domingo, 28 de diciembre de 2014

'Ancho mar de los Sargazos' de Jean Rhys


Por Tesa Vigal

Este peculiar libro, que estremece, está ambientado en un Caribe inquietante y pavoroso. Su autora, de vida peculiar a la que cuadran adjetivos parecidos dijo: “Hay en mi mente lagunas que no pueden colmarse” .

Nacida en la isla de Dominica, Antillas, en 1890. Otras fuentes citan 1894. Llegada a Inglaterra a los 16 años, donde mal vive como puede trabajando como corista y semi prostituida. Empieza así un tiempo nómada recorriendo Europa, recalando principalmente en París y Londres, en compañía del alcohol y la soledad en compañía. Un fiel retrato de esa forma de vivir muriendo o morir viviendo es su impresionante novela “Viaje a la oscuridad”. 


Se casó 3 veces, enviudó una y dos de sus maridos acabaron en la cárcel. En 1919 pasa por Holanda y se casa con el periodista y compositor Lenglet. Tuvo dos hijos pero el niño murió. Empezó a publicar en los años 20 y 30, bajo patrocinio de Ford Madox Ford, pasando por completo inadvertida. Se la olvida por completo entre 1939 y los 60. Quizá por su constante de evitar los círculos literarios. Llegó a pensarse que había muerto, hasta que inesperadamente publicó en 1966 esta novela de la que voy a hablar a continuación, que causó gran impacto. En esa época vivía ya en una casita en el campo inglés. Murió en 1979.

Actualmente es considerada un gran clásico moderno. Su manera de escribir tiene una sobriedad apabullante, pero no seca como la de un Carver, sino húmeda y emotiva, lo que la vuelve aún más sobrecogedora. En sus libros abundan los personajes más vulnerables por su inadaptación y sensibilidad que por su penuria o marginalidad. Sus vidas parecen discurrir paralelamente al mundo exterior, a pesar de tener que luchar en él, a veces incluso de manera sórdida, por la subsistencia. Y aún así, da la impresión de que se mantienen en una pureza inevitable en cualquier situación y circunstancia. Como si no pertenecieran a nada. 


En ‘Ancho mar de los Sargazos’ es portentosa la contracorriente en la que circula el escenario de la historia, porque se suele asociar a una región como el Caribe con la alegría de vivir. Aquí sin embargo son otras visiones personales las que se arrastran bajo su cielo hiriente. Las flores enormes, los colores intensos, los perfumes agudos, las creencias radicales, los animales escurridizos, las selvas tupidas y la lluvia torrencial producen angustia y pena. Son amenazantes e incomprensibles, poniendo en evidencia el misterio de lo excesivo, fiel reflejo de su protagonista.

Las sensaciones y sentimientos están contados indirectamente, a través de los hechos y las percepciones del personaje. En lo que se fija, lo que ve, lo que oye… Mucho antes de que Carver se pusiera de moda y con una gran diferencia. Mientras en Carver esa forma de contar sólo hechos alude a una forma de sentir amorfa, de esos momentos en los que no puede ponerse nombre a los sentimientos, y por tanto a una situación de ignorancia deliberada o inevitable, en Rhys sí tienen nombre pero se evita cuidadosamente. En Rhys hay dolor, en Carver parece que no. En Rhys se sabe lo que se siente, en Carver no se tiene ni idea. Pongo un ejemplo. Después de una escena dramática en forma de hechos simplemente constatados, sin la menor sombra de juicio, la protagonista oye a su lado cantar a alguien una canción de la que oye un solo verso, antes de dormirse.

Esa ausencia de juicios, mirando lo que pasa como un sueño, y a la gente que actúa, acentúa enormemente la trascendencia, el peso propio de lo que ocurre, de lo observado. Remite al misterio del alma humana y al significado profundo más allá de las palabras. Surgen así los valores por sí mismos, automáticamente, llenando el hueco que le falta a la simple constatación.


También se marca así la naturaleza extraña, extranjera, del personaje que observa y como resultado suele encerrarse en su habitación, su silencio, sus calles… Buscando sin explorar, esperando sin citas, mirando sin ver, hablando sin dialogar. Con una insólita inocencia, empapándose del regusto incomprensible del mundo y sus habitantes.

Especialmente de sus habitantes, que a veces incluso llegan a parecer arcanos enigmáticos, colocados por algo en su camino, por fuerzas ciegas y poderosas, casi siempre amenazantes. Y que desprenden la sospecha de estar, probablemente, igual de incomunicados que el personaje observador, aunque no sean extraños como ella.

Después de que una niña sea rechazada violentamente por su madre, sólo comenta que en el trayecto de vuelta ella y su acompañante adulta no hablaron. Y el lector se queda con el peso plúmbeo y definitivo de ese silencio entre las dos, como si fuera la única materia de la que estuviera hecho el mundo.

La profunda tristeza, esa que más que tristeza alcanza la pena. Y la pena es por no tener lugar en el mundo. Por no haber cabida para ella en la Tierra. Frases hondas y desgarradas con apariencia distraída, como de pasada, porque es algo que hay que disimular, lo que aumenta la tristeza. Por ejemplo: “Nadas digas y quizá no sea verdad… ¿Cómo pueden saber lo que es vivir afuera?”. Y ese afuera señalado en cursiva.

Las respuestas del mundo llegan con frecuencia impregnadas en malevolencia y despecho hacia la gente, como la protagonista, demasiado sensible, o demasiado distinta.


Es una novela con un sorprendente y alternado cambio de narrador. De primera persona de ella, a primera persona de él.  Pero idéntica visión incomunicativa.

Presente también en la melancólica indiferencia de los negros caribeños, impregnada por el viejo servilismo colonial. Por ejemplo en el hecho de responder a la sencilla pregunta sobre su edad, con una respuesta subjetiva destinada a complacer y llena de burla socavadora: “¿14?, imposible”, “pues 57… ¿sí?”. Al fin y al cabo son el tipo de respuesta que tiene tanta gente, inventarse la imagen que parece gustar, sin nada que ver con la auténtica esencia. Esa renuncia a ser querido por uno mismo, que es tan desoladora como significativa. Sobre todo por lo extendida que está.

Cada vez que leo una historia sobre seres desadaptados, es como si de pronto cayera por un profundo pozo hasta darme de bruces con la situación del ser humano en general. No la aparente, sino esa que se desliza sinuosamente, incluso por debajo de la persona más adaptada aparentemente, aunque en este último caso, su no pertenencia sólo se asome en el silencio, poniéndola nerviosa como reacción.

