martes, 28 de octubre de 2014

La irrepetible atmósfera de Allan Poe


Por Tesa Vigal

Su laberinto: persona y obra inseparables
Rizos negros. Húmedos ojos grises de profunda tristeza. Voz murmuradora, insinuante, magnética. Siempre con su viejo y raído capote de soldado de West Point sobre sus hombros algo inclinados. Temor y fascinación, rechazo y hechizo. Aquí una curiosa frase en pasado: “Mi vida ha sido azar, impulso, pasión, anhelo de soledad, mofa por las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro”. 



Cuentan, los que le conocieron, que su presencia bastaba para turbar apacibles y acomodaticias reuniones literarias. Y si hablaba el aire quedaba hecho añicos, y un clima ambiguo –infernal y angélico- comenzaba a enredarse en la animadversión de unos y la admiración de otros, trayéndoles a la memoria el olor de sus aficiones: el opio dulzón y fantasmagórico, el ron de los piratas y las pesadillas a flor de piel. En palabras de su novia Mary Devereaux: “Mr. Poe no valoraba las leyes de Dios ni las humanas”.

El efecto de sus relatos, efecto de algo que resuena en nosotros, es por encontrarnos fuera lo que ya estaba dentro. Su atmósfera irrepetible y potente se sale de cualquier género, como ocurre con cualquier obra poética (uso la palabra poética como sinónimo de arte). Su rotunda intensidad emocional, cuyas raíces parecen surgir de los más profundos pantanos y mares y alzarse gloriosamente, explora los límites sensoriales y espirituales. Y al mismo tiempo cada escenario, cada percepción, o cada personaje de sus relatos aparecen envueltos en bruma, en ambivalencia, en una ruptura de límites que pone en evidencia la falsedad esencial de toda definición, y apunta por ello dolorosamente a la verdad. Frase de su relato ‘Ligeia’: “No hay belleza exquisita sin algo extraño en las proporciones”.

Adaptación al cine de 'La caída de la casa Usher' de Roger Corman

Quizás por eso el tema de la identidad está muy presente, de manera directa en relatos como “Ligeia”, o “William Wilson”. En el primero a partir de la posibilidad de la reencarnación, en el segundo a partir del doble. Y el destino, las almas sin fondo, las raíces y frutos de los más ambiguos deseos, el amor cuando es abismo, el contorno onírico de la vida, el dolor de los sentidos, la guarida de la belleza en lo profundo de cualquier cosa… Una edición muy recomendable es la de Alianza editorial traducida por Julio Cortázar.



Parece evidente que tuvo un gran eco en él toda la imaginería legendaria del sur, con toda su cultura negra. Y además sus primeras lecturas de revistas inglesas, llenas de relatos románticos en toda la extensión de la palabra (góticos, excesivos, apasionados, misteriosos, exóticos…). Su propio carácter también era excesivo: sensible, orgulloso, apasionado y rebelde.
No, aquel “aparecido” no podía tener ningún lugar en aquella sociedad provinciana, patriotera, moralista y práctica. Sólo tres cosas le resultaron fáciles: escribir siempre en la miseria, crearse enemigos y emborracharse fantásticamente con un solo vaso de ron.

Sin embargo llegó a conseguir una fama notoria a raíz de la publicación de su poema “El cuervo”. Una fama a pesar de él y más basada en su aureola de personaje maldito, indeseable y torturado, que atraía y repelía simultáneamente. Pero solía vencer este último sentimiento y ninguno de sus sueños se realizó. Nunca pudo tener su propia revista, ni salir de la miseria. Tampoco un feliz amor duradero, ni el enorme afecto que tanto necesitaba aquel huérfano eterno y frágil, turbulento siempre, de voluntad apasionada e inconstante. Porque Poe, a pesar de sus sueños o precisamente por ellos, nunca pudo vivir más que el presente. Movido por la sensación y la emotividad momentáneas, fue un inestable visceral e impenitente. Acunado con frecuencia por la desesperación.


Intentó que le amaran de todas las formas posibles. Desde la súplica hasta la furia, desde la humillación al enfrentamiento. Pero fue un amor maldito que seguía una línea destructiva: enamorado de lo inalcanzable y culpable ante aquello que se le ofrecía.

