domingo, 28 de diciembre de 2014

'Ancho mar de los Sargazos' de Jean Rhys


Por Tesa Vigal

Este peculiar libro, que estremece, está ambientado en un Caribe inquietante y pavoroso. Su autora, de vida peculiar a la que cuadran adjetivos parecidos dijo: “Hay en mi mente lagunas que no pueden colmarse” .

Nacida en la isla de Dominica, Antillas, en 1890. Otras fuentes citan 1894. Llegada a Inglaterra a los 16 años, donde mal vive como puede trabajando como corista y semi prostituida. Empieza así un tiempo nómada recorriendo Europa, recalando principalmente en París y Londres, en compañía del alcohol y la soledad en compañía. Un fiel retrato de esa forma de vivir muriendo o morir viviendo es su impresionante novela “Viaje a la oscuridad”. 


Se casó 3 veces, enviudó una y dos de sus maridos acabaron en la cárcel. En 1919 pasa por Holanda y se casa con el periodista y compositor Lenglet. Tuvo dos hijos pero el niño murió. Empezó a publicar en los años 20 y 30, bajo patrocinio de Ford Madox Ford, pasando por completo inadvertida. Se la olvida por completo entre 1939 y los 60. Quizá por su constante de evitar los círculos literarios. Llegó a pensarse que había muerto, hasta que inesperadamente publicó en 1966 esta novela de la que voy a hablar a continuación, que causó gran impacto. En esa época vivía ya en una casita en el campo inglés. Murió en 1979.

Actualmente es considerada un gran clásico moderno. Su manera de escribir tiene una sobriedad apabullante, pero no seca como la de un Carver, sino húmeda y emotiva, lo que la vuelve aún más sobrecogedora. En sus libros abundan los personajes más vulnerables por su inadaptación y sensibilidad que por su penuria o marginalidad. Sus vidas parecen discurrir paralelamente al mundo exterior, a pesar de tener que luchar en él, a veces incluso de manera sórdida, por la subsistencia. Y aún así, da la impresión de que se mantienen en una pureza inevitable en cualquier situación y circunstancia. Como si no pertenecieran a nada. 


En ‘Ancho mar de los Sargazos’ es portentosa la contracorriente en la que circula el escenario de la historia, porque se suele asociar a una región como el Caribe con la alegría de vivir. Aquí sin embargo son otras visiones personales las que se arrastran bajo su cielo hiriente. Las flores enormes, los colores intensos, los perfumes agudos, las creencias radicales, los animales escurridizos, las selvas tupidas y la lluvia torrencial producen angustia y pena. Son amenazantes e incomprensibles, poniendo en evidencia el misterio de lo excesivo, fiel reflejo de su protagonista.

Las sensaciones y sentimientos están contados indirectamente, a través de los hechos y las percepciones del personaje. En lo que se fija, lo que ve, lo que oye… Mucho antes de que Carver se pusiera de moda y con una gran diferencia. Mientras en Carver esa forma de contar sólo hechos alude a una forma de sentir amorfa, de esos momentos en los que no puede ponerse nombre a los sentimientos, y por tanto a una situación de ignorancia deliberada o inevitable, en Rhys sí tienen nombre pero se evita cuidadosamente. En Rhys hay dolor, en Carver parece que no. En Rhys se sabe lo que se siente, en Carver no se tiene ni idea. Pongo un ejemplo. Después de una escena dramática en forma de hechos simplemente constatados, sin la menor sombra de juicio, la protagonista oye a su lado cantar a alguien una canción de la que oye un solo verso, antes de dormirse.

Esa ausencia de juicios, mirando lo que pasa como un sueño, y a la gente que actúa, acentúa enormemente la trascendencia, el peso propio de lo que ocurre, de lo observado. Remite al misterio del alma humana y al significado profundo más allá de las palabras. Surgen así los valores por sí mismos, automáticamente, llenando el hueco que le falta a la simple constatación.


También se marca así la naturaleza extraña, extranjera, del personaje que observa y como resultado suele encerrarse en su habitación, su silencio, sus calles… Buscando sin explorar, esperando sin citas, mirando sin ver, hablando sin dialogar. Con una insólita inocencia, empapándose del regusto incomprensible del mundo y sus habitantes.