En esta historia se suma la desubicación de los descendientes de los dueños blancos de plantaciones en tierra extraña, con sus indios exterminados, llena de negros antiguos esclavos, de blancos empobrecidos y despreciados por sus congéneres y también por los negros, de seres extraños. Esos seres que no pertenecen a ninguna parte, como consecuencia de las circunstancias, o más dolorosamente aún a consecuencia de su propia naturaleza. 


Ella y él, aislados y nadando como pueden en el mar incomprensible de la presencia de cada uno. Con una rotundidad de apabullante tristeza, esa que sólo surge de la lucidez constatadora. La que no quiere juzgar porque no sirve de nada y se limita a sentir.

También está presente en esta historia el maldito mecanismo, maldito por mentiroso, de entregar el vínculo afectivo a una persona, a veces independientemente de quien sea esa persona, por simple necesidad de expresión afectiva. Y una vez hecho el vínculo el imperioso deseo de ser correspondido, retribuido, respondido por esa única persona en concreto, que sin embargo hubiera podido ser cualquier otra. Tantas veces el amor es sólo eso… Muy pocos lo ven, muchos lo sienten. Sería ridículo si no fuera por el dolor que causa. El dolor es real, el vínculo también, la persona a quien se está vinculado es irreal, no es ella en realidad quien produce, quien provoca ese amor.

Y la historia se va cerrando tan radical como las enormes flores del trópico, y tan inquietante como su esencia anidada bajo sus pétalos de intenso color.


  


sábado, 20 de diciembre de 2014

La poesía en estos tiempos: 'El tiempo de los asesinos' de Henry Miller (a partir de Rimbaud)


Por Tesa Vigal

¿Qué es el arte? ¿cuál es su función?... Respuesta radical de Henry Miller en este librito arrebatado sobre la sustancia de la poesía, a partir de uno de sus grandes poetas: Rimbaud.


Para Henry Miller la esencia de lo creativo ("Y su lenguaje capaz de fundir el corazón y de hacer hervir la sangre") es el viaje a lo desconocido, al misterio de la vida, a la esencia de la naturaleza, y por tanto va dirigido de alma a alma ("Su meta es dar rienda suelta al espíritu"). No sólo de mente a mente. El artista es un mensajero de los dioses, como creían las culturas antiguas y "primitivas". Es un instrumento para volar y hacer volar, pero eso le convierte en solitario por su naturaleza excesiva. El arte sería lo que conmueve profundamente, lo que pone los pelos de punta y es inolvidable. Pero vivimos en un tiempo de "asesinos", porque muy poca gente (si es que hay alguien) que sienta el arte así ("Quienquiera que hoy experimente esa forma de angustia y la exprese, será considerado un romántico incurable. Nadie espera que sintamos ya de esa manera... Los humanos ya no vibran de exaltación; se retuercen y serpean de envidia y odio... La vida del humano actual es pálida y vacía").

Por el contrario abundan los adoradores de las apariencias. Es decir los que ante una apariencia formal diferente proclaman su maravilla, cuando lo aparente no existe, sólo lo parece. Y no existe porque el fondo no es diferente y por tanto su forma "distinta" obedece sólo a lo artificial
. Pero es más sencillo y asusta menos que lo auténtico, aunque justo eso es lo que la gente en el fondo añora. En la actualidad se enaltece lo banal, lo gratuito, por eso es un tiempo de asesinos.

Sobre Rimbaud dice: "De cualquier manera que se interprete su obra o se explique su vida, está más vivo que nunca. Y el futuro le pertenece aunque no haya futuro". Este es un libro imprescindible para todo aquel a quien le interese, apasionadamente, el arte. Igual que Miller se siente hermanado con la visión creativa de Rimbaud, yo a mi vez me siento hermanada con ella, y como mis pobres palabras no llegarían quizá a expresarlo por completo, cedo la palabra a sus frases directas. De ahí la abundancia de citas, quitándome el sombrero con vértigo ante su contenido revolucionario.

Para cualquiera que haya leído "Una temporada en el infierno" (con frases como: "y si no puedo expresarme con palabras paganas, prefiero enmudecer") y sepa que a continuación Rimbaud dejó de escribir, porque la poesía ya no provocaba reacciones y por tanto era inútil,  marchándose a África, en un gesto con olor desesperado, a ganarse la vida de cualquier forma (incluidas las ignominiosas como el tráfico de armas) comprenderá que ambas cosas están íntima y dolorosamente relacionadas. Sobre el tema comenta Miller: "El hecho de que sólo pudiera mantenerse intacto renunciando a su vocación es un tributo a su pureza, pero al mismo tiempo una condenación de su época". "Permitirá que sus sueños sean aniquilados, pero no mancillados. Había vislumbrado la vida en todo su esplendor y plenitud; no traicionaría esa visión convirtiéndose en un ciudadano domesticado del mundo".

Y, sin embargo, mucha gente no entiende que un poeta visionario como Rimbaud se ocupe de "cosas bajas". Rimbaud quería la “navidad” en la tierra. Miller: "Persigue lo imposible (...) como si estos sueños pudieran cumplirse. Está demasiado cargado de la energía que generan para desprenderse de ellos".


Henry Miller en su libro (único, distinto) desarrolla el punto de unión de ambas cosas y, desde esa aparente contradicción, pasa a hablar de la esencia de lo creativo y a diferenciar, por tanto, versificadores de poetas (cosa que muchos confunden, los que no quieren ahondar o carecen de suficiente sensibilidad). Alguien como Rimbaud que tiene un concepto tan alto, profundo y radical de la poesía-arte, siente especialmente en su carne el ánimo antipoético del siglo XIX que le tocó vivir, y que Miller amplía hasta la década de los 50 del siglo XX en que escribió este libro (es evidente que seguimos con el mismo ánimo en el siglo XXI): "Poseemos el conocimiento sin la sabiduría, la comodidad sin la seguridad, la creencia sin fe... El poeta es un paria, una anomalía".

Rimbaud: "El verdadero problema está en hacer monstruosa al alma". Y Miller añade: "O sea, no horrible, sino prodigiosa". "No puede vivir con sus ideales a menos que éstos sean compartidos, pero ¿cómo comunicarlos si no habla el mismo idioma que su prójimo?... El soñador debe contentarse con soñar, confiado en que la imaginación crea sustancia. Esa es la función del poeta, la más alta porque lo conduce a lo desconocido, a las fronteras mismas de la creación". Y si la poesía no ayuda a cambiar y liberar al ser humano, no tiene sentido; mejor dicho, es mentira su sentido trascendente. Y si es mentira su trascendencia es mentira todo lo sublime y por lo tanto lo único auténtico es responder renunciando a escribir. Rimbaud no puede hacer concesiones, un poeta auténtico como él no puede hacerlas y de ahí su reacción desesperada y su insulto que esconde un gran dolor: a la mierda la literatura, si el mundo es sólo barro hediondo qué importa que uno se hunda en él...