En la adolescencia vivió su primera historia de amor imposible. Como si tuviera miedo a la felicidad y eligiera siempre mal, inconscientemente. O una parte de él identificara amor con dolor y obstáculos. Quizás ambas cosas. Tanto en su vida como en su obra Poe es contradictorio, aunque por otro lado todas sus facetas acaban por fundirse en un caleidoscopio irrepetible y laberíntico.
Esa primera mujer era la madre de un compañero de curso, Helen. Y ella también perteneció a esa galería de personas amadas tocadas por la desgracia. Helen enfermó gravemente (se menciona la locura) y murió a los 31 años.

Sus siguientes historias amorosas fueron con Sarah Elmira Royster y con Mary Devereaux, frustradas por sus respectivas familias, que veían en Poe alguien demasiado peculiar y poco serio.

Al visitar Baltimore en busca de su auténtica familia, conoce a su tía Muddie. Y a su querida y especialísima prima Virginia. Se casaron y de su relación amorosa trató su poema legendario Annabel Lee , puesto en música por Santiago Auserón del grupo Radio Futura. También se inspiró en sus obras Lou Reed en el disco “The Raven” y Alan Parsons en su disco “Cuentos de misterio e imaginación”. Las adaptaciones al cine han sido, por el contrario, bastante flojas, con la excepción del episodio dirigido por Fellini en la película basada en tres de su relatos dirigidos, respectivamente, por tres directores: Vadim, Malle y Fellini.
Santiago Auserón adaptador de su poema 'Annabel Lee'

La relación con su frágil y patética mujercita de 13 años, Virginia, que le esperaba cada atardecer con un ramo de flores, encierra misterio y también evidencia. De ella tuvo la adoración más conmovedora y sobre todo la justificación y el escudo, imprescindibles frente a su interior atormentado y oscuro. Poe se sentía tranquilizado por el lado infantil que siempre conservó ella. Ambos conectaban en su lado inocente, apoyándose mutuamente frente a un mundo acechante y peligroso. Una burbuja delicada y sensible. Versos de su poema Annabel Lee: “Yo era un niño y ella una niña en un reino junto al mar”.

Su tía se convirtió en una auténtica madre para él. Y en este periodo acogedor empezó sus contactos con editores y llegó a publicar un libro de poemas. Con ellas encontró auténtico afecto y comprensión, pero la miseria y la angustia fue una compañía constante, además de arrastrar siempre sus miedos y fantasmas interiores. En carta a Virginia: “…batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata”.

Pero Virginia murió de tuberculosis (incurable en la época) tras varios años de angustia y agonía. Y Poe comprendió durante ese periodo desolador, en el que se entregó a la amistad apasionada y ambigua con escritoras de Nueva York, que aquello tampoco apaciguaba su turbulencia emotiva. Da la impresión de que Edgard quería ser seguido por ellas en sus juegos absolutos y confusamente perversos. Y ante esa palabra surge el deseo de guardar compasivo silencio, porque Poe fue un retorcido, sutil y delicado, como si se tratara de una tela de araña que sustituyera a su pelo.


Su cuento “El demonio de la perversidad” es todo un análisis lúcido y triste de esa parte de su persona que le hacía siempre hacer justo lo que no quería, y empujarle a una pasividad de pesadilla cuando sabía que era preciso actuar. Un espíritu presente en todas las facetas de su vida, que llegó a convertirse en su peor enemigo. Aparecía inesperadamente en los momentos más decisivos, ahuyentando a posibles amigos, mecenas y admiradores. Por ejemplo cuando alguien quiso financiarle su sueño, la revista propia. Bien porque su ánimo estaba ya desbordado por el dolor, o porque en él dominaba su lado auto destructivo, en vez de entrevistarse sereno y sobrio con su posible benefactor, se volcó en el alcohol y se presentó en condiciones penosas y con actitud desafiante. Quizás se defendía de un destino feliz para el que no estaba preparado, o con el que no se identificaba en el fondo. A esto se añadía el tormento de la culpa posterior por su comportamiento, que le dejaba abatido largo tiempo.

