor a absurdo. Soledad en compañía que empapa la cháchara, admirablemente convencional, del resto de chicas compañeras del hotel. La visión de una "carrera" como algo asumido, natural, deseable (¿por qué?), pero que a Silvia-Esther le parece una idea dudosa, en el mejor de los casos. En el peor, un motivo por el que sentirse rechazada. La foto que van a hacerle con una flor en la mano, y que a ella le resulta vergonzosa por su artificiosidad estúpida. Como no se atreve a negarse, acaba llorando delante de la cámara. Un destino de marido y niños como promesa de felicidad, bajo la amenaza del rechazo si alguna mujer (especialmente en los años 50, aunque hoy todavía colea) reconoce que eso no le sirve, o no le gusta. Supongo que en ese punto aletea la negativa de alguna gente a ver personas en los seres humanos, aferrándose a una visión biologista de machos y hembras. 

Dibujo de S. Plath

Pero desde luego este libro no se queda ahí (en ese caso sería interesante, pero de corto alcance).  La campana de cristal puede ser la forma de sentir la vida de cualquier persona y lo terrible no es no ver la salida, sino el rechazo de los demás hacia esa rareza, esa desadaptación devastadora, añadiendo así incomprensión al dolor previo.

En los años 50, era probable que los "raros" acabaran ingresados en un psiquiátrico por sus bienintencionados familiares, y allí recibir preciosos tratamientos de electroshock. No sólo le pasó a Silvia. Recuerdo ahora una peli impresionante, 'Frances', sobre el caso de la actriz rebelde Frances Farmer (interpretación memorable de Jessica Lange). Pero, aunque se hubiera librado de ello, Silvia-Esther seguiría mirando con sed de sentido, cada detalle a su alrededor, cada gesto, con el mismo estupor. 



Es terrible como la gente la etiqueta de inmediato, como una curiosa defensa inconsciente ante lo que se les escapa. Por ejemplo, en este párrafo: "Una vez, en una calurosa noche de verano, había pasado una hora besando a un estudiante de derecho de Yale, peludo como un mono, porque sentía lástima por él. Era tan feo... Cuando terminé, dijo: "Te tengo calada, nena. Serás una mojigata a los cuarenta".
"¡Facticio! garabateó mi profesor de literatura creativa del colegio en un cuento mío llamado 'El gran fin de emana'.
Yo no sabía qué significaba "facticio", así que lo busqué en el diccionario.
Facticio: Artificial, falso.
Nunca llegarás a ninguna parte así".

La forma de contar de Silvia-Esther, tan descarnadamente sobria, enfoca lo que no se enfoca, desvelando el otro lado de las cosas. Puntualizar, agigantar con su melancólica lupa, en un sostenido primer plano que respira y respira.   
     

  

miércoles, 8 de julio de 2015

'El crepúsculo celta', Yeats


Por Tesa Vigal

Este original libro, traducido para la editorial Alfaguara por Javier Marías) trata sobre las historias, creencias y anécdotas narradas por sus paisanos irlandeses al premio Nobel Yeats, sobre el pueblo gentil (esa es una de las formas de llamar a los duendes, hadas y espíritus elementales, o de la naturaleza), y que Yeats recogió con delicadeza, intensidad y temeridad. 
Los seres de esa zona duende, paralela, son comunes a todos los pueblos. Para conocer a los que pueblan España recomendamos la trilogía “Seres mágicos de España” (Duendes/Hadas/Gnomos) de Jesús Callejo y Carlos Canales.
Yeats

Podría decirse que su sentido es la búsqueda de una vida más plena, pues en el país borroso los sentimientos son puros y sin dudas, son inagotables y plenos de belleza (y empleo este término en el sentido de verdad profunda que conmueve). Respecto a esto dice Yeats: “En el reino borroso hay más amor, más danza y más tesoros que en la tierra”.

En cuanto a sus relatadores, Yeats menciona una característica muy clarificadora sobre ellos que, para mí, es coincidente con la forma de mirar y ver el mundo de los poetas y artistas en general: melancolía visionaria instintiva. Melancolía por el anhelo ambiguo de lo desconocido y lo pleno. Visionaria por el carácter oracular y su función de instrumentos transmisores de los poetas. Instintiva porque ambas cosas nacen del alma (o corazón, o vísceras) del poeta, como una necesidad insoslayable e inevitable de mirar, ver y transmitir.

Algunos de sus relatadores irlandeses se muestran escépticos –y por tanto sabios- respecto al infierno, pero sin embargo no dudan de la existencia del pueblo gentil porque “se dude de lo que se dude, de lo que nunca se duda es de los duendes, pues son lógicos”. Y algunos de estos contadores de anécdotas son tan peculiares como los seres de los que hablan. Por ejemplo un joven que escribe poemas y pinta que junto a sus poemas le mandó una nota a Yeats que decía: “aquí tienes copia de los versos que dijiste que te gustaban. No creo que pueda volver a escribir ni pintar nunca más. Me preparo para un ciclo de actividades distintas en alguna otra vida. Haré inflexibles mis raíces y ramas. No me toca ahora romper en hojas y flores”. O un viejo que en su juventud había tenido un encuentro con una que se decía reina entre Ellos, que le preguntó qué prefería si dinero o placer. Él eligió placer y ella le concedió su amor una temporada y luego le dejó. Y el viejo se quedó para siempre apesadumbrado.