Especialmente de sus habitantes, que a veces incluso llegan a parecer arcanos enigmáticos, colocados por algo en su camino, por fuerzas ciegas y poderosas, casi siempre amenazantes. Y que desprenden la sospecha de estar, probablemente, igual de incomunicados que el personaje observador, aunque no sean extraños como ella.

Después de que una niña sea rechazada violentamente por su madre, sólo comenta que en el trayecto de vuelta ella y su acompañante adulta no hablaron. Y el lector se queda con el peso plúmbeo y definitivo de ese silencio entre las dos, como si fuera la única materia de la que estuviera hecho el mundo.

La profunda tristeza, esa que más que tristeza alcanza la pena. Y la pena es por no tener lugar en el mundo. Por no haber cabida para ella en la Tierra. Frases hondas y desgarradas con apariencia distraída, como de pasada, porque es algo que hay que disimular, lo que aumenta la tristeza. Por ejemplo: “Nadas digas y quizá no sea verdad… ¿Cómo pueden saber lo que es vivir afuera?”. Y ese afuera señalado en cursiva.

Las respuestas del mundo llegan con frecuencia impregnadas en malevolencia y despecho hacia la gente, como la protagonista, demasiado sensible, o demasiado distinta.


Es una novela con un sorprendente y alternado cambio de narrador. De primera persona de ella, a primera persona de él.  Pero idéntica visión incomunicativa.

Presente también en la melancólica indiferencia de los negros caribeños, impregnada por el viejo servilismo colonial. Por ejemplo en el hecho de responder a la sencilla pregunta sobre su edad, con una respuesta subjetiva destinada a complacer y llena de burla socavadora: “¿14?, imposible”, “pues 57… ¿sí?”. Al fin y al cabo son el tipo de respuesta que tiene tanta gente, inventarse la imagen que parece gustar, sin nada que ver con la auténtica esencia. Esa renuncia a ser querido por uno mismo, que es tan desoladora como significativa. Sobre todo por lo extendida que está.

Cada vez que leo una historia sobre seres desadaptados, es como si de pronto cayera por un profundo pozo hasta darme de bruces con la situación del ser humano en general. No la aparente, sino esa que se desliza sinuosamente, incluso por debajo de la persona más adaptada aparentemente, aunque en este último caso, su no pertenencia sólo se asome en el silencio, poniéndola nerviosa como reacción.

En esta historia se suma la desubicación de los descendientes de los dueños blancos de plantaciones en tierra extraña, con sus indios exterminados, llena de negros antiguos esclavos, de blancos empobrecidos y despreciados por sus congéneres y también por los negros, de seres extraños. Esos seres que no pertenecen a ninguna parte, como consecuencia de las circunstancias, o más dolorosamente aún a consecuencia de su propia naturaleza. 


Ella y él, aislados y nadando como pueden en el mar incomprensible de la presencia de cada uno. Con una rotundidad de apabullante tristeza, esa que sólo surge de la lucidez constatadora. La que no quiere juzgar porque no sirve de nada y se limita a sentir.

También está presente en esta historia el maldito mecanismo, maldito por mentiroso, de entregar el vínculo afectivo a una persona, a veces independientemente de quien sea esa persona, por simple necesidad de expresión afectiva. Y una vez hecho el vínculo el imperioso deseo de ser correspondido, retribuido, respondido por esa única persona en concreto, que sin embargo hubiera podido ser cualquier otra. Tantas veces el amor es sólo eso… Muy pocos lo ven, muchos lo sienten. Sería ridículo si no fuera por el dolor que causa. El dolor es real, el vínculo también, la persona a quien se está vinculado es irreal, no es ella en realidad quien produce, quien provoca ese amor.

Y la historia se va cerrando tan radical como las enormes flores del trópico, y tan inquietante como su esencia anidada bajo sus pétalos de intenso color.


  


sábado, 20 de diciembre de 2014

La poesía en estos tiempos: 'El tiempo de los asesinos' de Henry Miller (a partir de Rimbaud)


Por Tesa Vigal

¿Qué es el arte? ¿cuál es su función?... Respuesta radical de Henry Miller en este librito arrebatado sobre la sustancia de la poesía, a partir de uno de sus grandes poetas: Rimbaud.