Hubo ocasiones, sin embargo, en que Poe y su peculiar “demonio” se aliaban, o bien jugaban al ajedrez y el resultado eran sus críticas literarias. Maravillosas y afiladas armas de doble filo, que sorprendían y provocaban polémicas por sus ideas sobre poesía y arte. Con ellas se creó enemigos de por vida. Solían ser corrosivas y radicales, siempre en contra de los gustos, las glorias nacionales y los escritores de moda, y siempre hacían crecer como la espuma la tirada de la publicación y los odios hacia él.

Cuando daba una conferencia, a veces borracho, solía cambiar el tema anunciado. Y esto, que podría haber sido en boca de otros algo original, ridículo, o divertido, pasaba a ser reprobable e indignante: Poe no tenía solución.


Su peculiar relación con el alcohol empezó en la universidad. Allí descubrió que con un solo vaso de ron se emborrachaba lucidamente. Y el segundo lo tumbaba. Venía la inconsciencia, y la prolongada recuperación, pues tardaba días en volver a la “normalidad”. Pero ebrio o sobrio no soportaba las imposiciones sociales ni las incomprensiones del mundo, y su lado íntegro y rebelde le empujaba a enfrentamientos, o a montar números desgarradores con sus reacciones extremas. Por ejemplo caminar por la calle con la ropa destrozada, o comprarse una fusta para dar unos cuantos latigazos al familiar que trataba de impedir su relación con su novia Mary. Y luego reunirse con ella y tirar la fusta al suelo diciendo: “Te la regalo”.

Es en esas cosas en las que se fijaba la gente, con una mezcla de miedo y fascinación, que suelen dar como resultado un alejamiento. Puede quedar muy bonito estar en presencia de alguien tan especial, incluso ser muy excitante hablar con él un ratito, pero “a nadie le gusta realmente un extraño” como diría Tom Waits.

Y muchos de los que le conocían olvidaban su lado eficiente, productivo y lúcido.

Nunca halló ningún refugio estable que le proporcionara paz, aunque vivió también momentos de calma y bienestar, como por ejemplo el corto periodo que pasó con Virginia en una casita en las afueras de Nueva York, en 1844. Muy fértil además creativamente.

Y ese movimiento incesante de derrumbe a su alrededor, era acompañado por lagunas de tiempo en que desaparecía y alguien le encontraba, por completo perdido y alucinado, en cualquier mesa de taberna, en cualquier paraje o calle. Poe no soportó esa agresión que sentía desde niño dirigida contra él, y al responder con violencia o con alcohol, lejos de paliar su inseguridad afectiva la ahondaba más.


Orgulloso caballero del sur pero muy distinto de los sudistas. Entregado hasta la locura en el amor, extremista, sin ninguna planificación en su anárquica vida. Todo esto sólo podía conducirle a la meta que, fatalmente, corría en picado en dirección opuesta a la deseada: un lugar como escritor.
Las circunstancias contrarias no le hacían doblegarse, sino que encendían más aún su auto afirmación involuntaria y agresiva. Y a la hora de relacionarse con alguien no elegía. Volaba tras la sombra de cualquier sonrisa. Resulta por tanto conmovedora su adoración por los proscritos. Constantemente inventaba fantásticas historias y genealogías, que le hacían descender de famosos traidores, e historias increíbles que oían asombrados sus oyentes.

Y es que era un rebelde, además de la rebeldía propia de la condición de poeta: “La poesía no es un propósito sino una pasión y las pasiones deben ser reverenciadas, no se las puede, no se las debe excitar a voluntad”.

A veces sueño con sus batallas solitarias en mitad de la noche. Cuando estalla la tormenta y una sombra furtiva se esconde en un portal sin luz. Cuando los pasos se deslizan por la acera desierta y el silencio los transforma en inquietante eco.


Él conocía el aleteo de la muerte, la pesadilla sigilosa y los bosques salvajes. La razón lúcida y desgarrada y el beso del vampiro sensual, silencioso y encadenado. La mirada insondable de los ojos del amor, el misterio de Ligeia, la obsesión por Berenice y por el doble que nos espera en determinada calle, a determinada hora. La belleza implacable y furiosa del mar. ¿Qué es lo que se agitaba bajo sus aguas? Tal vez una de sus frases: “Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño”.