Muchos le cuentan a Yeats sus visiones y encuentros con el reino borroso como testigos directos, y son tan asumidas esas visiones que una vez que un viejo testigo vio, junto a 30 hombres y mujeres que estaban trabajando en el campo, a un grupo numeroso de duendes, el hombre para el que trabajaban, a pesar de verles también, les obligó a dejar de mirar y volver al trabajo, porque para eso les pagaba, y tuvieron que dejar de mirarles.

En las narraciones sobre duendes se suele hacer hincapié sobre el aspecto paralelo y complementario de ambas zonas (la duendil y la humana). Unas veces afirmando que, para que los duendes puedan jugar a cierto juego deportivo, necesitan de la presencia de dos humanos. O comentando que una vez que se vio sobre una tapia lo que el humano testigo creyó un conejo, al acercarse más creyó que era un gato blanco y cuando se acercó más el ser empezó a hincharse mientras el hombre sentía disminuir su fuerza. Y la comunicación entre las cosechas, árboles y plantas de ambas zonas del tipo de vasos comunicantes.

La gente preferida por los duendes para llevársela a su zona son niños, poetas, músicos y los humanos muy admirados y queridos. Gente que despierta y siente fuertes sentimientos, pues estos atraen especialmente a los duendes. Aquellos a quienes raptan vivirán siempre felices entre Ellos, pero su alma acabará disolviéndose porque el alma no puede existir sin la pena. Algunos raptados regresan para visitar a alguien o para avisar de algo, pero generalmente suelen haber pasado cientos de años aunque para ellos sólo hayan pasado unos meses o unas horas. También puede suceder como a una mujer raptada que regresó a los 7 años, pero sin dedos de los pies pues los había perdido de tanto bailar.


En el pueblo gentil existen Sendas. Caminos nómadas, desde uno de sus lugares hasta otro. Unas veces los duendes avisan de las consecuencias nefastas de construir una casa sobre una Senda. Otras veces, aparecen sus efectos sin avisar. Y alguno de sus informantes son testigos de sus manifestaciones artísticas, como uno que confiesa haberles visto cantar y bailar una canción llamada “la catarata lejana”.

En cuanto a su actitud, suelen portarse bien si los humanos se portan bien con ellos. Pero no les gusta nada que alguien se interponga en su camino, o infrinja algunas de sus reglas o costumbres. Sus reacciones son entonces radicalmente nefastas, abarcando una amplia gama de efectos entre los que se cuentan la locura, o la muerte.

Respecto a su número no parece haber problema de desaparición, porque según los narradores el aire está lleno de Ellos y son tan numerosos como las arenas del mar. Sobre el aspecto de los seres elementales le informan extensamente. Algunos tienen patas de fauno –como “hijos” del dios pagano Pan- y por ello la iglesia les consideró demoníacos al demonizar a todos los espíritus y dioses anteriores al cristianismo. Su belleza y su fealdad, como todo en Ellos, es extrema y portentosa. Pueden ser del tamaño de un ser humano, más grandes, o mucho más pequeños, y según algunos el tamaño con que se les ve es por algo propio en los ojos de cada testigo. A algunas de sus mujeres las describen como de aspecto magnífico y majestuoso y de belleza “heroica”, y sin nadie entre los humanos que se le parezca.
Dibujo de David Lackin

Además de su belleza y fealdad radicales, su aspecto varía tanto como la enorme diversidad que existe entre “la gente desmemoriada” (otro término para referirse a los duendes). Puede ser una mujer vestida de blanco dando vueltas a un arbusto, que se convierte en un hombre y luego otra vez en mujer para luego desaparecer. O plumas azules en lugar de cabellos. Gente vestida a corchetes de colores o con antiguas túnicas griegas. O rostros apacibles y auténticos como los de un animal. O hombres con armadura, focas silbadoras, podencos con lengua de fuego... Un informante le contó que una vez se encontró con un hombre que le llegaba a las rodillas y tenía la cabeza como el cuerpo de un hombre, y le tuvo extraviado dando vueltas hasta que se cansó y le dejó de nuevo en el camino y desapareció. Un pastorcillo vio a la Dama Blanca, que pasó tan cerca de él que le rozó la falda de su vestido. Y el pastor se desplomó y estuvo como muerto 3 días. Otra persona le cuenta que estuvo refugiada en una noche de tormenta, en una cabaña con desconocidos, y al levantarse al día siguiente se encontró en medio del campo y todo había desaparecido.

