domingo, 24 de agosto de 2014

'Cuentos orientales', de Marguerite Yourcenar

Por Tesa Vigal

De seudónimo Yourcenar, Marguerite de Crayencour nació en Bruselas (Bélgica) el 8 de Junio de 1903. Su madre murió poco después del parto y su padre será para ella un apoyo en su vocación y una fuerte influencia que provocará su interés por la cultura clásica antigua, los viajes y la afición por la lectura.


Con 16 años publicará su primer libro, un poemario titulado “El jardín de las quimeras”. Además de poesía y narrativa escribirá teatro, ensayo y traducciones. Entre estas últimas está su traducción de “Las olas” de Virginia Woolf y “Lo que Maisie sabía” de Henry James. En 1922 publicó su segundo libro de poemas “Los dioses no han muerto”, cuyo título es representativo de su visión del mundo y de sus temas más recurrentes. En su primera novela, “Alexis o el tratado del inútil combate”, en forma de cartas que el protagonista escribe a su mujer revelándola su preferencia sexual por los hombres, defiende la libertad sexual. Curiosamente en los años treinta ella vivirá la misma situación, un amor imposible por un hombre homosexual. Basada en esta experiencia surge su libro “Fuegos”  de poesía en prosa.

 Pero es otra novela la que le dará prestigio internacional. Se trata de la famosa “Memorias de Adriano” de 1951, a modo de autobiografía novelada del emperador romano, donde una vez más adoptará la forma de cartas teñidas de una luminosa vitalidad envuelta en melancolía, con aspiraciones filosóficas y una perpetua búsqueda de sentido. Posteriormente destacan “Opus nigrum” de 1968 que habla de la vida de un médico del siglo XVI, alquimista (de ahí el título de la novela) y filántropo perseguido. 


Murió en Estados Unidos en 1987, donde residía desde muchos atrás. Fue poco después de que muriera de sida el americano de treinta años que la acompañaba. Curiosamente ella había comentado que “sólo se muere de pena”. Antes fue la primera mujer que ingresó en la academia francesa.

Algunas de sus frases: “Sólo se está bien en otra parte”, que recuerda a lo que dijo el poeta Rimbaud: “En cualquier parte, fuera del mundo”. Dos citas de “Memorias de Adriano”: “Yo era dios sencillamente porque era humano” y “La dicha es una obra de arte: el menor error la quebranta, el menor titubeo la altera, la menor pesadez la desluce, la menor tontería la embrutece”. De “Alexis...”: “Se habla de sufrimiento como se habla del placer, pero se habla de ellos cuando ya nos dominan”. Otra que habla de su extranjería: “Soledad. No creo como ellos. No vivo como ellos. No amo como ellos y moriré como ellos”. Y dos últimas: “Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón” y “Nuestro gran error es tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene y desdeñar el cultivo de las que posee”.

En una primera mirada podría decirse que abundan en su obra los recreamientos históricos, pero en realidad lo que invoca son hechos interiores de naturaleza más o menos legendaria o mítica, pero siempre desbordantes de una arrasadora intimidad, sin espacio ni tiempo, o mejor dicho más allá de ellos. En su obra no existe el sentimentalismo sino la pasión, lo que la envuelve en una gran profundidad. La misma que tienen los sueños y a veces su misma urgencia.

Cuentos orientales


Personajes fronterizos, ese tipo de personas extremas o singulares donde la vida expone, desafiante e impúdicamente, el misterio de su esencia y del motor que la mueve. Visionarios, poseídos por lo absoluto, marcados por el encuentro con lo imposible o lo irreversible. Y lo mismo podría decirse de las situaciones que plantea. Es en ellas, y no en las circunstancias más generalizadas, donde el enigma apunta con un dedo invisible, riéndose de las apariencias usuales que, así, pasan a ser un respiro para los humanos, una base aparentemente firme donde acomodarse para no enloquecer y no ser desbordados por lo desconocido. Lo desconocido, la mayor parte de la vida, como la materia oscura en el universo físico que es invisible pero decisiva.

Red de tristeza, vientos mágicos, amor sublime, violencia misteriosa. Paz que integra, inapelablemente, a la libertad. Paz del universo que acoge por igual a humanos, ninfas, seres de difusa naturaleza o espíritus sin nombre. Cabezas cortadas, nereidas, soñadores que transforman la realidad material, nombres tatuados, polvo de siglos sobre pueblos perdidos... Un Oriente en el que caben desde los chinos hasta los griegos y que es materializador como el arte, sugerente y terrible, misterioso y antiguo, poderoso y sencillo pero nada simple. Por el contrario es también un Oriente complicado como un laberinto, contundente y veloz como una golondrina, guardián de secretos y fusiones insólitas. Extraordinario...

En una sola de sus frases, de imágenes poderosas y repletas, te introduce en un mundo invocado limpia y completamente. Y la visión abarca todas las perspectivas, como se refleja en la siguiente cita que puede servir de ejemplo: “Los dioses se sorprendían al hallar en los humanos aquella imaginación infinita del mal”... 