martes, 14 de octubre de 2014

Juegos de Cortázar


Por Tesa Vigal

He elegido su libro ‘Juegos’, aunque hubiera podido ser cualquier otro de sus libros de relatos. Esta clasificación, según afinidades, que hizo el propio Cortázar para Alianza editorial en los años 70, se completa con otros dos: “Ritos” y “Pasajes”. Su abundante, turbadora fantasía vuela desde el interior de lo cotidiano descubriendo laberintos, recovecos, esquinas, espejos, mundos paralelos, objetos misteriosos, agujeros de gusano como los astronómicos, tiempos circulares, espacios espirales, todo el mar del inconsciente rompiendo en olas de ensueños, miedos, lucidez, secretas correspondencias, ritos, revelaciones, clarividencias, sombras vivas, nombres muertos, sutilidad, ludismo devorador y obsesiones sabias, contradicciones jugosas y horizontes multiplicados. Fronteras escurridizas y ocultas por nieblas, o deslumbrando como focos de interrogatorio. 


Significativa la cita en la que Cortázar habla de su universo y la forma de verlo: “Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra ‘madre’ era la palabra ‘madre’ y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba”

Uno de mis cuentos favoritos es “Casa tomada”, dentro de su primer libro de relatos ‘Bestiario’. En él, al contrario que en la fascinante película de Buñuel ‘El ángel exterminador’ los habitantes de la casa sí que pueden salir de ella, lo que no pueden es permanecer allí.

Nació en Bruselas el 26 de agosto de 1914 de padres argentinos. Regresó a Argentina a los 4 años. Abandono de su padre, de quien nunca quiso saber nada. A los 18 años descubre “Opio” de Cocteau que cambia su visión literaria. Traductor de inglés y francés (maravillosa su traducción para la editorial Alianza de los ‘Historias extraordinarias’ de Allan Poe).


En su libro de cuentos “Las armas secretas” aparece su relato “El perseguidor”, que marcó un giro en su narrativa, inspirado en la figura del jazzista Charlie Parker. En 1963 publica “Rayuela”, su novela más famosa, aunque yo me quedo con sus cuentos.

Juegos:
En “Continuidad de los parques” aparece el límite, a veces difuso, de realidad y ficción, sueño-vigilia, deseo-materialización. Cuando nos arrebata la ficción, el mundo invocado, llevándonos al otro lado del espejo. Un mundo a continuación del otro, fundidos ambos en una nueva y distinta realidad.
En “No se culpe a nadie” los ritos infernales que puede llegar a contener lo cotidiano, revelando la tortura de las costumbres como actos absurdos y peligrosos bajo una apariencia inocente. La muerte latiendo y esperando dentro de un jersey azul, por ejemplo.

“Siestas” es el descubrimiento del sexo en un relato de afilada sutileza, con tintes oníricos y atmósfera inquietante. Siempre desde lo cotidiano, que es el punto de partida de Cortázar en la mayoría de sus relatos. Y desde lo cotidiano y sus detalles concretos se abre paso un pozo sin fondo por donde surgen lo turbador, lo mágico, o lo surreal agrandando la llamada realidad, hasta límites difusos y pantanosos. Incluso por momentos se tiene la sensación de haber caído en arenas movedizas que se tragarán por completo la realidad ordinaria y todas y cada una de sus circunstancias.


“Veneno” contiene, como una joya, la impresionante imagen de la gran cabeza de un caballo blanco aplastada sobre el cristal de la ventana, tratando de entrar en una casa. Un miedo tan irracional e intenso, emociones oníricas destrozando la realidad. Y la presencia paralela de una inocente niña durmiendo.

“Los pasos en las huellas” trata sobre la hermandad espiritual que borra los límites personales para volcar dos personalidades. Un poeta materia de estudio y el escritor que lo estudia, en el único mar común donde se encuentran todas las respuestas. Habla sobre la mitificación aplaudida con el éxito, y la verdad repudiada que atenta contra una imagen.

En “Sobremesa” surge el delicado tema de la clarividencia, enturbiado por la incredulidad que lo suele acompañar y que, en esta ocasión, lo convierte en algo ya sucedido realmente cuando para el resto de involucrados aún no ha sucedido. De ahí aparece el malentendido entre los dos amigos que cruzan sus cartas. Todo con tal de no admitir que una escena y unos hechos pueden pertenecer al futuro. Pero no acaba ahí la cosa. Rizando el rizo del tiempo y el espacio se descubre por los hechos sucesivos que realmente ocurrió lo que parecía adivinarse, y por lo tanto lo que para uno ha sido ya vivido, para otro es una incomprensible consecuencia de algo aún no ocurrido.