Y otros le hablan sobre las cortes del país borroso, donde en todas hay una reina y un bufón (el más sabio de todos) y nadie se recupera del roce de alguno de ellos, aunque es posible recuperarse del roce de cualquier otro de sus habitantes. También le cuentan sobre familias humanas emparentadas con duendes por relaciones amorosas y descendencia híbrida.
Dibujo de David Lackin

Dos historias especialmente curiosas. Una es la de un hombre incrédulo que pasó una noche en una casa con fama de encantada. Se quitó las botas y estiró los pies hacia el fuego para secarse y calentarse, y vio a sus botas que empezaban a andar como si alguien invisible se las hubiera calzado. Salieron de la habitación, subieron la escalera y la bajaron, volvieron a entrar en la habitación y empezaron a patear al hombre al que acabaron echándole de la casa.

La otra historia es la de una mujer que cayó bajo el hechizo de Ellos. Siendo niña, entró a ver a su madre una mujer duende que le anunció que su hija había sido elegida para casarse con un príncipe del pueblo gentil. Y como estaría mal que su mujer humana envejeciera mientras su marido seguía siendo joven se le concedería una existencia duendil. Para ello su madre tenía que enterrar un tronco al rojo de la chimenea y, mientras el tronco no se apagara, su hija seguiría viva. Ya joven la niña se casó en efecto con el duende, que la visitaba todas las noches, y cuando éste murió a los 700 años, otro príncipe del país borroso se casó con ella y luego otro y otro. Así hasta que tuvo 7 maridos. Pero el cura de aquel momento fue a visitarla para decirla que era un escándalo su longeva juventud y sus 7 maridos. Y ella, quizá cansada de una existencia tan larga, le habló del tronco enterrado, el cura lo desenterró y ella murió.


Existen puntos especiales, auténticas Puertas a la zona duende. Por ejemplo un pequeño cuadrado blanco en una piedra caliza, que la gente evita rozar siquiera y junto a la que jamás pace ningún animal. Por las noches la roca gira y se abre y salen las huestes del país borroso a recorrer la tierra. Otra puerta está en un lago al que una vez quisieron desecar. Los que lo intentaban vieron de repente sus casas ardiendo y volvieron corriendo al pueblo para descubrir que no pasaba nada. Había sido un encantamiento de los duendes por su atrevimiento. Desde entonces se ve junto al lago una zanja a medio cavar. O como cierto paraje costero irlandés donde se cuenta que si alguien se queda dormido, se despertará tonto porque los duendes se habrán podido llevar su alma.

Al testimonio directo del propio Yeats se deben imágenes de pequeñas luces temblorosas y ruido como de un montón de guisantes contra un espejo. Y al testimonio de una amiga, letras doradas que desaparecían antes de ser leídas. Y todo ello después de pasar por un lugar con fama duendil.
El Ben Bulben monte mágico de Sligo, la región
irlandesa de Yeats

Otro pasaje, especialmente fascinante y enigmático del que fue testigo el propio Yeats junto a dos amigos. Fue junto a una cueva cercana al mar de la que salieron voces, música y una gran luz repentina. Yeats habla de tener como una “impresión” de cabellos oscuros y adornos dorados y su amiga y él reconocen, de alguna forma, a la reina de ese grupo que les contestó a varias preguntas. Entre otras cosas respondió afirmativamente cuando le preguntan si a veces se llevan a algunos humanos. También les comentó que “su gente” es parecida a la humana y hacen muchas cosas comunes a ambos. Cuando Yeats le pregunta sobre su naturaleza y el sentido del universo, la Reina le escribió en la arena: “Ten cuidado y no quieras saber demasiado de nosotros”.

Sobre la existencia duendil dice Yeats: “Cuando logro salir del todo de esa maraña de razonamientos me digo que sin duda ellos están ahí, los seres divinos, porque solamente los hemos negado quienes no poseemos sencillez ni sabiduría”.

Y sobre los relatos y los cuentos populares-míticos dice: “Son la más antigua de las aristocracias del pensamiento, y por rechazar lo pasajero y trivial, lo meramente ingenioso y bonito, con tanta seguridad como lo vulgar e insincero, y por haber reunido en su seno los pensamientos más sencillos y más inolvidables de las generaciones, es el suelo en el que todo gran arte está enraizado”.
    

domingo, 14 de junio de 2015

'El extranjero' de Camus


Por Tesa Vigal

Este pequeño gran librito, de infinitos hilos y tema escurridizo, es tan humano que resulta enigmático. En la tertulia cada uno se quedó con una faceta y hasta ahí lo usual. Lo interesante fue que cada faceta se desdoblaba en otras y esas otras giraban o desembocaban en nuevas fronteras. No siempre es así. Creo que se debió al propio libro, tan sencillo en apariencia, que se iba revelando como inabarcable. Impresionante la sobriedad que transmite, inquietante todo lo demás. Empezando por su protagonista, una persona extranjera de sí misma, porque no es consciente ni de sí mismo ni de los demás. Como le dice al juez que le interroga, no acostumbra a preguntarse, a pensar sobre sí mismo. 