Para Henry Miller la esencia de lo creativo ("Y su lenguaje capaz de fundir el corazón y de hacer hervir la sangre") es el viaje a lo desconocido, al misterio de la vida, a la esencia de la naturaleza, y por tanto va dirigido de alma a alma ("Su meta es dar rienda suelta al espíritu"). No sólo de mente a mente. El artista es un mensajero de los dioses, como creían las culturas antiguas y "primitivas". Es un instrumento para volar y hacer volar, pero eso le convierte en solitario por su naturaleza excesiva. El arte sería lo que conmueve profundamente, lo que pone los pelos de punta y es inolvidable. Pero vivimos en un tiempo de "asesinos", porque muy poca gente (si es que hay alguien) que sienta el arte así ("Quienquiera que hoy experimente esa forma de angustia y la exprese, será considerado un romántico incurable. Nadie espera que sintamos ya de esa manera... Los humanos ya no vibran de exaltación; se retuercen y serpean de envidia y odio... La vida del humano actual es pálida y vacía").

Por el contrario abundan los adoradores de las apariencias. Es decir los que ante una apariencia formal diferente proclaman su maravilla, cuando lo aparente no existe, sólo lo parece. Y no existe porque el fondo no es diferente y por tanto su forma "distinta" obedece sólo a lo artificial
. Pero es más sencillo y asusta menos que lo auténtico, aunque justo eso es lo que la gente en el fondo añora. En la actualidad se enaltece lo banal, lo gratuito, por eso es un tiempo de asesinos.

Sobre Rimbaud dice: "De cualquier manera que se interprete su obra o se explique su vida, está más vivo que nunca. Y el futuro le pertenece aunque no haya futuro". Este es un libro imprescindible para todo aquel a quien le interese, apasionadamente, el arte. Igual que Miller se siente hermanado con la visión creativa de Rimbaud, yo a mi vez me siento hermanada con ella, y como mis pobres palabras no llegarían quizá a expresarlo por completo, cedo la palabra a sus frases directas. De ahí la abundancia de citas, quitándome el sombrero con vértigo ante su contenido revolucionario.

Para cualquiera que haya leído "Una temporada en el infierno" (con frases como: "y si no puedo expresarme con palabras paganas, prefiero enmudecer") y sepa que a continuación Rimbaud dejó de escribir, porque la poesía ya no provocaba reacciones y por tanto era inútil,  marchándose a África, en un gesto con olor desesperado, a ganarse la vida de cualquier forma (incluidas las ignominiosas como el tráfico de armas) comprenderá que ambas cosas están íntima y dolorosamente relacionadas. Sobre el tema comenta Miller: "El hecho de que sólo pudiera mantenerse intacto renunciando a su vocación es un tributo a su pureza, pero al mismo tiempo una condenación de su época". "Permitirá que sus sueños sean aniquilados, pero no mancillados. Había vislumbrado la vida en todo su esplendor y plenitud; no traicionaría esa visión convirtiéndose en un ciudadano domesticado del mundo".

Y, sin embargo, mucha gente no entiende que un poeta visionario como Rimbaud se ocupe de "cosas bajas". Rimbaud quería la “navidad” en la tierra. Miller: "Persigue lo imposible (...) como si estos sueños pudieran cumplirse. Está demasiado cargado de la energía que generan para desprenderse de ellos".


Henry Miller en su libro (único, distinto) desarrolla el punto de unión de ambas cosas y, desde esa aparente contradicción, pasa a hablar de la esencia de lo creativo y a diferenciar, por tanto, versificadores de poetas (cosa que muchos confunden, los que no quieren ahondar o carecen de suficiente sensibilidad). Alguien como Rimbaud que tiene un concepto tan alto, profundo y radical de la poesía-arte, siente especialmente en su carne el ánimo antipoético del siglo XIX que le tocó vivir, y que Miller amplía hasta la década de los 50 del siglo XX en que escribió este libro (es evidente que seguimos con el mismo ánimo en el siglo XXI): "Poseemos el conocimiento sin la sabiduría, la comodidad sin la seguridad, la creencia sin fe... El poeta es un paria, una anomalía".