En “Silvia” la mirada de los niños y su imaginación aparecen de repente en un adulto, relegándole al silencio. Lo terrible es tener que negar las propias experiencias en nombre de la sensatez adulta.

En “La autopista del sur” un embotellamiento se revela como la quintaesencia de la vida misma: personas que se cruzan en nuestro camino y durante un tiempo caminamos juntos hasta que nuestros caminos divergen, las circunstancias cambian y se pierde de vista a las personas que nos rodeaban, dando paso a otras nuevas que también serán como sombras pasajeras en nuestro camino. Nacemos solos, morimos solos y vivimos solos, aunque a veces nos engañemos con la falsa ilusión de una compañía fugaz. Fugaz incluso en el caso de que dure muchos años.

Un escritor único, con ese sello propio que le distingue de inmediato. No todos lo tienen, por muy bien que escriban.



martes, 7 de octubre de 2014

'Hermosos y malditos', de Fitzgerald

Por Tesa Vigal

Por Tesa Vigal

Si madurar significa resignarse, Fitzgerald jamás lo hizo interiormente. Le comprendo porque para mí madurar es aceptar, algo opuesto a la resignación, aunque algunos confunden ambos términos. Lo primero es sinónimo de rendición incondicional, renunciar a vivir. Lo segundo es reconocer las limitaciones, discernir, solucionar y seguir soñando. Sin embargo, él tampoco logró aceptar el lado opaco de la vida, aún siendo consciente de él.

Por ello sus personajes, y él mismo en una vida de las que completan y reflejan las historias escritas, sienten dolorosamente la desaparición del lado más brillante, glorioso de la vida. Ese que sueña, recorre caminos hasta el final, sigue asombrándose y jugando. Es decir alguien que conserva su juventud. Me pregunto si es posible otra forma de vivir, o se trata de simples sucedáneos, justificaciones, o auto engaños.    

Por eso la siguiente cita me parece que refleja bastante bien su dolor vital: “Fue un terrible descontento saberme usado, a pesar de mí mismo, con algún propósito insondable cuya última meta yo ignoraba... Si es que, en realidad, existía una meta última”.

Escritor americano de la generación perdida, junto a Hemingway y Faulkner, Lo curioso es que es él quien me parece que tuvo la vida más triste, a  pesar de ser Hemingway quien se suicidó.


Nació en 1896. Durante su estancia en el campamento de entrenamiento en plena I guerra mundial conoce y se enamora de Zelda, su pareja y además su amor arquetípico. Un amor redundante que terminaría trágicamente. Se casan al poco tiempo y publica su primera novela: “A este lado del paraíso” con la que consigue dinero y éxito. Es una novela anticipativa, en realidad, ya que habla de sueños rotos y desencanto, sentimientos que acabarían devorando su vida. Una vida al revés (como la de Orson Welles), que comienza con el éxito y a partir de ahí es una constante cuesta abajo.


“Hermosos y malditos” es su segunda novela, sin éxito, en la que habla sobre vidas marcadas por una excesiva sed vital y una huida de la mediocridad en una carrera perdida de antemano.
Fitzgerald y Zelda

Escribe numerosos relatos cortos (“Cuentos de la era del jazz”, “jovencitas y filósofos” y “toque de diana”) que publica en la prensa para ganar dinero con ellos. No obstante, incluso en los aparentemente más optimistas se encuentra siempre un regusto melancólico que acabará empapando toda su obra.

En 1924 se marcha de Estados Unidos con Zelda para vivir en Francia (París y la costa azul, momentos que rescata Woody Allen en su película 'Midnight in Paris') unos años de desesperada fiesta continua, cada vez con más deudas. Ninguna se queda en la mera impresión. Sus sombras y sus huellas son alargadas.

En 1925 publica su novela “El gran Gatsby”, de nuevo una historia con aire legendario sobre la persecución del éxito y su auténtica naturaleza. También se vendió mal, aunque esa vez sí obtuvo buenas críticas.