Aquí me surgió una pregunta, ante los comentarios de algunos asistentes que elogiaban su honestidad. Porque en efecto él no miente, se limita a constatar lo que ha hecho (matar a un árabe sin motivo alguno, sólo porque el sol le molestaba), también lo que no siente. Pero ¿se puede ser honesto sin ser consciente de uno mismo? El protagonista se limita a dejarse llevar, sin elegir, sin juzgar, sin mirar, sin ver. Tan sólo se muestra especialmente sensible a lo sensorial, al clima, al calor, al sol, al tacto del agua. Quizás como un contrapeso al lado afectivo cercenado. Y no porque no haya sentido la muerte de su madre, con la que comienza el libro. Tan natural y posible es querer o no querer a tu madre, aunque de hecho esta faceta suya le hace ser juzgado y rechazado por los demás. Tiene el lado afectivo cercenado porque no siente afecto por su amante, ni tampoco siente compasión por la mujer maltratada de un vecino, a quien acepta ayudar cuando se lo pide. Tampoco siente nada por el vecino ambivalente, de relación tortuosa con su perro, y aunque no la quiere acepta casarse con su amante cuando ésta se lo pide. Todo con una devoradora indiferencia. (En la imágen la película de Visconti interpretada por Marcello Mastroianni). 


Una vida pasiva, sin afirmaciones ni negaciones. Al contrario que el inquietante pero conmovedor personaje de 'Bartleby el escribiente, de Melville (he escrito reseña sobre ese fascinante librito, también pequeño en tamaño, en este blog o en el blog complementario cuadernos dionisíacos de luna pálida; no recuerdo). Bartleby adopta, elige una postura, su frase "preferiría no hacerlo" es una decisión personal, por muy incomprensible que parezca. Alguien mencionó una semejanza entre ambos personajes y a mí me resultan opuestos. El extranjero, sólo se deja llevar a lo largo de una vida muerta. Su incapacidad de hacer otra cosa también le impide defenderse y eso le condenará en el juicio. 

Por otro lado es una persona aparentemente adaptada, anodina, que acepta sin cuestionarse nada la autoridad de su jefe y el resto de su vida cotidiana. No tiene valores propios, ni siquiera ha pensado en ellos, por eso acepta los que vienen dados. Y tuve la impresión de que los personajes del juez y el cura, con los que se encuentra en su estancia en la cárcel, son igual que él en ese punto, personas que no tienen valores propios y han aceptado los imperantes socialmente, como si fueran un espejo distorsionado y llevado al extremo de la ausencia de consciencia personal. Aunque en el caso de juez y cura la distorsión radical consiste en que ellos además quieren imponerlos a los demás, como dogmas de verdad absoluta, mientras que el extranjero, el recluso, nunca ha hecho eso porque tampoco ha sido consciente de tener esos valores. Es el único momento en que comienza a reaccionar, ante la forzada presencia del cura contra su voluntad.  

Albert Camus

Puede que este sea un relato sobre lo destructivo de tener un lado cercenado, sobre todo de manera inconsciente como en este caso. Y el relato acaba con otra muerte, ese lado de la vida con el que más nos enfrentamos al misterio, aunque toda la vida es en sí misteriosa. Ese bucear en el ser humano de Camus es lo que más me impresiona de él. Su enorme humanidad que le llevaba a cuestionarse todo, abandonar partidos políticos, plantearse todo, explorar todo lo posible. Por tanto más allá de ideologías políticas (cosa que le reprochaba Sartre, un seguidor de banderitas, que no entendía su humanismo). Un rebelde, un libre pensador, un soñador. En fin, el tipo de persona incómoda, que no encaja en ninguna parte y es mirado de reojo por todos. En ese sentido, Camus era un extraño, maravilloso extraño.       

  

martes, 19 de mayo de 2015

Apuntes sobre Rimbaud y el arte, 'Una temporada en el infierno'

Por Tesa Vigal

A modo de invocación, y con el mejor de mis besos, tres citas sugerentes en el camino de Rimbaud, uno de mis poetas favoritos:
“Todo auténtico poema está escrito en quinta dimensión” (Robert Graves)
“El arte es el presentimiento del infinito” (Hoffman).
“Entre la gente que escribe, están los escritores y están los artistas” (Truman Capote)

Aunque estas citas suenen a chino a la gente que confunde arte con periodismo. O resulten excesivas, o demasiado románticas. Escandalicen a los que confunden arte con costumbrismo, aferrándose a lo aparente y a lo comodidad de lo ya sabido. Y hagan enarcar una ceja a los estilistas que confunden arte con forma y pura técnica.