Libro sin concesiones. Radical, apasionado y diferente de verdad, no sólo en apariencia. Porque lo diferente es una voz única y surge del alma, no de un propósito de provocar, ni de cualquier otro tipo de esnobismo, que es en lo que nadan multitud de "artistas" en busca de un lugar en la cumbre, es decir falsos artistas. Porque el arte nace de una necesidad inevitable, desde lo más profundo. Por eso va de sensibilidad a sensibilidad y no se trata de cultura y mucho menos de erudición ("El lenguaje del poeta corre a la par de la voz interior cuando ésta aborda la infinitud del espíritu. A través de este registro interior, el hombre sin lenguaje, por decirlo así, se pone en comunicación con el poeta. No se trata de una cuestión de educación verbal sino de desarrollo espiritual").


Palabras tan radicales como: "Ser poeta fue en un tiempo la vocación más alta, hoy es la más vana... Porque el poeta mismo no cree ya en su misión divina". Por supuesto explicaré, para quien no conozca a Miller ni a Rimbaud, que nada tiene que ver ese "dios" con ningún dios de ninguna religión institucionalizada, sino con el Gran Espíritu como dirían los indios: "Todo el interludio cristiano no ha sido sino una negación de la vida, una negación de Dios, una negación del espíritu".

Abrazar la creación entera, la luz y la oscuridad y fundirlas para ir más allá, siempre más allá: "Una indescriptible nostalgia de lo desconocido, el deslumbramiento de lo infinito".  Como ya he dicho este libro lo escribió Miller en los años 50 del siglo XX. Me hubiera gustado saber lo que pensó sobre el movimiento contracultural y rockero de los 60 y 70, pues en él hay un intento (unas veces logrado y otras no) de volver al origen catártico del arte y a su función global y tribal (en toda la profundidad de la palabra). Pero sus palabras y, por supuesto, la obra de Rimbaud siguen vigentes con una escalofriante actualidad. En España está editado por Alianza editorial. Y, por supuesto ‘Una temporada en el infierno’ de Rimbaud.

A los valientes y a los románticos (es decir, soñadores por suerte o por desgracia), les deseo una fructífera y apasionante lectura. Al resto les deseo que se escandalicen lo suficiente para que algo se mueva en su vida.
  

     

viernes, 12 de diciembre de 2014

'Memorias de África' de Isak Dinesen

Por Tesa Vigal

Leer a la danesa Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, tiene el efecto de atraparte en una burbuja de interminable sutilidad, en la que cada instante, cada objeto, cada gesto de alguien se multiplica en capas y capas hasta que tropiezas con el esqueleto del laberinto humano. 


En la emocionante película de Sidney Pollack del mismo título (basada en los datos biográficos de su larga estancia en África, sumados a la atmósfera hondamente poética de su libro), hay una escena que refleja a la perfección la manera de escribir de Isak Dinesen. Y lo hace a través de su manera de contarlas en voz alta. Cuando después de cenar con sus amigos, y a partir de la frase de uno de ellos, comienza a ensartar sucesos, personajes y escenarios humilde y rotundamente, paso a paso y dejando salir a la historia que quiere ser relatada.
Imagen de la lepícula de Sydney Pollack

Los años que vivió en África fueron decisivos en su vida. No sólo allí conoció a su querido e inolvidable Dennys Finch, sino que allí pareció fraguarse su pasión por contar historias, pues fue a su regreso cuando se volcó en escribirlas. Da la impresión de que su recorrido vital formó dos bloques. En la primera parte de su vida se agolparon los hechos más intensos y atormentados, unos de naturaleza ambivalente –su faceta amorosa- y otros trágicos como el suicidio de su padre cuando ella tenía diez años, o la muerte de su amante Dennys al estrellarse su avioneta, o la pérdida de su granja africana.
Hace poco he sabido que existe un asteroide llamado Blixen en su honor.
Su primer libro es el fascinante “Siete cuentos góticos”, publicado en 1934. A continuación viene su libro más famoso: “Memorias de África”, en 1937 (magnífica edición en la editorial Alfaguara). Le siguieron el maravilloso “Cuentos de invierno” en 1942, “Vengadoras angelicales” en 1944 y “Sombras en la hierba” de 1960.


En sus libros, desde la primera página, aparece esa misma sensación de ir preparándose a contar la historia según va surgiendo, con el efecto envolvente de ir paladeando cada palabra con pausas ensoñadoras, que permiten reposarla íntimamente y seguir escuchando embobados. Dispuestos a dejarse llevar por ellas, narradora e historia, hasta donde sea. En la escena citada más arriba, se recrea la misteriosa necesidad de los seres humanos de contar y escuchar historias. Tanto ella, la narradora, como sus amigos oyentes se dejan envolver por ese mundo invocado, volando más allá del momento para regresar a él y encontrarlo enriquecido por la imaginación que explica la vida completándola, buceando en los seres que la habitan y el origen de sus actos y emociones.

En el libro de Dinesen no aparecen de manera explícita sus relaciones amorosas. Sólo de manera indirecta. Como cuando se mencionan, como de pasada, las largas estancias de Dennys en su casa, sin más explicaciones, o la muerte de su amigo al estrellarse su avioneta. Se diría que es demasiado delicada como para mencionar la palabra amor, o hacer una crónica de su intimidad. Quizás esa especial historia con Dennys fue demasiado profunda como para limitarla al ponerla por escrito. De tal manera que ‘Memorias de África’ transmite justamente mucha más intimidad que si hubiese escrito una crónica detallista.
Isak Dinesen junto a otra escritora fascinante: Carson McCullers

Su libro habla del alma de África, de su íntima conexión con ella y con algunos de sus amigos o empleados, o de los efectos infinitos en su vida a través de atmósferas, breves diálogos, apuntes repentinos sobre una escena, o lo memorable de algunas de las personas que allí conoció.

La complicidad con su cocinero, Kamante, y su forma de nombrar los platos que preparaba: “según el acontecimiento que se había producido el día en que los había aprendido, así que hablaba de la salsa del rayo que hendió al árbol y de la salsa del caballo gris que murió” . Con él conectaba de manera natural por su propia manera de hablar a base símbolos, poderosos y sensibles, igual que con Farah, el empleado que avisaba de los acontecimientos inevitables, como incendios, o plagas diciendo que había venido Dios.