Regresan a Estados Unidos en 1931. Cuatro años después apareció su cuarta novela “Suave es la noche” en la que cuenta su relación con Zelda (siempre presente más o menos directamente en sus relatos), esta vez centrada la historia en la progresiva locura de Zelda, que estuvo internada periódicamente desde 1930 hasta su muerte en la clínica en 1948). Tampoco esta novela se venderá.

Paralelamente Fitzgerald cayó en el alcoholismo, del que no conseguirá liberarse. Su crisis personal y como escritor, cada vez más olvidado, está relatada en una reunión de ensayos “El crack-up”, publicados después de su muerte en 1940.

Antes también trató de mal ganarse la vida colaborando en algunos guiones de Holywood. Esa experiencia está retratada en su última novela inacabada “El último magnate” con la que, posteriormente a su muerte, la crítica le revalorizó.

Algunas de sus citas: “Evidentemente la vida es sólo un continuo proceso de deterioro”/ “El dinero ha aniquilado más almas que el hierro cuerpos”/ “Es preferible fiarse de un hombre equivocado a menudo, que de quien no duda nunca”/ La vitalidad se revela no sólo en la capacidad de persistir sino en la de volver a empezar”/ “Para que una inteligencia sea realmente adulta debe tener la capacidad de mantener dos ideas contradictorias en la cabeza simultáneamente y, a pesar de ello, no dejar de funcionar”/ “Puedes acariciar a la gente con palabras”/ “El amor a la vida es esencialmente tan incomunicable como el dolor”/ “Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia”/ Y para su epitafio:
“Estuve borracho muchos años, después me morí”.

Adaptaciones al cine interesantes de 'El gran Gatsby', aunque para mí sin lograr plasmar la trágica melancolía vital de la historia, salvo en ciertos momentos. Y eso que en la versión de Jack Clayton, de 1974, el guión era de Coppola y el protagonista Robert Redford. La última ha sido la de Baz Luhrman en 2013 (foto dch.), con un Leonardo di Caprio tan gran actor como casi siempre. En algunos momentos se deja la piel, pero la película en general confunde el ruido con la vida.

Sobre 'Hermosos y malditos':
Desde su curioso principio, que menciona el momento en que la ironía descendió como el espíritu santo sobre el protagonista, destaca la actitud del personaje principal. Una tendencia a espiritualizar la vida, una actitud sedienta de significados que expliquen y provoquen el brillo que una vida ideal debería tener, para ser digna de vivirse. Lo de menos es la referencia a la ironía, podría haberse tratado de cualquier otra característica cultural, y/o artística, más o menos lúcida.


Su meta vital citando la propia novela: “llevar a cabo algo sutil y poco ruidoso que los elegidos considerarían meritorio y que al desaparecer él se incorporaría a las mortecinas estrellas de un nebuloso paraíso”.

Esta era también la aspiración del propio Fitzgerald, al que se uniría muy pronto su mujer Zelda; realizar algo memorable y luminoso y vivir una vida con iguales características, aunque no tuviera reconocimiento público. Prefería la discreción y la elegancia en su sentido más profundo, aún en medio de fiestas desatadas. Pero justamente lo que logró fue un gran éxito tumultuoso en un principio y sumamente fugaz. Y una vida excesiva que acabará en incomprensión, olvido y oscuridad (sus deudas, su alcoholismo y la locura de Zelda).

En la primera parte de la historia de esta novela, y a modo de los pretextos argumentales de un Hitchcock, hay un aparente final feliz. Una boda con una mujer de ensueño. Sólo aparente, porque a partir de ese momento (final de tantas historias planas) comienza una cuesta abajo en la pareja, interminable y patética, que acaba con sabor a cenizas y amargo desencanto.

Esto también se aplica al tema del dinero, no sólo al amor. El dinero cuando se utiliza mal, es decir cuando se convierte en símbolo y sustituto del brillo vital y la sed de trascendencia. Relacionado con ello está el trabajo, donde el protagonista tiene una actitud rebelde, al negarse a trabajar en cosas que no le gustan, que mantendrá hasta el final a pesar de la presión social que recibe. Para él el trabajo no es sólo algo que debe hacerse para comer, sino que implica un tipo de vida por el tiempo que ocupa, y es esto último lo que para él es un problema vital. 