Un libro puede estar correctamente escrito y no ser creativo. Y puede tener un estilo insólito, alambicado, o rebosar premeditación, y ser pura paja mental (para mí lo opuesto al arte). Me encanta una frase de Almodóvar: “el auténtico provocador lo es involuntariamente”. La clave está en si debajo de eso hay vida o es una construcción basada en el vacío.

También suele confundirse lo simple con lo sencillo, para defender un tipo de libros planos cuyo estilo se defiende por lo fácil y accesible de leer. Se olvida en este caso que un estilo puede ser sencillo (ahora mismo se me ocurre el caso de Carver) pero si es arte siempre será profundo, con atmósfera y relieve. Con alma.

Tampoco se trata de elitismo. Como decía Henry Miller en su fascinante y pequeño libro sobre la poesía, basándose en la figura de Rimbaud (“El tiempo de los asesinos”, al que dediqué otra entrada en este blog), la poesía, el arte, no tiene que ver con erudición sino con sensibilidad. Por eso me parece que tampoco hay que tener prejuicios contra autores muy vendidos, hay libros magníficos y memorables que sin embargo han tenido una enorme difusión y ventas (que yo recuerde, por ejemplo, Fitzgerald, García Márquez, Auster, Murakami, Antonio Machado, Allan Poe…).



Puede que en estos tiempos la sensibilidad esté embotada, como opina Henry Miller en ese librito, (yo confío en que no sea así) en un proceso que empezaría en el siglo XIX, el de Rimbaud. Él sufrió por ello y por ello dejó de escribir a los 20 años. Si la poesía no servía para cambiar la vida, para estremecer y arañar el alma y la piel no merecía la pena escribir. El alma, no sólo la mente, no sólo el corazón. El sustrato más profundo y esencial del ser humano, como quiera que se le llame.

Porque es desde ese sustrato desde donde surge el arte, desde donde se escribe. De ahí la importancia esencial del lenguaje empleado. No como una diarrea mental de florituras o retóricas sino como el uso exacto de símbolos, la base de las creaciones artísticas de todo ser humano por las noches: sus sueños. De ahí su rotunda intensidad. Eso es lo que crea la atmósfera al invocar mundos completos, vivos.

El hecho es que la poesía no volvió a ser igual después de Rimbaud. Hasta el punto de que acabó empapando el futuro. Como un hilo conductor, invisible al principio, que desembocó en todos los movimientos culturales y sociales del siglo XX que exploraban nuevas formas de vivir (surrealistas, dadaístas, jóvenes beatniks, rockeros, hipys…). El sueño de Rimbaud se cumplió y, lo que es mejor, todavía está en ello. Su influencia en músicos de especial calado sigue siendo evidente. Algunos tan importantes como Bob Dylan (en la foto) o Patty Smith. Esta última no sólo lo reconoce a la hora de componer, sino que ha recitado los poemas de Rimbaud de vez en cuando (hace poco en Madrid en La Casa Encendida). 


Y como en los sueños la meta y el camino del arte es la exploración de la esencia de la vida. Más allá del espacio y el tiempo, allí de donde surge lo lúdico y la entrega, el inconsciente, la imaginación, el misterio, el asombro, lo trascendente, la sed…  Esa sed de trascendencia que ni siquiera se conforma con algunas de sus manifestaciones. En palabras de Rimbaud: “Ni leyendas ni mitos apagan mi sed”.

Una temporada en el infierno

Por eso cuando esa exploración es auténtica, imperativa y necesaria, la obra de un artista está unida de manera íntima con su propia vida personal. Y el caso de Rimbaud (Charleville, Francia 1854-1891) es uno de esos ejemplos. Para conocer sus datos y hechos hay montones de libros. Resumiendo se podría decir que era un chico muy rebelde que empezó a escribir a los 16 años, vagabundeó por Europa, participó en la comuna de París, tuvo una famosa y loca relación amorosa con el poeta Verlaine, dejó de escribir a los 20 años, se fue a vivir a África donde se dedicó a todo tipo de actividades políticamente incorrectas y desesperadas, entre otras el tráfico de armas, y volvió a Europa muy enfermo para morir a los pocos meses, con 37 años.



Para conocer su periplo vital interior, vuelvo a recomendar el fascinante libro ya citado de Henry Miller: “El tiempo de los asesinos”. En él se habla de la visión de Rimbaud de la poesía, algo trascendente, oracular, visionario… En lo que coincide con otros poetas como Hördelin y Blake entre otros. Y cómo eso marcó toda su vida, o la sostuvo. De manera clara y directa hasta que dejó de escribir. De manera oculta y desesperada, indirecta y contradictoria cuando dejó de hacerlo. Si la poesía no existía realmente, es que todo era mentira y lo sublime era una maldición torturadora. Y si eso era así, nada importaba. Su renuncia a escribir y su huida suenan a devolver al mundo la bofetada de una desolada decepción. En ese sentido veo el principio de su libro de prosa poética Una temporada en el infierno: “En otros tiempos, si mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones y en el que se derramaban todos los vinos.
Una noche senté a la belleza sobre mis rodillas –Y la encontré amarga- Y la injurié.
Me fugué. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio! Fue a vosotros que confié mi tesoro.”

