domingo, 17 de agosto de 2014

Lawrence Durrell, 'El cuarteto de Alejandría'


Por Tesa Vigal

Lawrence Durrell Debería haber nacido en Alejandría, pero nació en la India de padres ingleses. Como suele pasar con la gente interesante está lleno de contradicciones. Acabó trabajando en el mundo diplomático, como uno de sus personajes, y el alma se le escapaba, desbordante, escribiendo este cuarteto. Un alma antigua, casi pagana, debatiéndose entre las circunstancias occidentales, sus largas estancias en Grecia y Egipto, su amistad con Henry Miller y Anaïs Nin, tan dionisíacos como él, y su manera laberíntica de sentir el mundo antes que pensarlo.


Después del cuarteto escribió otras novelas queriendo repetir la estructura (por ejemplo el quinteto de Avignon), seguramente presionado por el enorme éxito fugaz del cuarteto, pero ya sin inspiración, sin alma, tratando de seguir una fórmula. Una pena, pero todos somos humanos. Lo aviso por si alguien lee a Durrell en uno de sus libros espurios y se cree que todo lo que escribió es igual. Por favor, que no se pierdan esta joya memorable, de imágenes y atmósferas poderosas, impactantes, de personajes tan vivos que más que respirar parecen tener cinco dimensiones.

Inmortalizó a la Alejandría de los años 30 del siglo XX, sumergiéndose en ella hasta los huesos. No es casualidad. En aquella época, no en la actualidad, era una ciudad cosmopolita, esa cualidad maravillosamente humana que mezcla razas, culturas y religiones, no tan extendida como sería de desear. Esa ciudad ya no existe, pero queda míticamente unida al griego Alejandro su fundador, al poeta Kavafis y a éste cuarteto de Durrell.

Los cuatro libros pueden leerse por separado, impresionarán igual. Pero sólo fascinarán, con un rastro turbador, cuando los cuatro ocupen su lugar, porque son los mismos personajes y escenarios vistos desde la perspectiva personal y por tanto parcial, distorsionada, más o menos ilusoria, complementaria y sentida de cada uno de ellos. Uno tiene datos. Otro conoce los motivos, otro fue un protagonista en la sombra. Y así descubrimos que el narrador en primera persona del primer libro ('Justine'), cuenta su historia de amor creyéndose apasionadamente amado, cuando en realidad tan sólo fue un instrumento indiferente. Pero esa nueva visión no la descubrimos hasta el segundo libro, cuando uno de los personajes, el médico Balthazar, le cuenta algunos de los motivos de su amante Justine. O que la pasión más arrebatada era la de un matrimonio supuestamente infiel (algo que no descubrimos hasta el tercer y cuarto libro). No puedo concretar más para no destripar la trama. Sólo quiero hacer hincapié en ese caleidoscopio que es siempre la realidad, aunque muchos nunca lleguemos a conocerlo. Pero la fascinación de descubrir lados ignorados de una persona nos remite y empuja a iluminar nuestra propia oscuridad. Por ejemplo una mujer devoradora de sexo que es en realidad movida por su hambre espiritual de sentido, su entrega es por ello excepcional y por eso no da importancia alguna a entregar su cuerpo.


Calles laberínticas donde se masca el polvo o los perfumes, las moscas, el mar, los mendigos, los puestos de especias o de prostitutas, lo fragante o lo estancado, el aire seco y vibrante del desierto, la lujuria húmeda del lago Mareotis, el aire magnético, la carne y el alma despierta o en trance, las historias de amor agigantadas con la distancia del espacio o la edad, los besos del verano con sabor a cal viva, las lámparas de petróleo, las bailarinas griegas que aman por compasión en clubs de noches agotadas...

Dos frases en una: "Nuestros actos cotidianos son en realidad la arpillera que oculta la tela iluminada de oro, el significado del diseño (...) No para escapar al destino sino para cumplirlo en todas sus posibilidades".

Le pongo la objeción de su manía de no traducir algunas frases en varios idiomas, que como reflejo natural de aquella sociedad cosmopolita aparecen esporádicamente. Como si todos sus lectores tuviéramos que saber idiomas. Su aparición es excepcional, pero irrita. (abajo adaptación al cine de su primer libro. No la he visto, no sé cómo será).