Los dos miembros de la pareja aspiran a vivir flotando sobre el suelo, sin apoyarse ni un segundo en las cosas pedestres. Y lo hacen con una inocencia devastadora. Por ejemplo, cuando ella olvida un día tras otro llevar a limpiar la ropa sucia, que se amontona cada vez más alta en el suelo del armario. Tipo de detalles que podrían ser simplemente producto de una vida disipada, pero que bajo su superficie esconden una resolución infantil e insensata con vocación de absoluto. Es esto último lo que la convierte en condena.

La sutilidad, deliciosamente fluida, con la que va contando los pasos sucesivos de la relación amorosa, es sorprendente. Desde el encuentro a la conquista, luego desde la nube idílica y apasionada al despertar gris de inusitado aburrimiento, y por último hasta llegar al más desolado desencanto. Es una historia admirablemente colmada, honda y melancólica y sin embargo aérea. Aérea en todos los sentidos. Son frases que producen al leerlas casi placer físico, como si fuera el viento, más o menos tormentoso, más o menos brisa, más o menos tórrido o gélido.

En una de sus frases afirma que puede acariciarse con palabras, él lo hace en general en sus relatos, sólo que aquí en concreto la caricia es a contrapelo.

Es la historia del descalabro de una actitud vital. Esa que pide a la vida más de lo que la vida ofrece. Las fiestas y las borracheras son tan tristes como las de “La dolce vita” de Fellini, a lo que se suma una inquietante desesperación, un anhelo loco por desaparecer, o al menos hacer de su caída algo luminoso. Su egoísmo es heroico por ser tan inocente. Su hedonismo tan pagano que tiene un cierto aire legendario. Sus protagonistas llegan a volar, pero luego, indefectiblemente, se estrellan. Y en el duro suelo encuentran sus límites que siempre duelen. Como cuando ella va a hacerse una prueba a unos estudios de cine y descubre, horrorizada, que no tiene talento. Y ese hecho adquiere tintes trágicos porque es como negar la luz exaltadora necesaria para vivir “su” vida. Su vida “temblorosa y amenazada”, que quisiera deslizarse sin rozar la vulgaridad, lo mezquino, lo resignado o lo pedestre. Y cuando llega el hastío (que no llega para todos, sólo para los “ambiciosos” vitales) también lo apuran y miran tras él, sin que ningún rincón quede sin escudriñar. Siempre empapados por la vida.


Escenas memorables, entre ellas la de una fiesta que acaba con la huida de ella de madrugada y una conversación melancólica en los andenes vacíos de la estación del pueblo con unos amigos, sobre lo que ha sido la vida hasta ese momento. O cuando ella bebiendo whisky se echa a llorar, moviendo “la cabeza de un lado a otro, la boca temblorosa y con las comisuras caídas, como si estuviera negando una afirmación hecha por alguien en algún sitio. Gloria no sabía que aquel gesto suyo era muchos años más antiguo que la historia; que, durante generaciones de seres humanos, el dolor insoportable y persistente ha ofrecido ese gesto, de rechazo, de protesta, de desconcierto, a algo más profundo que el Dios hecho a imagen del hombre, y ante lo cual ese Dios, si existiese, se mostraría igualmente incapaz de obrar. Que esta fuerza –intangible como el aire, pero más precisa que la muerte-, que nunca explica ni contesta nunca, es una verdad grabada en el corazón de la tragedia”.


Cuando finalmente sucede algo bueno, en lo que habían cifrado sus esperanzas de futuro brillante, el dinero de una herencia dificultada por un pleito interminable, él reacciona ante la noticia entregándose a la colección de sellos de su infancia, pidiendo a los mensajeros que tengan cuidado en no pisarle los sellos. Arriba Fitzgerald convertido en uno de los sellos que colecciona el protagonista de la novela. Y la imagen que dejan al final, ellos que habían sido casi tan hermosos como ángeles con sexo, es la de un perturbado indiferente (él) y una mujer desagradable y “manchada” (ella).