Y Henry Miller también da su particular e interesante visión de los últimos momentos de su vida. El que busca lo trascendente no puede conformarse con el dios de cualquier religión. Es más, lo encontrará antiespiritual por su dogmatismo y moralinas, sus amenazas y crueldad. Una pequeña jaula de imposiciones donde encerrar a la conciencia de un ser humano, pisoteando su libertad. Y sin embargo lo que se cuenta es lo que contó su católica hermana, tras mandarle a un cura a su habitación poco antes de morir. Dada la rebeldía e irreverencia de su hermano se temía lo peor, por eso le asombró que su hermano hablara con el cura. Y dada la visión estrecha que ella tenía de lo religioso interpretó ese hecho y el comentario perplejo y asombrado del cura, sobre lo espiritual que le había parecido Rimbaud, en el sentido de que su hermano se habría convertido o algo parecido.  La interpretación de Henry Miller en su librito es muy consecuente. Se trataría de que Rimbaud, en su muerte, se había reconciliado con su parte luminosa y poética. Esa que quiso repudiar al dejar de escribir y que le hacía exigir en sus poemas lo imposible, la “navidad” sobre la tierra.



Lo excesivo provoca. Lo excesivo está presente en las almas demasiado sensibles, sedientas y exploradoras. Sienten más, tanto el dolor como el gozo, la insatisfacción como los sueños y eso incomoda bastante porque no se entiende desde el lado medio y usual de la vida. Quizás por eso existen algunos que, oyendo campanas sin comprenderlas, quieren “provocar” con su obra intencionadamente. El resultado suele ser patético y falaz, artificioso, pero vende bien entre los esnobistas, los sociólogos que van de “modernos” y los mercaderes del arte a quienes no les interesa el arte.

En fin, Rimbaud es excesivo y sufrió la consecuencia que suele acarrear: la inadaptación y la soledad en compañía de gente. Y tampoco hay que confundirlo con una vida social necesariamente incorrecta y dada a los excesos. Eso puede ocurrir, pero lo excesivo también puede plasmarse en una vida de ermitaño, o en una obsesión y pasión hacia cualquier faceta vital, aunque aparentemente parezca una persona con una vida social anodina. Su manera de sentir le delatará (como ejemplo, el oficinista gris que fue Kafka viene muy bien al pelo).

Hay una película de 1995, dirigida por la directora polaca Agnieszka Holland: “Total eclipse”, que aquí en España se tituló “Vidas al límite” y protagonizada por un magnífico y jovencísimo Leonardo di Caprio, antes de ser famoso. Una película de indudable interés aunque no llegue a ser redonda, con algunas poderosas imágenes desesperadas y una atmósfera de inquietante intensidad que plasma la relación atormentada entre Rimbaud y Verlaine. Aquí van algunas fotos de la película.


En cuanto a su manera de escribir es potente y visionaria, rezumando absoluto y un hechizo ebrio, dionisíaco, que remite portentosamente al origen y al final, a la fuente de todas las preguntas más íntimas, esas que nacen perturbadoras cuando el silencio toca fondo y empieza a oírse todo lo demás que se agita por debajo. Y entonces se necesita un sentido que estalle y lo bañe todo con su luz, sea la que sea, y que el espíritu se estremezca hasta en el detalle más cotidiano. Y uno no puede conformarse.

En fin, la lectura de Rimbaud no es recomendable para almas tibias o resignadas, o dichosamente “normales”. Les aburrirá, se quedarán fuera de lo que leen. Y aquellos que confundan la poesía con lo “bonito” (ignorando que son cosas opuestas, una es superficial, la otra honda), se darán un buen susto. Y a los que se quedan con la superficie de la vida les escandalizará ese poderoso ramalazo espiritual, ajeno por igual a religiones y a lo materialista.  

Ahí van algunas frases de la prosa poética de su “Una temporada en el infierno”, de la que recomiendo la traducción en español de la editorial Hiperión y la edición bilingüe en Ediciones 29 de los años 70: 


“¡La sangre pagana vuelve!. El Espíritu está próximo (…) Espero a Dios con glotonería (…) Entretanto, soy un maldito, siento horror de la patria. Lo mejor es soñar muy borracho, sobre la arena (…) Soy una bestia, un negro (…) Apreciemos sin vértigo la extensión de mi pureza (…) ¿Conozco a la naturaleza todavía? ¿Me conozco a mí mismo? Basta de palabras (…) ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza! (…) Voy a descorrer el velo de todos los misterios (…) Tengo sed, tanta sed (…) Vamos hacia el Espíritu. Es muy cierto, es un oráculo lo que yo digo. Comprendo, y no sabiendo expresarme sin palabras paganas, quisiera enmudecer”
Para los más inquietos y los que no se conformen con convenciones les propongo una exploración. Dejando de lado todo ¿qué sentido tiene Rimbaud? No vale la respuesta fácil :-)