Su portentosa manera de transmitir atmósferas, dando el relieve de múltiples dimensiones a una descripción de momentos o paisajes, es una de las más sugerentes que he leído nunca. Por contraste, el tipo de escritor periodístico (cuyos datos son interesantes y necesarios) sabe a poco. A muy poco sus enumeraciones de un árbol a la izquierda o una casa a la derecha, quedándose en la superficie de las cosas. En lugar de eso, Dinesen parece beber de la misma fuente sabia origen de la poesía y, para meterte en un momento emocional concreto, al salir de una casa al amanecer, escribe simplemente: “el paisaje estaba misteriosamente despierto” (de uno de sus “Cuentos de invierno”).

De África dice: “El aire en África tiene más significado en el paisaje que en Europa, está lleno de vislumbres y espejismos y, en cierto modo, es el escenario real de las actividades. En el calor del mediodía el aire oscila y vibra como la cuerda de un violín, levanta capas de herbazal con acacias y colinas encima y crea la ilusión de vastas extensiones de agua plateada en la hierba seca”.

Su forma de escribir es una fina red de hondas analogías como las de los sueños, más una asombrosa exactitud en las palabras y una fluida sucesión de potentes imágenes. Hay otra frase en “Memorias de África” que dice: “Me explicaron cómo cada criatura viviente sobre la tierra tenía su réplica bajo el mar”. Pues bien, yo diría que Karen-Isak hace una alquimia semejante al escribir. Llena el alma de escenas y personajes con sus correspondencias materiales, y a la tierra de objetos y cuerpos con sus paralelos espirituales. Pero ¿no es precisamente escribir y vivir una búsqueda incesante de correspondencias? En todos los sentidos.
      

  

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El libro de arena, de Borges


Por Tesa Vigal

"La función liberadora del arte reside en su singular capacidad de soñar a pesar del mundo, de estructurar mundos de modo diferente. El gran escritor es anarquista y arquitecto al mismo tiempo. Sus sueños socavan y vuelven a construir el paisaje chapucero y provisional de la realidad"
(George Steiner)   

 

Un libro perdido entre miles de libros de una biblioteca, de alguna ciudad, escondido en el mejor sitio posible. Una hoja entre las hojas de un bosque en otoño.

¿Qué es lo fantástico? El miedo y la fascinación ante lo imposible y lo desconocido. Y ahí radica su misterio y la impronta de lo auténtico, porque no se puede tener miedo de algo en lo que no se cree. Y si se cree y produce emociones (es decir, realidades) significa que su origen también es cierto. Luego lo imposible que da miedo es auténtico, como todo lo que se vive -se siente-. De ahí la realidad de los sueños, vivencias en otra dimensión, a veces incluso más intensas que lo vivido en la llamada vigilia. Ese temor se concreta en este libro de relatos en lo ilusorio del tiempo y el espacio, que puede por ello producir encuentros adimensionales con uno mismo en otro momento temporal, como en el primer relato: "El otro". 

Por sus páginas circulan historias de alguien que pretende formar un Congreso del Mundo en una cafetería de Buenos Aires. Una casa comprada, vaciada y habitada por un extraño ser que derriba paredes y construye singulares rampas y una larga mesa con dos huecos a cada extremo. Y un final de ojos abiertos al pesar más la curiosidad que el temor. Manuscritos inacabados hablando de sectas que proclaman la inocencia de todo lo existente... Historias que podrían ser contadas por cualquiera, porque lo importante es la historia misma y no su narrador.


Un repaso del misterio que se cierne sobre las aguas de la vida en pequeños cuadros, inacabados premeditadamente, pues inacabado está siempre el mundo que no deja de bullir siempre apuntando a la inexistencia de un capítulo final.

Un milenario futuro donde los políticos han desaparecido igual que la imprenta y el dinero. Un futuro delicado y equívoco. Hombres motivados por la vanidad de la imparcialidad, o por la búsqueda de una palabra mágica. Alguien que anhela el tiempo sin tiempo, rozando la eternidad, de cualquier animal. Recluirse hasta una fecha auto impuesta para matar y morir en ella, sin que nada ni nadie influya en su decisión. Un disco metálico de un solo lado, invisible por tanto cuando se enseña en la mano...

Pero el resumen de todos los relatos está contenido en uno de ellos: "El espejo y la máscara". La historia de un rey que encarga un poema y el poeta que lo escribe. Tres poemas, o mejor dicho tres versiones, tres niveles del mismo poema, de los cuales sólo el último merece plenamente ese nombre. El primer nivel es la creación mental: una crónica periodística de los hechos que quiere relatarse con viejo y conocido estilo impersonal. El segundo nivel es la creación emotiva: expresión del corazón que da vida a todos los sentimientos.
El tercer nivel es la creación desde el alma, la creación en sí misma, cuando se invoca y se ocupa el lugar divino. Ante este último poema se reacciona con temor y reverencia y su efecto es catártico y decisivo. Después de oír ese tercer poema, quintaesencia de una sola línea, ni el rey que lo escucha ni el poeta que lo expresa podrán ya seguir con su vida anterior y su camino dará un vuelco trascendental ante la presencia viva del misterio de la creación, de lo extraordinario encarnado. Como se dice en otro de los relatos ("Utopía de un hombre cansado") los hechos "... son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento".

Y  el infinito "Libro de arena", sin principio ni fin como el espacio y el tiempo. Y si el espacio y el tiempo son infinitos "estamos en cualquier punto del tiempo".
Por ejemplo: página de la izquierda numerada 17, página de la derecha numerada 75.432, por ejemplo. Porque no existe en él ni primera ni última hoja y cuando se buscan siempre surgen nuevas páginas de las portadas. El libro en el que cada hoja es única, nunca se repite y jamás se la puede volver a ver. Como la vida. Como los ríos. Un libro perdido entre miles de libros de una biblioteca, de alguna ciudad, escondido en el mejor sitio posible. Una hoja entre las hojas de un bosque en otoño. ¿Te suena?


viernes, 21 de noviembre de 2014

El detective más melancólico: Marlowe en 'El largo adiós'


Por Tesa Vigal

En ‘El largo adiós’, de Raymond Chandler importa menos lo que pasa que la voz de su narrador, el detective Philip Marlowe. Su tono que dibuja rincones en los hechos, que matiza la diferencia entre ironía y sarcasmo, que invoca sueños en el humo de un cigarrillo, que se desliza en la melancolía más lúcida alejándola de cualquier añoranza. 


 Empezó a dedicarse a la literatura tarde (a los 45 años), en la década de los 30, dedicándose al género negro, igual que otro de los grandes: Dashiel Hammett. La semejanza entre los dos radica en sus potentes imágenes y el claroscuro de sus atmósferas. La diferencia se encuentra en la ausencia de emotividad en Hammett, su tremendo efecto seco y mental, de hechos ariscos y desnudos, mientras que Chandler tiene una atmósfera emotiva cargada de humo y blues, que va empapando hasta calar directamente los huesos. Y su quintaesencia, el personaje mítico creado por él, el detective Philip Marlowe que nada tiene que ver con tipos duros convencionales. Es alguien vulnerable y sobrio, sensible y escéptico, cuando el escepticismo es producto de una perfecta defensa, íntegro y lúcido.