Rimbaud: "El verdadero problema está en hacer monstruosa al alma". Y Miller añade: "O sea, no horrible, sino prodigiosa". "No puede vivir con sus ideales a menos que éstos sean compartidos, pero ¿cómo comunicarlos si no habla el mismo idioma que su prójimo?... El soñador debe contentarse con soñar, confiado en que la imaginación crea sustancia. Esa es la función del poeta, la más alta porque lo conduce a lo desconocido, a las fronteras mismas de la creación". Y si la poesía no ayuda a cambiar y liberar al ser humano, no tiene sentido; mejor dicho, es mentira su sentido trascendente. Y si es mentira su trascendencia es mentira todo lo sublime y por lo tanto lo único auténtico es responder renunciando a escribir. Rimbaud no puede hacer concesiones, un poeta auténtico como él no puede hacerlas y de ahí su reacción desesperada y su insulto que esconde un gran dolor: a la mierda la literatura, si el mundo es sólo barro hediondo qué importa que uno se hunda en él...

Libro sin concesiones. Radical, apasionado y diferente de verdad, no sólo en apariencia. Porque lo diferente es una voz única y surge del alma, no de un propósito de provocar, ni de cualquier otro tipo de esnobismo, que es en lo que nadan multitud de "artistas" en busca de un lugar en la cumbre, es decir falsos artistas. Porque el arte nace de una necesidad inevitable, desde lo más profundo. Por eso va de sensibilidad a sensibilidad y no se trata de cultura y mucho menos de erudición ("El lenguaje del poeta corre a la par de la voz interior cuando ésta aborda la infinitud del espíritu. A través de este registro interior, el hombre sin lenguaje, por decirlo así, se pone en comunicación con el poeta. No se trata de una cuestión de educación verbal sino de desarrollo espiritual").


Palabras tan radicales como: "Ser poeta fue en un tiempo la vocación más alta, hoy es la más vana... Porque el poeta mismo no cree ya en su misión divina". Por supuesto explicaré, para quien no conozca a Miller ni a Rimbaud, que nada tiene que ver ese "dios" con ningún dios de ninguna religión institucionalizada, sino con el Gran Espíritu como dirían los indios: "Todo el interludio cristiano no ha sido sino una negación de la vida, una negación de Dios, una negación del espíritu".

Abrazar la creación entera, la luz y la oscuridad y fundirlas para ir más allá, siempre más allá: "Una indescriptible nostalgia de lo desconocido, el deslumbramiento de lo infinito".  Como ya he dicho este libro lo escribió Miller en los años 50 del siglo XX. Me hubiera gustado saber lo que pensó sobre el movimiento contracultural y rockero de los 60 y 70, pues en él hay un intento (unas veces logrado y otras no) de volver al origen catártico del arte y a su función global y tribal (en toda la profundidad de la palabra). Pero sus palabras y, por supuesto, la obra de Rimbaud siguen vigentes con una escalofriante actualidad. En España está editado por Alianza editorial. Y, por supuesto ‘Una temporada en el infierno’ de Rimbaud.

A los valientes y a los románticos (es decir, soñadores por suerte o por desgracia), les deseo una fructífera y apasionante lectura. Al resto les deseo que se escandalicen lo suficiente para que algo se mueva en su vida.
  

     

viernes, 12 de diciembre de 2014

'Memorias de África' de Isak Dinesen

Por Tesa Vigal

Leer a la danesa Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, tiene el efecto de atraparte en una burbuja de interminable sutilidad, en la que cada instante, cada objeto, cada gesto de alguien se multiplica en capas y capas hasta que tropiezas con el esqueleto del laberinto humano. 


En la emocionante película de Sidney Pollack del mismo título (basada en los datos biográficos de su larga estancia en África, sumados a la atmósfera hondamente poética de su libro), hay una escena que refleja a la perfección la manera de escribir de Isak Dinesen. Y lo hace a través de su manera de contarlas en voz alta. Cuando después de cenar con sus amigos, y a partir de la frase de uno de ellos, comienza a ensartar sucesos, personajes y escenarios humilde y rotundamente, paso a paso y dejando salir a la historia que quiere ser relatada.
Imagen de la lepícula de Sydney Pollack

Los años que vivió en África fueron decisivos en su vida. No sólo allí conoció a su querido e inolvidable Dennys Finch, sino que allí pareció fraguarse su pasión por contar historias, pues fue a su regreso cuando se volcó en escribirlas. Da la impresión de que su recorrido vital formó dos bloques. En la primera parte de su vida se agolparon los hechos más intensos y atormentados, unos de naturaleza ambivalente –su faceta amorosa- y otros trágicos como el suicidio de su padre cuando ella tenía diez años, o la muerte de su amante Dennys al estrellarse su avioneta, o la pérdida de su granja africana.
Hace poco he sabido que existe un asteroide llamado Blixen en su honor.
Su primer libro es el fascinante “Siete cuentos góticos”, publicado en 1934. A continuación viene su libro más famoso: “Memorias de África”, en 1937 (magnífica edición en la editorial Alfaguara). Le siguieron el maravilloso “Cuentos de invierno” en 1942, “Vengadoras angelicales” en 1944 y “Sombras en la hierba” de 1960.