             

lunes, 30 de marzo de 2015

'Corazón doble' y 'El rey de la máscara de oro' de Marcel Schwob


Por Tesa Vigal

Autor poco conocido y sin embargo memorable. La potencia y hondura de sus relatos se encuentra pocas veces en la literatura. Y el empleo que hace de los símbolos tiene todo el alcance y el efecto de un sueño. Es decir no usa los símbolos ni las imágenes como adorno, sino para expresar exactamente la realidad de lo que cuenta. Porque es en el lenguaje analógico de los sueños donde se manifiesta la esencial “realidad” de su mensaje, cosa que comparte con el arte en general (cuando es auténtico. Ni esteticista ni superficial). Para poner un ejemplo del uso verdadero de los símbolos acudiré a la visión chamánica de los indios sioux, para la cual el águila o el león no son simples imágenes del sol sino manifestaciones del mismo. Y el sol no es una imagen del Gran Espíritu y la vida, sino una de sus manifestaciones.



En cuanto a la trama de sus relatos el mismo Schwob habla en el prefacio de “Corazón doble” sobre ella: “Puede llamarse crisis o aventura al punto extremo de la emoción. Siempre que la doble oscilación del mundo exterior y del mundo interior provoca un encuentro, hay aventura o crisis”.

Nacido en Francia en 1867 y muerto en 1905. Su tío era conservador de la biblioteca de Mazarino y en ella descubrió libros de todas las épocas. De allí partió su gusto por la antigüedad, paleografía griega y sánscrito, que utilizó de manera personalísima en sus relatos, muchos de ellos con una indefinición tremendamente sugerente, sin espacio ni tiempo concreto.

Fue traductor e introductor en Francia de Oscar Wilde, Thomas de Quincey, Daniel Defoe y Stevenson (de quien era amigo).

En su literatura, de intensas atmósferas la mayoría perturbadoras, destaca lo fantástico (que no literatura fantástica) y lo insólito, lo asombroso o lo onírico, pero siempre con un marcado relieve realista, que es lo que provoca su efecto descolocador y su impresión de largo alcance. Pasó de etiquetas de géneros. No es de extrañar porque la mayoría de sus cuentos son inclasificables.

Aparte de los dos libros de relatos que comentamos aquí, destacan el poderoso “El libro de Monelle”, basado en el recuerdo de una joven obrera de la que estuvo enamorado, mezcla de aforismos, cuento, poema en prosa... También “Minas”, poemas en prosa. Y “Vidas imaginarias” (que influyó mucho en Borges a quien le fascinaba), donde reinventa la vida de personajes históricos.

Los últimos años de su vida, ya enfermo, viajó por loa mares del sur, la isla de Samoa entre otros lugares, siguiendo las huellas de su amigo Stevenson muerto pocos años atrás allí.
De “Corazón doble” destacan:
“Las estriges”, con seres nocturnos devoradores de canto hipnótico como una súplica aguda y suave.

En “Los zuecos” una niña huérfana se encuentra con el diablo en medio de un bosque nocturno. El diablo le dice que se ponga el zueco caído y al calzárselo la niña se encuentra en medio de un camino soleado donde alguien la recoge. Allí comienza su “vida futura”. Acaba casada con un pescador y su vida discurre gris, pobre, triste y maltratada, hasta el momento de su muerte, cuando de repente, de nuevo se encuentra como la niña que fue, con el zueco recién puesto y en la oscuridad del bosque junto al diablo, quien le da a elegir entre la vida que acaba de vivir en el instante de calzarse, o seguirlo a él. ¿Hasta qué punto una vida no está ya “vivida” a partir de cierto instante?...


Los tres aduaneros” que persiguen una quimera, en forma de barco de contrabandistas, en su pequeña barca hasta alta mar, aunque la mayor parte del tiempo ya les han perdido de vista y sólo ven las sombras difusas de una noche sin luna. Beben de su botella de aguardiente y se entregan a sus sueños, esos que desde el principio fueron su auténtico móvil.

“El tren 081” con dos trenes que se cruzan, cuando uno de ellos es un tráfico inexistente”, y en el lapso de discurrir paralelamente ven como en un espejo los gestos repetidos de sus maquinistas.

En “Los sin cara” dos heridos en una guerra pierden su cara en una tremenda herida y la mujer de uno de ellos (en teoría), al no poder distinguirlos se lleva a los dos a casa para tratar de decidir cuál de ellos es su marido.

“Aracné”, con frases como “sus besos escocían como agujas”. El amor como delirio liberador, el de su protagonista fascinado por el tejer vertiginoso de las arañas, su novia bordadora y el éxtasis de ser absorbido por ellas y sus telas de seda.