Tanto Hammett como Chandler dieron un vuelco a la novela policíaca, haciendo que perdiera ese nombre cuando se refería a ellos. Porque a diferencia de la inglesa clásica, orientada al descubrimiento del asesino de turno, en sus novelas eso nada importaba. Existe una anécdota durante el rodaje de “El sueño eterno”, otra de sus novelas. Su director, Howard Hawks, tenía dudas sobre quién había matado a uno de los personajes y llamó al autor del libro creyendo solucionarlo. Pero Chandler le respondió que él tampoco lo sabía y que eso carecía de importancia.Lo relevante era el escenario, su trastienda, su atmósfera, la intimidad desgarrada que sale a la luz en las situaciones fronterizas, incluyendo las que atañen a la legalidad. 
Bogart en 'El sueño eterno'

Publica su primera novela a los 51 años: “El sueño eterno” en 1939. Le siguen “Adiós muñeca” en 1940. “La ventana siniestra” en 1942 y “La dama del lago” en 1943. En este mismo año colabora con el director Willy Wilder en el guión de “Perdición”, adaptación de una novela de James M.Cain “Double indemnity” (una de las mejores películas de Wilder y del género negro. Fascinante y perturbadora. Con esa frase última tan sugerente: “más cerca”, revelando hasta el final con un nuevo principio, un nuevo ángulo oculto). También participó en el guión de “Extraños en un tren” con Hitchcock basado en la novela de Patricia Highsmith. “El largo adiós” es de 1953. Y su última y desencantada novela es la inacabada “Poodle springs”.

Varias de sus novelas fueron adaptadas al cine, entre otras ‘el largo adiós’ en 1973 dirigida por Robert Altman. Pero la que dio lugar a una gran película fue “El sueño eterno” de Howard Hawks y protagonizada por un magnífico Humphrey Bogart que encarnó como nadie a Philip Marlowe, con una fascinante Lauren Bacall. Su escena final podría ser la quintaesencia de las novelas de Chandler: los dos protagonistas están en medio de una escena, en una casa en compañía de un cadáver, con la sirena de la policía acercándose y una pistola en la mano. Y de repente… se acabó. ¿Qué pasa? Ah… ¿qué narices importa?. 
Lauren Bacall

En ‘El largo adiós’ la ironía más melancólica es la que destila el interior del detective Philip Marlowe. Nace de la lucidez sobria de su voz en off, que como una serpiente desenvolviendo sus anillos, lentamente, antes de atacar, sacude su brillo triste como si fueran gotas de agua sobre el parabrisas de un coche, aparcado en cualquier parte y esperando, siempre esperando, aún en medio de la acción, porque la acción es algo secundario y a menudo engañoso.

Es decir en sus historias (y quizá El largo adiós es la más representativa) la trama es secundaria, a pesar de vestirse con la ropa de una novela policíaca. No en vano este tipo de historias fue llamado novela negra por los franceses, que para algunas cosas son ciertamente sutiles. Negra por el trasfondo oscuro, sucio y turbio que se desliza bajo la superficie de la dorada California (su escenario preferido). Negra por el espíritu de Marlowe que mira las cosas atravesándolas, con una constatación triste y poderosa, o bien dándoles la vuelta como a un guante. Negra por su atmósfera de claroscuro, fluido pero espeso como la tinta y la sangre. Sueños envolviendo vidas como un abrigo viejo, y vidas masacradas por los sueños más altos.
Las raíces de su apasionado hechizo se deslizan por raíles de lucidez nostálgica, huellas de pisadas como marcas de sueños rotos, abrigos de piel sobre pieles desnudas, juegos de espejos enfrentados, acciones inútiles, alcantarillas luminosas y jaulas de oro. Estelas de princesas podridas, pistolas hermanas, calor sucio y tormentas con la tensión de planetas entrechocando al amanecer. Polvo y viento, ginlet (aquí sale la perfecta receta para este cóctel) con sabor a humo, caras cruzadas por sombras, piscinas taciturnas y carretera infinita. Y siempre un final de preguntas sin respuestas.

Marlowe: “Después partí. En la frontera nadie me dirigió ni una mirada, como si mi rostro tuviera tanta importancia como las manecillas de un reloj”.
“La mayoría de la gente utiliza la mitad de su energía en proteger una dignidad que nunca ha tenido”.
“No hay trampa más mortal que la que se prepara uno mismo”.
“-¿Algo personal aquí?
-Sólo yo”.


sábado, 8 de noviembre de 2014

Una persona: 'Orlando' de Virginia Woolf


Por Tesa Vigal

Persona, ser humano más allá del género y el tiempo. De eso trata esta inclasificable novela que atrapa con la suavidad del terciopelo, la rotundidad de la muerte y la belleza de un bosque salvaje.

Virginia Woolf nació el 25 de Enero de 1882 y murió el 29 de Marzo de 1941, suicidándose metiéndose en un río tras haber llenado sus bolsillos de piedras. Nunca fue al colegio. En su infancia estudió en casa y leyó incansablemente en la biblioteca de su padre. Dos citas muy significativas tanto del contenido de su obra como de su vida: “La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata”. Y “es mucho más difícil matar a un fantasma que a una realidad”. 


Sólo he leído de ella otro libro: ‘Señora Dalloway’, que no me dejó ninguna huella. Nada que ver con ‘Orlando’. Sus otras novelas no me han dado ganas de leerlas por los comentarios de gente. Así que repito esta reseña sobre ‘Orlando’ trata sobre este libro único y no sobre el resto de su obra.

Sin embargo el escritor Cunningham escribió una interesante novela, ‘Las horas’, sobre la gestación de ‘Señora Dalloway’ y el efecto de su lectura en dos mujeres de diferentes épocas. Se ha llevado al cine recientemente por Stephen Daldry, para mí de manera fascinante, en una de esas películas que son mucho más imborrables que el libro en el que se basan. Encarnada la escritora por una gran interpretación de Nicole Kidman y otra magnífica de Julianne Moore y de Meryl Streep.

‘Orlando’ se llevó al cine por Sally Potter y protagonizada por Tilda Swinton. Ver fotos abajo. 