Todo eso se olvida ante personajes tan impresionantes como Naruz, el campesino de labio leporino, hermano del atractivo y glamuroso Nessim. Excesivo, místico, salvaje, enamorado hasta la muerte de su visión y de la pintora Clea, que ignora su pasión y cuando la descubre reacciona con el desagrado natural ante esos amores que no hemos pedido y quieren pegarse a nuestra piel sin nuestro permiso. Pero nadie puede parar sentimientos ni lluvias. Sólo reaccionar ante ello. Su hermano Nessim, opuesto a él, elegante hombre de negocios, acaba revelándose (en el tercer y cuarto libro) como el protagonista de la historia amorosa más escondida y profunda del cuarteto, quizás por ser la que mayores consecuencias tiene y más efectos en el resto de personajes, aún sin saberlo.

El tercer libro, 'Mountolive', lleva también el nombre de uno de sus personajes ('Justine' es el primero. 'Balthazar' el segundo. 'Mountolive' el tercero. 'Clea' el cuarto). Es un diplomático inglés que llega por primera vez a Alejandría siendo un jovencito y se enamora de la madre de Nessim y Naruz, viviendo con ella una corta pero inolvidable historia amorosa, que se prolongará a través de cartas interminables a través de los años, cuando Mountolive se marche de la ciudad. Uno de los pasajes más triste y conmovedores es su desencuentro en el tercer tomo, cuando él regresa a Alejandría convertido en embajador tras muchos años de ausencia, leyendo las cartas de su antigua amante que escribe en la soledad de su casa del delta, con una cobra "doméstica" y su platito de leche por toda compañía.

Balthazar es un médico homosexual, sobrio, amante de la cábala y poseedor de las confidencias de sus pacientes y amigos. Justine, la mujer de Nessim y la amante de Darley, el narrador del primer libro, es una judía de espeso pelo y enormes ojos negros, de alma hambrienta, motivos clandestinos, de cuerpo fácil, enorme lealtad y pudor emotivo. Clea es una pintora bisexual, tímida, de enigmática alegría siempre a punto de mostrarse.


Melissa, es la conmovedora bailarina griega pareja de Darley y juntos suelen visitar a un viejo y delirante inglés, Scobie, que vive en compañía de su loro en el barrio árabe y guarda en el armario, con todo cariño, el orinal de la familia, refiriéndose a él muy seriamente como la herencia familiar. Cuando el viento se lo sugiere se viste con un harapiento vestido de mujer y sale a pasear con su bolso por los muelles del puerto. Más que acogido y querido en el barrio árabe, a su muerte es reverenciado como santo milagroso por todas las religiones (cristiana copta, árabe, judía) que fundan una romería en su honor y empiezan a contar su vida y hechos con toda la huella de una leyenda.

Y el carnaval enloquecido bajo las máscaras que ocultan y uniformizan a todos. El encuentro con un vampiro en las calles repletas de gente que no tiene más remedio que adorar la vida. Que le rinde pleitesía de manera distante o entregada. Y las playas de dunas y el lago Mareotis (arriba foto) y los puestos de magia y los profetas en trance y los coptos enigmáticos y las manos pintadas de azul y el cielo violeta y el desierto puro.

Un personaje hablando de juzgar: Para todos los que sienten profundamente y tienen una aguda conciencia del inextricable laberinto del pensamiento humano, sólo hay una respuesta posible: la ternura irónica, el silencio".

No todos los escritores son sensuales, pero deberían serlo por el mero hecho de escribir. Desde luego este es el caso de Durrell, pues lo sensual alude y señala sensaciones, percepciones, sexo. Esa energía primordial y misteriosa, fuente de lo creativo en todos los sentidos, oscura y luminosa, ilimitada y profunda. Tanto como el origen de la vida, como su enigma más concreto y escurridizo, como su movimiento más vertiginoso y esquivo. Las palabras de Durrell parecen hechas de carne, sangre, ideas latiendo, atmósfera palpable, intimidad. Porque no cita hechos, los invoca, suceden. No habla de alguien, le deja respirar y te echa su aliento en la nuca. Incluso cuando piensa.

Algunas citas sugerentes:
"Me imagino que lo que todos buscamos es el secreto del crecimiento".
"La ciencia es la poesía del intelecto y la poesía es la ciencia del corazón".
"Vivimos vidas que se basan en una selección de hechos imaginarios".
"Ríete hasta que duela y sufre hasta la risa".
"Una obra de arte es algo que se parece más a la vida que la vida misma".

(Atención a la traducción. Recomendada la admirable de Aurora Bernárdez de la editorial Edhasa)
      
    

2 comentarios:

  1. Muy interesante la entrada y el blog en general. Se e ocurren infinitos comentarios acerca de esa obra maestra que tanto disfruté, sin embargo solo le haré uno para no ser pesado: a mi sí me gustó "El quinteto de Avignon"
    Enhorabuena le seguiré leyendo

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  2. Me apasiona esta obra. La releo casi todos los años. Gracias por la crítica.

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