En el cuento “Cómo se salvó Wang-Fô” habla de un viejo pintor chino y su discípulo, nómadas y pobres. Su imaginación, delicadeza y sensibilidad manaban de lo auténtico. Quizá por eso queriendo pintar a una princesa de antaño: “Ninguna mujer le parecía lo bastante irreal para servirle de modelo, pero Ling (su discípulo) podía serlo puesto que no era una mujer”. En realidad este cuento habla del poder misterioso y potente de lo creativo como materializador de realidades. Y también de su fascinación bajo la que caen algunos, en este caso su discípulo que al poco de conocer al pintor, y cuando aún no son nómadas, empieza a preferir los retratos de su mujer a su mujer misma, haciendo que ésta se vaya marchitando hasta acabar suicidándose. Está lleno de detalles fuertemente evocadores, como por ejemplo la fama que tiene el viejo pintor de dar vida a sus pinturas con un último toque de color en los ojos... También imágenes que contienen toda la fuerza de los arquetipos como: “órdenes definitivas y terribles como la sabiduría de los antepasados”. Finalmente cómo el pintor acaba salvándose de la muerte gracias al poder transformador del mundo de una de sus pinturas.
En “La sonrisa de Marko” a partir de su última frase: “le faltó a la Ilíada una sonrisa de Aquiles”, cuenta la historia de un héroe griego que hechizaba a las olas y a las mujeres. Bajo tortura se finje muerto y sólo da señales de vida para sonreír a una bailarina que gira en torno a su supuesto cadáver. Su presencia es lo único que él no puede pasar por alto. Para hablar del cielo de oriente aparece la frase: el orgullo desnudo del cielo”.


“La leche de la muerte” habla del mítico poder de la sombra. Tanto que si por casualidad se empareda a la de cualquier obrero que construye dentro de un muro, éste morirá sin alma “como un desventurado que padece penas de amores”. Cuento terrible y trágico con situaciones escalofriantes como una madre emparedada dando de mamar a su hijo a través de una única abertura, o una mendiga que trata de cegar a su hijo para conmover y obtener más dinero.

“El último amor del príncipe Genghi” trata de un príncipe que renuncia a sus bienes y a su esposa a los 50 años, cuando aún es un atractivo seductor. Se convierte en ermitaño y se queda casi ciego. Una antigua y humilde amante de muchos años atrás se disfraza de campesina y se dedica a cuidarle. Hasta que de nuevo se convierte en su amante. Cuando el ermitaño está a punto de morir se despide de todos sus amores en voz alta. De todos excepto de aquella...

“El hombre que amó a las nereidas” habla del efecto irreversible y tremendo, del que hablan todas las leyendas sobre hadas, sobre aquel que ha entrado en contacto con ellas. En este caso un hombre que se queda mudo y se dedica a vagabundear por los caminos tras haber visto a las nereidas, aquellas ninfas de los ríos desnudas bajo sus largos y húmedos cabellos. El espíritu del pueblo gentil, en nada parecido a espíritus ni fantasmas. Están vivos y sobrecogedoramente bellos. Peligrosa y fascinantemente vivos: “las nereidas de nuestros campos son inocentes y malvadas como la naturaleza misma, que tan pronto acoge al humano como lo destruye”... “Verlas dispensa vértigo y estupor”.


“Nuestra señora de las golondrinas”, sobre la crueldad y la ignorancia de un pretendido hombre espiritual, actuando en nombre de Dios.  Un religioso que no soporta la pervivencia de las costumbres paganas de la gente del pueblo donde vive. Poco a poco va sintiendo la presencia invisible de dioses, ninfas y hadas y espíritus sin nombre, de naturaleza opuesta a su serio, taciturno y ascético cristianismo. Siente su aliento, oye sus pasos gráciles y poderosos tras él cuando va a oficiar cualquier rito cristiano. Hasta que las decisiones crueles y destructoras que toma provocan que reciba una curiosa visita...

“La viuda Afrodisia” es la historia de amor extremo entre una mujer y el asesino de su marido. Bandoleros y proscritos. Loca fidelidad y desafío arrebatador con aires de tragedia clásica.

“Kali decapitada” sobre la fascinante, enigmática y sobrecogedora diosa hindú, que se entrega a los parias y jamás sonríe. Sobre el filo donde se unen el amor y la muerte. Su conexión y su interdependencia. Toda la potencia y el hechizo de lo mítico: “... Al mismo tiempo en los lugares santos y en los mercados. Las mujeres se estremecen al verla pasar, los hombres jóvenes, dilatando las ventanas de la nariz, salen a la puerta para verla, y los niños recién nacidos ya saben su nombre. Kali, la oscura, es horrible y bella... Su boca es cálida, como la vida; sus ojos profundos, como la muerte”.

“La muerte de Marko Kralievitch”: un hombre al que hieren mortalmente sin pelea ninguna. Espíritus vagabundos llenos de poder. Un viejo que camina como un joven. El arrepentimiento siempre absurdo. Un camino que se pierde a lo lejos por el que va desvaneciéndose el andariego, como le llamaría el mítico libro chino de las mutaciones. I Ching, el libro anónimo y ancestral y su enigmático oráculo.

El último cuento del libro “La tristeza de Cornelius Berg” vuelve a hablar, (como el primero, formando el círculo infinito de la serpiente que se muerde la cola) de un viejo pintor, En esta ocasión es un pintor que ha perdido el don creativo, pero sus sueños son geniales. ¿Cómo sería el mundo si Dios, como pintor del universo, se hubiera limitado a pintar paisajes? La parte más bella, misteriosa, implacable de la creación...
  

  

 


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