Novela de intenso poder evocador, plagada de imágenes fascinantes y todo el despliegue poético (en su sentido más profundo y vital). En cualquier otro escritor una historia con ese argumento, una persona que va cambiando de sexo y de época, se clasificaría como literatura fantástica (de hecho este libro lo he visto etiquetado así en alguna parte). Pero es un libro que trasciende cualquier género por su profunda sutilidad laberíntica. En ese sentido, sin embargo, pueden rastrearse pasajes que recuerdan a la futura forma de contar, llamada realismo fantástico, de un García Márquez. En realidad se trata de invocar esa frontera onírica que a veces viene contenida en la propia realidad. 

Trata sobre un adolescente del siglo XVI inglés, que aspira a dejar una huella útil de su paso por el mundo. Aspira a la huella material y anónima de tantas manos sin nombre. Anónimas esa es la clave: lo que importa es la obra, no quien la hizo. No importa si fue un hombre o una mujer, creyente o escéptico... Al final lo que importa es lo que sintió y lo que materializó. 


La vida de Orlando, el protagonista, le lleva después a Constantinopla y allí le sucede algo insólito por lo profundo y crucial de la experiencia: después de una fiesta se va a la cama y duerme, duerme, duerme sin que nadie pueda despertarlo durante 7 días (de nuevo un símbolo de un ciclo completo, esta vez encarnado por un número mágico y esotérico). Y cuando despierta es una mujer.

El dormir. Estado del alma, o viaje a otra dimensión, que es también fuente simbólica por dos razones. Una que durante ese tiempo el exterior está de alguna manera “paralizado” como nuestro cuerpo. Un periodo de paréntesis, de pausa enigmática. La segunda que durante ese tiempo es posible el sueño. El acceso directo a nuestro inconsciente, y quizá también al colectivo. Contacto con nuestra parte más sabia y con ese lado misterioso de la vida que se desdibuja, rozando otras dimensiones. Una “muerte” diaria...

Sí, de repente se despierta y se ha convertido en una mujer, con todo el recuerdo de su pasado intacto, su misma cara, su misma identidad. Paso inevitable en cualquier viaje iniciático, la trascendencia del género para poder convertirse en un ser que abarca a ambos sexos, haciendo así posible el Amor: la experiencia de ser una persona. Más allá de etiquetas y prejuicios. El escalón que permite volar aunque no lo provoca directamente. Sólo lo hace posible. Otro sexo pero igual identidad. La identidad está más allá del sexo y la esencia, si existe, también. 
Nicole Kidman en 'Las horas'

Después de esa transformación abandona su puesto de embajador y huye por los campos con una tribu de gitanos vestido (ahora “vestida”) con la casaca y los bombachos turcos que pueden vestir ambos sexos. Y vive con ellos hasta que empiezan a recelar de su actitud contemplativa y solitaria, de su viejo amor por la naturaleza, de su vena poética...

Cuando tiene que vestirse de mujer para volver a Inglaterra y descubre la manera absurda de tratar a las mujeres y lo que se espera de ellas se da cuenta de que esa naturaleza femenina (sumisa, recatada, etc.) es falsa. Pero lo más importante es esa capacidad, otorgada por su transformación, de estar fuera de ambos sexos y verles a ambos desde fuera.

También descubre lo bueno de la situación femenina: no tener que preocuparse de ambiciones externas y poder dedicarse a la contemplación y el amor, que como poeta reconoce ser lo mejor de la vida. La actitud más sabia y profunda.

La ironía entrelazada constantemente al describir la acción. Y lo sensorial entrelazado con los pensamientos. El resultado relativiza, fusiona, es sorprendente y revelador. O la ironía reinando en solitario en algunos párrafos. Ironía sutil y con matices surrealistas.

Juega a ser mujer, sabiendo que no es en el fondo de ningún sexo y de ambos a la vez. Y aunque se había transformado en una mujer, de vez en cuando sale vestida de hombre por las calles y goza del amor de ambos sexos. En un encuentro tumultuoso con un hombre en pocos minutos entrelazan sus vidas sin necesidad de contársela. En resumen él la dice de repente: “señora eres un hombre...”. Y ella le dice: “eres una mujer...”. Y la identidad siempre perenne en lo que nunca cambiaba en él/ella: carácter pensativo, introvertido, amor por la naturaleza y la poesía. Todo lo demás cambiaba y la gente es en lo que se fija porque es más difícil y peligroso descubrir y observar la base de lo que permanece. 


El tiempo desaparece y van pasando los siglos para Orlando, como si su transformación la hubiera sacado de la línea del tiempo y también lo contemplara desde fuera. Y los antiguos siglos tan vitales (del XVI al XVIII) dan paso al XIX. Un siglo puritano, lóbrego y artificioso, con los trajes femeninos más horribles y grotescos de toda la historia (el miriñaque, etc.).

A lo largo de los siglos sigue escribiendo, corrigiendo y reescribiendo un manuscrito titulado “la encina”, comenzado en su adolescencia en el siglo XVI. Y la búsqueda de la esencia de una persona (la misma que la de la vida y lo que se llama mundo) se hace desesperada en las páginas finales (ya en el siglo XX), cuando se han recorrido ya todos los pasillos y esquinas del laberinto que está a nuestro alcance. Y entonces y sólo entonces se comprende que eso no basta. Que el resto, lo que está más allá de nuestros límites es lo desconocido. Y allí, en lo desconocido, se agita y bulle eternamente el centro del misterio. Siempre a punto de ser rozado con la punta de los dedos y el borde del sexo, y siempre esquivo por su infinito movimiento en alguna dirección que no vemos, porque estamos dentro y no podemos verla desde fuera. O al menos, no todo el tiempo.

Constantes referencias a la ambigüedad y la ambivalencia. No sólo de sentimientos y sensaciones sino de sexos. Este último uno de los ejes de la novela, aunque para mí trata sobre la identidad personal más allá de géneros sexuales, y de ahí los saltos en el tiempo y las épocas de la misma persona, como una de las maneras más hondas y sencillas de considerar el posible funcionamiento de la reencarnación. Es la misma persona más allá de sus circunstancias, o a pesar de ellas. Funde perfectamente la influencia inevitable de la época en que nacemos y nuestro género sexual, pero dejando en evidencia una esencia escurridiza y misteriosa que las vive de manera única, personal. Así que ¿qué es una persona y dónde reside su esencia? 


Las historias personales aparecen sin necesidad de justificación, de manera independiente y misteriosa. Casi como un sueño: sucede lo que tiene que suceder y sólo eso, dejando en un segundo plano el entorno y sus datos. De la misma forma en que vemos nuestra vida al mirar hacia atrás, como una serie de escenas sueltas, independientes, irrepetibles y con la sensación a veces de un sentido subterráneo que se nos escapa.