La última frase de la novela es patética, es la frase de un triunfador desesperadamente vencido. Ha conseguido lo que quería pero a cambio de todo.

miércoles, 1 de octubre de 2014

'Llámame Brooklyn' de Eduardo Lago


Por Tesa Vigal

Modificar lo real para contar la verdad. Eso es lo que hace el arte, aunque Algunos se empeñen en asociar ficción con mentira. Una historia de ficción, cuando está viva y por lo tanto es auténtica, transmite vida y lo vivido es lo único real. Este libro peculiar y emotivo nada en esas aguas, entre otras.


Esta es su primera novela, ganadora del premio Nadal 2006.  

Maravillosa porque además de gustarme me ha sorprendido. Y es que lo más usual que me ocurre al leer literatura española actual es decepcionarme, salvo algunas excepciones. Me refiero a que en mis manos han caído, sobre todo, un tipo de libros periodísticos, o sólo mentales, sin atmósfera ninguna. Y los hay interesantes, pero es que un libro que sólo es interesante no llega a memorable.

Esta novela tiene atmósfera de sobra. Está viva, hay aire alrededor, profundidad. Va de la persona entera a la persona entera. Abarca, claro está, a la mente, pero también a todo lo demás. Casi cada frase es un disparo de sensaciones, algunas estallando por el camino. Justo lo que conforma un clima.

Habla de la “formación” de una amistad. Es decir no sólo de una amistad, sino de todos los hilos y circunstancias que van conformando su paisaje interior y exterior. Rozando casi el destino en una espiral (palabra usada por un personaje para referirse a su gama emocional) que es a la vez cotidiana y misteriosa.

Un tiempo que se despliega de forma caprichosa, o clandestina, conteniendo algo cercano a un sentido, que en ocasiones se desea y en otras se rechaza; o se elude. Eso hace que cada párrafo tenga una forma de posarse sobre el siguiente, sutil o rotunda, encabalgados de manera subyugadora.

También trata sobre el proceso de creación de una historia. De su esencia, su motor, esa fuente siempre misteriosa. Una exploración de su posible sentido, según el protagonista va añadiendo capas, ordenándolas, eligiéndolas… Al mismo tiempo que las va viviendo. Y deja los andamios puestos, bien a la vista, porque el proceso del que habla forma parte de la vida. Muñecas rusas… Desvela porque bucea, más allá de todo pensamiento. Y esas fuentes siempre personales aunque no se trate de una autobiografía. Y esa modificación de la “realidad” necesaria para descubrir su verdad. Curioso el tener que mentir, aparentemente, para ser auténticos. Remitiendo, sin mencionarla, a la enigmática necesidad que tenemos los humanos de que nos cuenten historias, o de imaginarlas. Precisamente su narrador (uno de sus narradores) busca manuscritos de un amigo muerto. Y en concreto el manuscrito de una novela inacabada. Su propia búsqueda da la sensación de poseer el mágico efecto de ir completándola, de tender ese misterioso puente que a veces existe entre ficción y vida “real” y que produce la materialización de lo escrito. ¿Por qué no siempre? El alcance de lo imaginado es muy largo, sinuoso y casi siempre sorprendente. Y lo mismo ocurre con lo que no se llega a vivir pero se queda en el borde, rebosante de cargas emocionales de profundidad que a alguna parte tendrán que ir y en alguna parte se quedan, modificando con su intensidad los momentos más inesperados.  


Y sin embargo el detalle de ese diario de Nadia que se queda sin leer, porque la historia ya está completa. Y es que todas las historias son parciales necesariamente y sin embargo están enteras. Depende desde dónde se las mire.
Las fechas del futuro rompiendo la dimensión temporal, saliéndose de ella de alguna forma, retomándola una vez trasformada por esa dirección que suele escaparse casi siempre.
Y de nuevo el destino sobrevolando muy, muy bajito y en silencio.

El hotel Chelsea. Recordé la canción de Leonard Cohen en la que habla de su encuentro fugaz con Janis Joplin allí. Con toda esa densa melancolía de todas sus canciones. Y el Long Island de Lou Reed. Y marineros de historias cálidas y tristes, escaleras laberínticas, solares desolados, bibliotecas con su sueño aparente, las sombras espesas de ciertos personajes, la leve y conmovedora de otros. Intento desesperado de fundir día y noche, allá donde cada uno se convierte en lo otro.   
Y las citas, la de Valéry “mirar por fin la calma de los dioses” y la de Anna Ajmátova “si eres la muerte ¿por qué lloras?”.