En “El hombre doble” se pregunta dónde reside la verdadera naturaleza de un ser humano, sobre todo cuando surgen lados, personalidades y/o facetas contradictorias.


“El hombre velado”, o la fascinación paralizante del testigo de un asesinato: “Una de ellas era la idea del asesinato. Pero ya no la concebía como un acto, lleno de terror... la sentía posible, con algunos destellos de curiosidad y un aniquilamiento infinito de lo que siempre fuera mi voluntad. Entonces, el hombre velado se irguió y, mirándome fijamente bajo su velo color de carne humana, se dirigió con pasos sigilosos hacia el viajero dormido. Con una mano lo tomó por la nuca, taponándole al mismo tiempo la boca con un trozo de seda”.

“Beatriz” es un extraño cuento sobre la naturaleza del alma. Dos amantes leen dos versos: “Mientras besaba a Agatón, mi alma se me subió a los labios,/ Ella quería, ¡oh desdichada! Pasarse a él”. Y creen comprender que alma y aliento son una misma cosa. Y así uno promete a su amante moribunda que cuando esté a punto de morir la bese los labios para recibir su alma. Entrega total. Mistificación vertiginosa del beso.

“Lilith” tiene todo el fantasmagórico remolino de un cuento de Allan Poe. Y dentro de esa atmósfera mórbida y sedienta el fin de un amor eterno, la vanidad que suele arrasar el resto de sentimientos, la necesidad de huellas marcadas al rojo sobre las más suaves playas, la inútil invocación a la memoria traicionera.

“Un esqueleto” es una deliciosa e irreverente ironía. Si lo políticamente correcto es hablar bien de los muertos, aquí sucede todo lo contrario a través del divertido y sorprendente encuentro con el esqueleto de un viejo amigo, con el cual el protagonista pasa una inusitada velada.

“El cuento de los huevos” habla sobre la felicidad de gobernar viviendo y dejando vivir, y cómo la desgracia surge de la buena voluntad de interferir en la vida de los otros, con normas aparentemente creadoras de dicha.


De “El rey de la máscara de oro” destacan:
El que da título al libro, una vez más con tiempo y lugar indefinido. Una estirpe de reyes que en un momento olvidado ordenó que todos en la corte llevaran una máscara correspondiente con su función u oficio, y prohibieron la presencia de espejos en palacio. De repente llega un mendigo con la cara descubierta y el rey le deja entrar en el salón del reino con toda la corte reunida.

“En aquellos tiempos la raza humana parecía estar a punto de morir”. Así comienza otro relato en algún lugar y tiempo mítico-simbólico: “La muerte de Odjigh”. Un cazador caminando en compañía de animales. Un muro de hielo golpeado hasta romperlo y liberar el calor del sol devolviendo la vida al mundo.

“El incendio terrestre” que comienza diciendo: “El último arranque de fe que entusiasmó al mundo no lo pudo salvar”. Y este es su final: “El cielo era una cúpula de fuego. En el horizonte no había más que un único punto azul intenso sobre el que se cerraba el ojo de la llama. Un mar rugiente los estaba alcanzando.


Ella se puso de pie y se desvistió. Sus miembros desnudos, frágiles y lisos, estaban iluminados por la luz universal. Se cogieron las manos y se besaron.
-Vamos a amarnos- dijo ella”.

“Las embalsamadoras”: “Encerrar la luna en el marco de un espejo, o freírla en una sartén como una medusa amarilla”. Magia etíope en un tiempo lejano y sin límites. Amar hasta el punto de matar el cuerpo deseado...

“Las milesias”. Las vírgenes de una ciudad comienzan a ahorcarse misteriosamente, sin que nadie se explique el motivo. Y en la ciudad deciden expulsar fuera de sus murallas a las putas, los vendedores de drogas y los filósofos, por si tuvieran relación con la causa de los suicidios.

En “Blanche la sangrienta” nos cuenta de una niña de unos 10 años, casada con un noble medieval, que vaga por los pasillos y salas del castillo con su vestido infantil de novia, se atiborra de pasteles y bebe vino que luego escupe sobre los invitados, para finalmente liberarse de la carga sangrienta del cadáver asesinado de su marido, rezando con su vocecita algunos padrenuestros.

“La ciudad dormida”. Un libro oblongo semienterrado en las arenas de un desierto. Brújulas rotas. Un capitán de pabellón negro. Todos perdidos, de todos los países y todas las lenguas. Actuar siempre sin pensar jamás. La ciudad detenida, la ciudad del silencio.
“El país azul”. Una mano de una niña de 13 años coge la mano de un forastero y le dice: “ven”. Y los más profundos sueños acaban por hacer que su casa huya con ella para siempre...

En fin la motivación de Schwob sería con sus propias palabras: “Atraído hacia un abismo de místicas y desconocidas sombras... Y la pasión hacia lo extraño”.