La atmósfera es fundamental y muy fuerte. Presencia constante de olores, sonidos, climas, emociones... Un aire abarrotado de sensaciones. Y ese tropel sensorial y de remembranzas se agita por momentos, convirtiendo en siglos un segundo y dejando espacio a la contemplación y el deleite sensitivo: eso que conforma (esa materia de la que está hecha) ciertas películas atmosféricas que los que no saben paladear la vida llaman lentas, pero que los “golosos” vitales gozan profundamente. Y es que ‘Orlando’ pertenece a la familia espiritual de las películas de David Lynch o Wong Kar-wai (el fascinante director de la película “Deseando amar”, de la que escribí una reseña en http://www.peliculasecreta.blogspot.com). Espirales perturbadoras y laberínticas que, por eso mismo, apuntan al misterio del corazón, al centro de la vida.

Y me encantó la sensación que me transmitía de tiempo real, es decir subjetivo. Ese tiempo que puede hacer que, citando una frase de la novela: “salía con 30 años después de almorzar y volvía a cenar con 55 por lo menos”.


     

martes, 28 de octubre de 2014

La irrepetible atmósfera de Allan Poe


Por Tesa Vigal

Su laberinto: persona y obra inseparables
Rizos negros. Húmedos ojos grises de profunda tristeza. Voz murmuradora, insinuante, magnética. Siempre con su viejo y raído capote de soldado de West Point sobre sus hombros algo inclinados. Temor y fascinación, rechazo y hechizo. Aquí una curiosa frase en pasado: “Mi vida ha sido azar, impulso, pasión, anhelo de soledad, mofa por las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro”. 



Cuentan, los que le conocieron, que su presencia bastaba para turbar apacibles y acomodaticias reuniones literarias. Y si hablaba el aire quedaba hecho añicos, y un clima ambiguo –infernal y angélico- comenzaba a enredarse en la animadversión de unos y la admiración de otros, trayéndoles a la memoria el olor de sus aficiones: el opio dulzón y fantasmagórico, el ron de los piratas y las pesadillas a flor de piel. En palabras de su novia Mary Devereaux: “Mr. Poe no valoraba las leyes de Dios ni las humanas”.

El efecto de sus relatos, efecto de algo que resuena en nosotros, es por encontrarnos fuera lo que ya estaba dentro. Su atmósfera irrepetible y potente se sale de cualquier género, como ocurre con cualquier obra poética (uso la palabra poética como sinónimo de arte). Su rotunda intensidad emocional, cuyas raíces parecen surgir de los más profundos pantanos y mares y alzarse gloriosamente, explora los límites sensoriales y espirituales. Y al mismo tiempo cada escenario, cada percepción, o cada personaje de sus relatos aparecen envueltos en bruma, en ambivalencia, en una ruptura de límites que pone en evidencia la falsedad esencial de toda definición, y apunta por ello dolorosamente a la verdad. Frase de su relato ‘Ligeia’: “No hay belleza exquisita sin algo extraño en las proporciones”.

Adaptación al cine de 'La caída de la casa Usher' de Roger Corman

Quizás por eso el tema de la identidad está muy presente, de manera directa en relatos como “Ligeia”, o “William Wilson”. En el primero a partir de la posibilidad de la reencarnación, en el segundo a partir del doble. Y el destino, las almas sin fondo, las raíces y frutos de los más ambiguos deseos, el amor cuando es abismo, el contorno onírico de la vida, el dolor de los sentidos, la guarida de la belleza en lo profundo de cualquier cosa… Una edición muy recomendable es la de Alianza editorial traducida por Julio Cortázar.



Parece evidente que tuvo un gran eco en él toda la imaginería legendaria del sur, con toda su cultura negra. Y además sus primeras lecturas de revistas inglesas, llenas de relatos románticos en toda la extensión de la palabra (góticos, excesivos, apasionados, misteriosos, exóticos…). Su propio carácter también era excesivo: sensible, orgulloso, apasionado y rebelde.
No, aquel “aparecido” no podía tener ningún lugar en aquella sociedad provinciana, patriotera, moralista y práctica. Sólo tres cosas le resultaron fáciles: escribir siempre en la miseria, crearse enemigos y emborracharse fantásticamente con un solo vaso de ron.

Sin embargo llegó a conseguir una fama notoria a raíz de la publicación de su poema “El cuervo”. Una fama a pesar de él y más basada en su aureola de personaje maldito, indeseable y torturado, que atraía y repelía simultáneamente. Pero solía vencer este último sentimiento y ninguno de sus sueños se realizó. Nunca pudo tener su propia revista, ni salir de la miseria. Tampoco un feliz amor duradero, ni el enorme afecto que tanto necesitaba aquel huérfano eterno y frágil, turbulento siempre, de voluntad apasionada e inconstante. Porque Poe, a pesar de sus sueños o precisamente por ellos, nunca pudo vivir más que el presente. Movido por la sensación y la emotividad momentáneas, fue un inestable visceral e impenitente. Acunado con frecuencia por la desesperación.


Intentó que le amaran de todas las formas posibles. Desde la súplica hasta la furia, desde la humillación al enfrentamiento. Pero fue un amor maldito que seguía una línea destructiva: enamorado de lo inalcanzable y culpable ante aquello que se le ofrecía.

En la adolescencia vivió su primera historia de amor imposible. Como si tuviera miedo a la felicidad y eligiera siempre mal, inconscientemente. O una parte de él identificara amor con dolor y obstáculos. Quizás ambas cosas. Tanto en su vida como en su obra Poe es contradictorio, aunque por otro lado todas sus facetas acaban por fundirse en un caleidoscopio irrepetible y laberíntico.
Esa primera mujer era la madre de un compañero de curso, Helen. Y ella también perteneció a esa galería de personas amadas tocadas por la desgracia. Helen enfermó gravemente (se menciona la locura) y murió a los 31 años.

Sus siguientes historias amorosas fueron con Sarah Elmira Royster y con Mary Devereaux, frustradas por sus respectivas familias, que veían en Poe alguien demasiado peculiar y poco serio.

Al visitar Baltimore en busca de su auténtica familia, conoce a su tía Muddie. Y a su querida y especialísima prima Virginia. Se casaron y de su relación amorosa trató su poema legendario Annabel Lee , puesto en música por Santiago Auserón del grupo Radio Futura. También se inspiró en sus obras Lou Reed en el disco “The Raven” y Alan Parsons en su disco “Cuentos de misterio e imaginación”. Las adaptaciones al cine han sido, por el contrario, bastante flojas, con la excepción del episodio dirigido por Fellini en la película basada en tres de su relatos dirigidos, respectivamente, por tres directores: Vadim, Malle y Fellini.
Santiago Auserón adaptador de su poema 'Annabel Lee'

La relación con su frágil y patética mujercita de 13 años, Virginia, que le esperaba cada atardecer con un ramo de flores, encierra misterio y también evidencia. De ella tuvo la adoración más conmovedora y sobre todo la justificación y el escudo, imprescindibles frente a su interior atormentado y oscuro. Poe se sentía tranquilizado por el lado infantil que siempre conservó ella. Ambos conectaban en su lado inocente, apoyándose mutuamente frente a un mundo acechante y peligroso. Una burbuja delicada y sensible. Versos de su poema Annabel Lee: “Yo era un niño y ella una niña en un reino junto al mar”.