En sus libros, desde la primera página, aparece esa misma sensación de ir preparándose a contar la historia según va surgiendo, con el efecto envolvente de ir paladeando cada palabra con pausas ensoñadoras, que permiten reposarla íntimamente y seguir escuchando embobados. Dispuestos a dejarse llevar por ellas, narradora e historia, hasta donde sea. En la escena citada más arriba, se recrea la misteriosa necesidad de los seres humanos de contar y escuchar historias. Tanto ella, la narradora, como sus amigos oyentes se dejan envolver por ese mundo invocado, volando más allá del momento para regresar a él y encontrarlo enriquecido por la imaginación que explica la vida completándola, buceando en los seres que la habitan y el origen de sus actos y emociones.

En el libro de Dinesen no aparecen de manera explícita sus relaciones amorosas. Sólo de manera indirecta. Como cuando se mencionan, como de pasada, las largas estancias de Dennys en su casa, sin más explicaciones, o la muerte de su amigo al estrellarse su avioneta. Se diría que es demasiado delicada como para mencionar la palabra amor, o hacer una crónica de su intimidad. Quizás esa especial historia con Dennys fue demasiado profunda como para limitarla al ponerla por escrito. De tal manera que ‘Memorias de África’ transmite justamente mucha más intimidad que si hubiese escrito una crónica detallista.
Isak Dinesen junto a otra escritora fascinante: Carson McCullers

Su libro habla del alma de África, de su íntima conexión con ella y con algunos de sus amigos o empleados, o de los efectos infinitos en su vida a través de atmósferas, breves diálogos, apuntes repentinos sobre una escena, o lo memorable de algunas de las personas que allí conoció.

La complicidad con su cocinero, Kamante, y su forma de nombrar los platos que preparaba: “según el acontecimiento que se había producido el día en que los había aprendido, así que hablaba de la salsa del rayo que hendió al árbol y de la salsa del caballo gris que murió” . Con él conectaba de manera natural por su propia manera de hablar a base símbolos, poderosos y sensibles, igual que con Farah, el empleado que avisaba de los acontecimientos inevitables, como incendios, o plagas diciendo que había venido Dios.


Su portentosa manera de transmitir atmósferas, dando el relieve de múltiples dimensiones a una descripción de momentos o paisajes, es una de las más sugerentes que he leído nunca. Por contraste, el tipo de escritor periodístico (cuyos datos son interesantes y necesarios) sabe a poco. A muy poco sus enumeraciones de un árbol a la izquierda o una casa a la derecha, quedándose en la superficie de las cosas. En lugar de eso, Dinesen parece beber de la misma fuente sabia origen de la poesía y, para meterte en un momento emocional concreto, al salir de una casa al amanecer, escribe simplemente: “el paisaje estaba misteriosamente despierto” (de uno de sus “Cuentos de invierno”).

De África dice: “El aire en África tiene más significado en el paisaje que en Europa, está lleno de vislumbres y espejismos y, en cierto modo, es el escenario real de las actividades. En el calor del mediodía el aire oscila y vibra como la cuerda de un violín, levanta capas de herbazal con acacias y colinas encima y crea la ilusión de vastas extensiones de agua plateada en la hierba seca”.

Su forma de escribir es una fina red de hondas analogías como las de los sueños, más una asombrosa exactitud en las palabras y una fluida sucesión de potentes imágenes. Hay otra frase en “Memorias de África” que dice: “Me explicaron cómo cada criatura viviente sobre la tierra tenía su réplica bajo el mar”. Pues bien, yo diría que Karen-Isak hace una alquimia semejante al escribir. Llena el alma de escenas y personajes con sus correspondencias materiales, y a la tierra de objetos y cuerpos con sus paralelos espirituales. Pero ¿no es precisamente escribir y vivir una búsqueda incesante de correspondencias? En todos los sentidos.
      