Su tía se convirtió en una auténtica madre para él. Y en este periodo acogedor empezó sus contactos con editores y llegó a publicar un libro de poemas. Con ellas encontró auténtico afecto y comprensión, pero la miseria y la angustia fue una compañía constante, además de arrastrar siempre sus miedos y fantasmas interiores. En carta a Virginia: “…batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata”.

Pero Virginia murió de tuberculosis (incurable en la época) tras varios años de angustia y agonía. Y Poe comprendió durante ese periodo desolador, en el que se entregó a la amistad apasionada y ambigua con escritoras de Nueva York, que aquello tampoco apaciguaba su turbulencia emotiva. Da la impresión de que Edgard quería ser seguido por ellas en sus juegos absolutos y confusamente perversos. Y ante esa palabra surge el deseo de guardar compasivo silencio, porque Poe fue un retorcido, sutil y delicado, como si se tratara de una tela de araña que sustituyera a su pelo.


Su cuento “El demonio de la perversidad” es todo un análisis lúcido y triste de esa parte de su persona que le hacía siempre hacer justo lo que no quería, y empujarle a una pasividad de pesadilla cuando sabía que era preciso actuar. Un espíritu presente en todas las facetas de su vida, que llegó a convertirse en su peor enemigo. Aparecía inesperadamente en los momentos más decisivos, ahuyentando a posibles amigos, mecenas y admiradores. Por ejemplo cuando alguien quiso financiarle su sueño, la revista propia. Bien porque su ánimo estaba ya desbordado por el dolor, o porque en él dominaba su lado auto destructivo, en vez de entrevistarse sereno y sobrio con su posible benefactor, se volcó en el alcohol y se presentó en condiciones penosas y con actitud desafiante. Quizás se defendía de un destino feliz para el que no estaba preparado, o con el que no se identificaba en el fondo. A esto se añadía el tormento de la culpa posterior por su comportamiento, que le dejaba abatido largo tiempo.

Hubo ocasiones, sin embargo, en que Poe y su peculiar “demonio” se aliaban, o bien jugaban al ajedrez y el resultado eran sus críticas literarias. Maravillosas y afiladas armas de doble filo, que sorprendían y provocaban polémicas por sus ideas sobre poesía y arte. Con ellas se creó enemigos de por vida. Solían ser corrosivas y radicales, siempre en contra de los gustos, las glorias nacionales y los escritores de moda, y siempre hacían crecer como la espuma la tirada de la publicación y los odios hacia él.

Cuando daba una conferencia, a veces borracho, solía cambiar el tema anunciado. Y esto, que podría haber sido en boca de otros algo original, ridículo, o divertido, pasaba a ser reprobable e indignante: Poe no tenía solución.


Su peculiar relación con el alcohol empezó en la universidad. Allí descubrió que con un solo vaso de ron se emborrachaba lucidamente. Y el segundo lo tumbaba. Venía la inconsciencia, y la prolongada recuperación, pues tardaba días en volver a la “normalidad”. Pero ebrio o sobrio no soportaba las imposiciones sociales ni las incomprensiones del mundo, y su lado íntegro y rebelde le empujaba a enfrentamientos, o a montar números desgarradores con sus reacciones extremas. Por ejemplo caminar por la calle con la ropa destrozada, o comprarse una fusta para dar unos cuantos latigazos al familiar que trataba de impedir su relación con su novia Mary. Y luego reunirse con ella y tirar la fusta al suelo diciendo: “Te la regalo”.

Es en esas cosas en las que se fijaba la gente, con una mezcla de miedo y fascinación, que suelen dar como resultado un alejamiento. Puede quedar muy bonito estar en presencia de alguien tan especial, incluso ser muy excitante hablar con él un ratito, pero “a nadie le gusta realmente un extraño” como diría Tom Waits.

Y muchos de los que le conocían olvidaban su lado eficiente, productivo y lúcido.

Nunca halló ningún refugio estable que le proporcionara paz, aunque vivió también momentos de calma y bienestar, como por ejemplo el corto periodo que pasó con Virginia en una casita en las afueras de Nueva York, en 1844. Muy fértil además creativamente.

Y ese movimiento incesante de derrumbe a su alrededor, era acompañado por lagunas de tiempo en que desaparecía y alguien le encontraba, por completo perdido y alucinado, en cualquier mesa de taberna, en cualquier paraje o calle. Poe no soportó esa agresión que sentía desde niño dirigida contra él, y al responder con violencia o con alcohol, lejos de paliar su inseguridad afectiva la ahondaba más.


Orgulloso caballero del sur pero muy distinto de los sudistas. Entregado hasta la locura en el amor, extremista, sin ninguna planificación en su anárquica vida. Todo esto sólo podía conducirle a la meta que, fatalmente, corría en picado en dirección opuesta a la deseada: un lugar como escritor.
Las circunstancias contrarias no le hacían doblegarse, sino que encendían más aún su auto afirmación involuntaria y agresiva. Y a la hora de relacionarse con alguien no elegía. Volaba tras la sombra de cualquier sonrisa. Resulta por tanto conmovedora su adoración por los proscritos. Constantemente inventaba fantásticas historias y genealogías, que le hacían descender de famosos traidores, e historias increíbles que oían asombrados sus oyentes.

Y es que era un rebelde, además de la rebeldía propia de la condición de poeta: “La poesía no es un propósito sino una pasión y las pasiones deben ser reverenciadas, no se las puede, no se las debe excitar a voluntad”.

A veces sueño con sus batallas solitarias en mitad de la noche. Cuando estalla la tormenta y una sombra furtiva se esconde en un portal sin luz. Cuando los pasos se deslizan por la acera desierta y el silencio los transforma en inquietante eco.


Él conocía el aleteo de la muerte, la pesadilla sigilosa y los bosques salvajes. La razón lúcida y desgarrada y el beso del vampiro sensual, silencioso y encadenado. La mirada insondable de los ojos del amor, el misterio de Ligeia, la obsesión por Berenice y por el doble que nos espera en determinada calle, a determinada hora. La belleza implacable y furiosa del mar. ¿Qué es lo que se agitaba bajo sus aguas? Tal vez una de sus frases: “Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño”.