  

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El libro de arena, de Borges


Por Tesa Vigal

"La función liberadora del arte reside en su singular capacidad de soñar a pesar del mundo, de estructurar mundos de modo diferente. El gran escritor es anarquista y arquitecto al mismo tiempo. Sus sueños socavan y vuelven a construir el paisaje chapucero y provisional de la realidad"
(George Steiner)   

 

Un libro perdido entre miles de libros de una biblioteca, de alguna ciudad, escondido en el mejor sitio posible. Una hoja entre las hojas de un bosque en otoño.

¿Qué es lo fantástico? El miedo y la fascinación ante lo imposible y lo desconocido. Y ahí radica su misterio y la impronta de lo auténtico, porque no se puede tener miedo de algo en lo que no se cree. Y si se cree y produce emociones (es decir, realidades) significa que su origen también es cierto. Luego lo imposible que da miedo es auténtico, como todo lo que se vive -se siente-. De ahí la realidad de los sueños, vivencias en otra dimensión, a veces incluso más intensas que lo vivido en la llamada vigilia. Ese temor se concreta en este libro de relatos en lo ilusorio del tiempo y el espacio, que puede por ello producir encuentros adimensionales con uno mismo en otro momento temporal, como en el primer relato: "El otro". 

Por sus páginas circulan historias de alguien que pretende formar un Congreso del Mundo en una cafetería de Buenos Aires. Una casa comprada, vaciada y habitada por un extraño ser que derriba paredes y construye singulares rampas y una larga mesa con dos huecos a cada extremo. Y un final de ojos abiertos al pesar más la curiosidad que el temor. Manuscritos inacabados hablando de sectas que proclaman la inocencia de todo lo existente... Historias que podrían ser contadas por cualquiera, porque lo importante es la historia misma y no su narrador.


Un repaso del misterio que se cierne sobre las aguas de la vida en pequeños cuadros, inacabados premeditadamente, pues inacabado está siempre el mundo que no deja de bullir siempre apuntando a la inexistencia de un capítulo final.

Un milenario futuro donde los políticos han desaparecido igual que la imprenta y el dinero. Un futuro delicado y equívoco. Hombres motivados por la vanidad de la imparcialidad, o por la búsqueda de una palabra mágica. Alguien que anhela el tiempo sin tiempo, rozando la eternidad, de cualquier animal. Recluirse hasta una fecha auto impuesta para matar y morir en ella, sin que nada ni nadie influya en su decisión. Un disco metálico de un solo lado, invisible por tanto cuando se enseña en la mano...

Pero el resumen de todos los relatos está contenido en uno de ellos: "El espejo y la máscara". La historia de un rey que encarga un poema y el poeta que lo escribe. Tres poemas, o mejor dicho tres versiones, tres niveles del mismo poema, de los cuales sólo el último merece plenamente ese nombre. El primer nivel es la creación mental: una crónica periodística de los hechos que quiere relatarse con viejo y conocido estilo impersonal. El segundo nivel es la creación emotiva: expresión del corazón que da vida a todos los sentimientos.
El tercer nivel es la creación desde el alma, la creación en sí misma, cuando se invoca y se ocupa el lugar divino. Ante este último poema se reacciona con temor y reverencia y su efecto es catártico y decisivo. Después de oír ese tercer poema, quintaesencia de una sola línea, ni el rey que lo escucha ni el poeta que lo expresa podrán ya seguir con su vida anterior y su camino dará un vuelco trascendental ante la presencia viva del misterio de la creación, de lo extraordinario encarnado. Como se dice en otro de los relatos ("Utopía de un hombre cansado") los hechos "... son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento".

Y  el infinito "Libro de arena", sin principio ni fin como el espacio y el tiempo. Y si el espacio y el tiempo son infinitos "estamos en cualquier punto del tiempo".
Por ejemplo: página de la izquierda numerada 17, página de la derecha numerada 75.432, por ejemplo. Porque no existe en él ni primera ni última hoja y cuando se buscan siempre surgen nuevas páginas de las portadas. El libro en el que cada hoja es única, nunca se repite y jamás se la puede volver a ver. Como la vida. Como los ríos. Un libro perdido entre miles de libros de una biblioteca, de alguna ciudad, escondido en el mejor sitio posible. Una hoja entre las hojas de un bosque en otoño. ¿Te suena?